Oración a Dios este 7 de enero: los bautizados, saben que están revestidos de Cristo
Te traemos la oración a Dios este domingo 7 de enero del 2024. “¡Porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo!” (Gálatas 3:27).
Te dejamos la oración a Dios de este 7 de enero: ¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!
Padre Santísimo: ¡Que este día tan excelente sea toda una gran bendición!
Entre más vivimos, más vemos y más palpamos el sufrimiento de muchísimos de nuestros hermanos que han sido abandonados hasta por sus propios hijos o hasta por sus propios padres. Ese sufrimiento, ese padecer sin tus palabras de consuelo, de vida, de aliento, de socorro oportuno, de esperanza y de amor, los llevarían al suicidio.
De esos muchos, unos han sido afortunados y ya escucharon la voz de Tu Hijo Amado que les ha dicho: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados; yo les daré descanso” (San Mateo 11:28); pero hay otros más que ya su sufrimiento lleva meses, años y hasta decenas de años y, también hay otros que están iniciando un período incierto con una vida de dolor, de quebranto, de soledad, de abandono, de tristeza y de incertidumbre. También hay otros muchos que en su silencio no muestran a los demás sus penas, sus frustraciones, sus complejos, sus fracasos, sus desalientos, sus mediocridades y sus desilusiones. Padre Santísimo: ¿De quién recibirán ese consuelo, esa esperanza, esa ayuda y ese auxilio oportuno? ¿Quién será ese apóstol de la palabra de vida que les haga acompañamiento en sus dolores, para acercarlos a ti, fuente de la vida?
Afortunadamente, quienes están conscientes de su bautismo, saben que están revestidos de Cristo, Tu Hijo Amado. Hoy es el día que celebramos ese descenso a las aguas del Río Jordán, cuando Tu Hijo Amado inicia la última etapa de su vida para dar testimonio de ti. Tú mismo Te complaces de Él y lo proclamas como Tu Hijo Amado y lo autorizas para dar ese mensaje de vida a toda la humanidad. El mismo Espíritu Santo se hace presente para infundirle esa divina unción y así sea EL UNGIDO, EL ENVIADO, EL REDENTOR, EL SALVADOR, EL MESÍAS, EL EMMANUEL, ¡EL ÚNICO DIOS OMNIPOTENTE, MISERICORDIOSO Y AMANTE DE LA HUMANIDAD!
Hoy en esta Divina Epifanía, deberíamos celebrarla a las riveras de un río, de un lago o de una playa y deberíamos descender a esas aguas para arrojar en ellas todos nuestros temores, nuestros dolores, nuestras enfermedades, nuestros fracasos, nuestras desilusiones y todo lo malo que tenemos en el fondo de nuestra alma. Al permanecer unos instantes dentro de ellas, pensar en que en el agua se originó la vida y revivir ese momento de la creación: “La tierra no tenía forma y estaba vacía, las tinieblas cubrían el abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas” (Génesis 1:2).
Trasladémonos a ese momento y ante lo imponente del Espíritu Santo, quien se movía y vivificaba las aguas, dejémonos vivificar por él para salir de ellas y ser aclamados por el Padre, quien nos dirá: “¡Estos son mis amados hijos en quienes me complazco y merecen ser escuchados, porque sus palabras recobraron su autoridad y su poder; porque sus cuerpos han sido lavados, purificados y consagrados como templos donde yo mismo pueda habitar!”
Salir de las AGUAS DEL JORDÁN es salir renovados, fortalecidos, iluminados y decididos a llevar ese mensaje vivificador a quienes se encuentran sumidos en el abandono cruel, inhumano y degradante que día a día los conduce a la muerte.
Ahora sí podemos elevar nuestra mirada con los ojos del espíritu y cerrados los ojos del cuerpo, diciendo:
Padre Santísimo: “Levanto mis ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda? ¡La ayuda me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra! ¡Él no dejará que resbale tu pie! ¡Tu guardián no duerme! ¡No, no duerme ni dormita el guardián de Israel!” (Salmo 121:1-4).
Muchas gracias, Padre Santísimo: en este domingo, de corazón te suplicamos que te manifiestes como nuestro Padre, como nuestro Salvador y como nuestro iluminador y consolador.
¡Gloria a la Santísima Trinidad consubstancial e indivisible! Amén.
P. Cosme Andrade Sánchez+
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