Ricardo Flores Magón, el inmortal

Ese Ricardo Flores Magón era “muy estricto”. Desde el primer día del adiestramiento militar, acostumbraba a los futuros guerrilleros a dormir “en los matorrales”; aún si por la intensa lluvia se caía el cielo y los reclutas no llevaban plásticos para cubrirse.

 

 

 

“¿Era medio menso ese Flores Magón?”; pregunta él mismo y un viejo militante del Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo (PROCUP) y del Ejército Popular Revolucionario (EPR), diezmado en su salud, pero no en sus facultades mentales, responde:

 

 

–Si. Era muy estricto.

 

 

Estamos en la casa de Roberto Hernández, en el nororiente de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y aunque los dos no se han visto en más de 30 años, platican como lo que realmente son: un par de camaradas, amigos y compañeros de toda la vida.

 

 

—¿Recuerdas a dónde nos conocimos? — pregunta Ricardo.

 

 

—Aquí; responde monosilábico Roberto.

 

 

—¿Aquí; dónde?

 

 

—Aquí, en Chiapas.

 

 

Ricardo parece darse cuenta de que el camarada Roberto lo está confundiendo y por eso lanza la siguiente pregunta; más precisa aún:

 

 

—¿Recuerdas a dónde fuimos la primera vez que vine?

 

 

De pie aún; sosteniéndose en el respaldo de un sillón de madera, Roberto lo ve de reojo; lo examina de pies a cabeza y responde con seguridad: “A la montaña; allá en Valles”.

 

 

Hasta ese momento no acierto a saber si Roberto ya identificó a Ricardo, pero después me doy cuenta que no; que lo sigue confundiendo con otra persona, con otro camarada.

 

 

Roberto le dice que él, el Ricardo que no es Ricardo, llegaba como médico a Chiapas. Le llama por un nombre distinto —Justino, creo—y le cuenta que el primer instructor militar del PROCUP que llegó a Chiapas se llama Ricardo Flores Magón.

 

—Ese Ricardo Flores era muy estricto. Fue el primer compañero que llegó a Chiapas y nos hizo dormir entre matorrales, sin importar que llovía fuerte. Ahí nos quedamos, en la montaña y al otro día no podíamos entrar al pueblo porque estábamos todo enlodados y nos iban a descubrir; cuenta Roberto; ingeniero agrónomo él, hijo de un próspero comerciante de aquel lugar.

 

 

Ese Ricardo es un cabrón: se da cuenta que Roberto sigue sin identificarlo y que lo está confundiendo con otro compañero del PROCUP y decide no sacarlo del error.

 

Hablan de diferentes personajes, en diferentes momentos y Roberto insiste en decir al visitante que Ricardo “era chingón”, y cuenta que en ese tiempo “ese Ricardo Flores Magón era el segundo responsable nacional del Partido”.

 

Roberto tiene secuelas de una embolia sufrida hace años y aún sufre daños visibles en el brazo y pierna derechos. Su cerebro y su memoria, en cambio, parecen y están intactos.

 

Recuerda de su ingreso al Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo, en sus años de juventud, en la preparatoria, en Cintalapa –en un inicio, dice, militó en la Liga Comunista 23 de Septiembre–, e hila su discurso hasta su renuncia al Ejército Popular Revolucionario (EPR).

 

Aunque no da las fechas, por lo que platica su salida del grupo armado se ubica después de las rupturas internas del EPR, a finales de los años 90 y principios del 2000; cuando ya habían abandonado a la organización los comandantes Antonio, Francisco, José Arturo, Tío Moy y Victoria; entre otros.

 

En la plática, salieron algunos nombres conocidos, como el de Manuel, El Narizón (+), todo un personaje que era el responsable del EPR en la Sierra Madre de Chiapas y encabezó la toma armada de la Finca Liquidámbar; en la época del alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

 

Intervengo en la plática: Pregunto a Roberto sobre la veracidad de la muerte de El Narizón, al ser “mordido por una víbora”, y la respuesta es afirmativa. “Sí; eso dicen los compas”.

 

 

La historia que se cuenta del compañero Manuel es que también había renunciado a la guerrilla eperrista y se había ido de migrante, a Estados Unidos, y con los ahorros que logró, regresó y compró un ranchito, en los límites de Chiapas y Veracruz. Ahí vivía feliz, pero muy pronto le sorprendió la muerte.

 

Otra versión, sostiene que Manuel está vivo y que “sólo cambió de organización”. Vaya usted a saber cuál es la verdad; pero Roberto sostiene que lo mordió la víbora.

 

 

Después, Roberto preguntó por otro jefe rebelde que estuvo en la formación de los combatientes chiapanecos.

 

 

No recordaba su nombre, pero lo describió “güerito, de ojos claros” y con la mano que está sana mostró su posible estatura: entre 1.70 y 1.75 metros.

 

Ricardo pretendió confundir a Roberto diciéndole “es él”, al tiempo que me señalaba con el dedo índice; riéndose entre dientes.

 

—No, no. Uno que a veces venía contigo; replicó Roberto.

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Mi sorpresa fue mayúscula porque yo no sabía que el comandante José Arturo –el actual jefe de la Tendencia Democrática Revolucionaria (TDR)–, había estado en Chiapas, y sólo alcanzo a preguntar:

 

—¿No era uno que se llamaba Hugo?

 

 

—Si, sí; Hugo. Ese mero; responde Roberto.

 

 

Al escuchar el nombre de Hugo, Ricardo trató en vano de volver a cambiar la plática.

 

—¿Ibas tú cuando comimos una víbora?

 

 

—Si, yo estaba ahí; responde sereno Roberto.

 

Ese episodio yo lo había escuchado antes, de labios de Ricardo Flores Magón. En una ocasión, en Oaxaca, llamamos por teléfono a otro camarada y en ese momento, para que lo identificara, le contó el episodio en las montañas de Chiapas, aquél día en que un fino tirador mató una culebra de un disparo, a la distancia.

 

“Fue la primera vez que comí una víbora”; me confió en esa ocasión Ricardo.

 

Después, volviendo a la charla, Roberto habló de las divisiones internas del EPR, a finales de los años 90; de su inevitable salida, y de la ruptura que encabezó “Hugo”, al formar la Tendencia Democrática Revolucionaria (TDR).

 

Ese Hugo de entonces no es otro que el “güerito de ojos claros” que hoy conocemos como el comandante José Arturo; a quien el Gobierno Federal responsabiliza del secuestro del Archiduque de Escobedo, el panista Diego Fernández de Cevallos.

 

Cuando vislumbro el final de la plática –para ese momento, Ricardo instruyó ejercicios de rehabilitación a Roberto–, pido a Flores Magón que saque del error a Roberto. Que no sea cabrón y que le diga que él es Ricardo Flores Magón.

 

Cuando lo hace, le dice: “yo fui el que durmió entre los matorrales con ustedes. Yo soy Ricardo Flores Magón; sólo que ahora estoy gordo”. Y suelta la carcajada franca.

 

 

Roberto no lo cree. Lo observa y lo vuelve a recorrer de pies a cabeza; parece medirlo con la mirada y dice: “Aquél que vino la primera vez era un poco más chaparro que tú”.

 

Con humor negro o blanco, que se yo, Ricardo Flores Magón responde: “sí, pero con tanta tortura, me estiraron en la cárcel”.

 

(En otra ocasión les contaré de cómo resucitó Flores Magón, después de morir en la cárcel de Leavenworth, en Kansas, Estados Unidos, el 21 de noviembre de 1922. Tal vez en este ejercicio me ayude mi amigo Juan García, quien jura es la viva reencarnación del comandante Genaro Vázquez Rojas


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