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“BaluArtes Internacionales”: La primera travesía de la Seawitch

“BaluArtes Internacionales”: La primera travesía de la Seawitch

“BaluArtes Internacionales”: La primera travesía de la Seawitch

Texto, arte gráfico y modelo: Liliana Celeste Flores Vega

En mis sueños llegué a Cotswolds y me dirigí al puerto. Contemplé a la Seawitch. Un magnífico galeón cuyo mascarón de proa era una obra de arte tallada en la madera blanca de un abedul y representaba a una mujer con rostro sereno que, de la cintura para abajo, tenía tentáculos de medusa. Era un barco que tenía el poder mágico de navegar en los mares oníricos gracias a un embrujo hecho por mi abuela, Nimué, la Dama del Lago. Era mi barco y me estaba esperando. Subí con el corazón henchido por la emoción y ávido de aventuras.

 

El capitán era mi padre y la tripulación estaba conformada por los intrépidos lobos de mi escolta quiénes, además de ser unos valientes guerreros, eran unos marineros audaces. Se escucharon las notas de las gaitas que nos deseaban un feliz viaje y el barco zarpó entre vítores de alegría desplegando sus amplias velas que ostentaban el escudo del clan de mi familia: Un estilizado Kelpie azur en un campo de sable.

“La Seawitch, el galeón mágico tallado en abedul, lista para zarpar en un mar de sueños lleno de misterio y aventuras.”
“La Seawitch, el galeón mágico tallado en abedul, lista para zarpar en un mar de sueños lleno de misterio y aventuras.”

La luna emergió detrás de las nubes, su luz creó un etéreo camino en el mar, nos deslizamos por la luminosa estela de plata y la Seawitch se elevó por los cielos. Llegamos a Heliarian, la magnífica ciudad flotante con torres doradas. Ishmelus, mi esposo, nos esperaba listo para abordar.

 

Cruzamos el mar de los sueños siguiendo la ruta imaginada por el ilustre soñador de Providence. Bajo la lumbre de las estrellas desconocidas, Ishmelus y yo nos sentamos en la proa del barco, sentimos la dulce serenidad que sólo el suave vaivén del mar cósmico puede brindar. Ishmelus me abrazó amorosamente contra su pecho y, como si hubiera experimentado una transformación interior, me dijo:

 

— Cuando nos casamos creí que lo hacías por obligación y temí que fueras una casquivana, perdóname por mi desconfianza, ahora sé que nuestro amor es verdadero.

 

Yo, experimentando mi propia iluminación, sonreí disculpándolo y lo besé pues el sentimiento era mutuo. Más tarde, en nuestro acogedor camarote, bebimos vino especiado y nos acariciamos apasionadamente. Mi madre, para compensar una deuda que tenía con Ishmelus, le prometió que me entregaría a él para que fuera su esposa. Nuestra unión beneficiaba a ambas familias, pero yo lo acepté como esposo por libre albedrío pues nuestro amor era puro.

“Ishmelus y la narradora contemplan desde la proa el resplandor de Heliarian, la ciudad flotante de torres doradas, mientras la Seawitch surca los cielos.”
“Ishmelus y la narradora contemplan desde la proa el resplandor de Heliarian, la ciudad flotante de torres doradas, mientras la Seawitch surca los cielos.”

 

Ya era la tarde del día siguiente cuando dejamos la calidez de nuestro lecho y con curiosidad salimos a la cubierta. Nos sentimos encandilados por la belleza de las ignotas islas que emergían en el horizonte como quimeras de un ensueño. El céfiro suave acariciaba nuestros rostros y el sol del atardecer pintaba el cielo con colores bronces y dorados como si fuera un lienzo maravilloso. Después de compartir una agradable velada con la tripulación nos retiramos a nuestro camarote para seguir disfrutando de los placeres amorosos.

En la mañana salimos nuevamente a la cubierta del barco. Hacía frío. Oteamos el horizonte y contemplamos la espectral silueta de una ciudad fantástica que se alzaba en la costa brumosa. Cuando la niebla se disipó mi padre nos dijo que se trataba de la espléndida Zhathik, la ciudad de las torres ciclópeas, cuyas estilizadas estructuras de cristal y metal parecían desafiar la gravedad y tocar el cielo.

 

Seguimos navegando siguiendo aquella costa y cuando caía la tarde divisamos a la misteriosa Thökke, la ciudad de los mil templos, con sus cúpulas de malaquita, elaboradas agujas de oro que brillaban como antorchas con el arrebol del atardecer y cuyas puertas de madera oscura estaban adornadas con enigmáticos símbolos tallados por artesanos ciegos. Al anochecer nos retiramos a nuestro camarote y, mientras hacíamos el amor, escuchamos el eco lejano de tambores siniestros, nos estremecimos de pavor porque sabíamos que en Thökke los sacerdotes blasfemos todavía hacían sacrificios a los Dioses Sin Nombre.

 

Por precaución nos alejamos de esas costas peligrosas. La benevolencia de mi padre mantenía muy alegre a la tripulación entre los que reinaba una sincera fraternidad. Nuestro viaje continuó apaciblemente por unos días durante los cuales Ishmelus y yo disfrutamos de placenteras noches de pasión arrullados por una misteriosa música de instrumentos de viento y el melancólico murmullo de las olas.

“La tripulación de intrépidos lobos mantiene la Seawitch firme en su viaje por mares oníricos, entre ciudades misteriosas y aventuras sin fin.”
“La tripulación de intrépidos lobos mantiene la Seawitch firme en su viaje por mares oníricos, entre ciudades misteriosas y aventuras sin fin.”

El miedo me sacudió una vez que estuvimos en peligro de zozobrar durante una terrible tormenta, pero salimos airosos gracias a la solidaridad de la tripulación y a la sabiduría de mi padre que supo mantener la serenidad en medio del peligro y dar las órdenes acertadas para que mantuviéramos el rumbo.

 

Al amanecer, cuando finalmente el mar se calmó, contemplamos obnubilados a Ythoögha, la ciudad sumergida cuyas ruinas malditas cubiertas de algas putrefactas emergían ominosamente de las aguas que en ese instante tenían una extraña y repulsiva fosforescencia. Vaélico, como si hubiera escuchado un arcano llamado sobrenatural, se lanzó al agua, nadó entre la podredumbre y se sentó ensimismado en un saliente natural de roca. Lo llamamos con insistencia para que regresara al barco, pero parecía encantado por un hechizo. Mi padre se arrojó al mar y lo rescató, pero Vaélico se quedó con la mirada vacía durante unos días.

 

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Una tarde, en la lejanía, divisamos la silueta de una ciudad medieval con aspilleras en sus altos torreones de piedra. Estaba excesivamente silenciosa y, cuando anocheció, ninguna luz iluminó las murallas ni las ventanas de los vetustos castillos. Nos invadió una triste sensación de desolación mientras elucubrábamos los motivos por los cuáles sus habitantes la abandonaron.

Otra tarde contemplamos a la licenciosa X’izeth, la ciudad de los jardines de ébano, cuyos árboles parecían absorber la luz y proyectar hipnóticas sombras danzantes, las flores exóticas desprendían un perfume embriagador tan fuerte que llegaba hasta la cubierta del barco envolviéndonos en un sopor deliciosamente sensual. Esa noche, presos de una inexplicable lujuria, Ishmelus y yo invitamos a Astínoo a nuestro camarote y compartimos con él caricias desenfrenadas.

“La misteriosa Thökke se alza en el horizonte con sus mil templos y cúpulas de malaquita, mientras la Seawitch se aleja prudente de sus sacrificios prohibidos.”
“La misteriosa Thökke se alza en el horizonte con sus mil templos y cúpulas de malaquita, mientras la Seawitch se aleja prudente de sus sacrificios prohibidos.”

 

El viaje continuó. Navegábamos contemplando desde la cubierta las ciudades misteriosas que se alzaban en las costas y las islas errantes que surgían entre la bruma. Sabíamos que cada una albergaba secretos y tesoros maravillosos, pero nunca dejábamos la seguridad del barco temerosos de quedar atrapados en aquellos lugares víctimas de una maldición ominosa. Seguimos navegando hasta que mi padre ordenó que regresáramos a Costwolds pues las provisiones empezaban a escasear. Pero ése no era el fin de nuestras aventuras, sólo había sido el primer viaje de la Seawitch. Muy pronto volveríamos a zarpar en búsqueda de la soñada Kaddath.

(RECUADRO)

Liliana Celeste Flores Vega (Perú/1976) escribe poemas, relatos y novelas de horror, ciencia ficción, fantasía, romance y erotismo. Primer lugar en el Concurso de Cuentos de la “Sociedad Histórica Peruana Lovecraft” con su cuento de horror folk “La criatura de los humedales” (2014).

 

Sus relatos han sido publicados en las antologías de editoriales peruanas como “El Gato Descalzo”, Torre de Papel, Altazor, Libre e Independiente, Pandemonium. Colaboradora de revistas digitales internacionales como “Letras y Demonios”“El Narratorio” y “Penumbria”.

 

Es miembro del grupo literario La Hermandad de Essin y del Concilio de Escritores del Abismo. Es autora del blog literario “Memorias de una Dama Blanca” http://lilinaceleste.blogspot.pe/


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