Homilía Arzobispo de Yucatán: VIII Domingo del Tiempo Ordinario


Homilía por el Arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega. VIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C Sir 27, 5-8; 1 Cor 15, 54-58; Lc 6, 39-45.
“De lo que rebosa el corazón, habla la boca” (Lc 7, 45).
In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Ti le Evangelio bejlae’, yuum Jesuse ku yaalik ti to’on: ek chie’ ku t’aanik le ba’ax yaan tek puk’sik’alo.Yaan k’ine’ k’ana’an t’aan ba’ale yaan k’iin k’aanan ek máakekchi’. U kili’ich ik’ak Yuumtsile u ts’aati to’on u muuk’il bey xan u na’atil u tia’al ek t’aan wa ek makekchi. Bey xan ka ek ts’aa ma’alo’ob t’aano’ob ti le mejno’obo’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo octavo del Tiempo Ordinario.
Hoy la Palabra de Dios nos enseña la sabiduría en el modo de hablar. Es muy conocido el refrán que dice: “El pez por la boca muere”; lo cual nos enseña sobre la gran responsabilidad que tenemos ante lo que decimos, y que nuestra boca es nuestro propio juez. Otro dicho afirma: “En boca cerrada no entran moscas”, el cual nos instruye sobre la prudencia que debemos tener en el hablar. El apóstol Santiago en su carta nos dice que, así como un pequeño timón conduce una enorme embarcación, del mismo modo nuestra pequeña lengua puede hacer mucho bien o mucho daño, pues por ella se conduce ordinariamente nuestra vida (cfr. St 3, 4-5).
La primera lectura de hoy, tomada del Libro del Eclesiástico, toca el tema de la prudencia en el hablar, al igual que lo hace el santo evangelio de hoy, según san Lucas. Dice el Eclesiástico: “El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona” (Sir 27, 6). Es cierto que hay personas que son muy hábiles para engañarnos envolviéndonos en su mucho hablar y otras lo son para hablar con doblez, por lo que es necesario escuchar con atención para conocer a las personas.
No hemos de juzgar antes de escuchar. Es maravilloso comprobar cómo la palabra puede conducirnos a los pensamientos y sentimientos de otra persona, y así, conversando, podemos entrar en comunión de espíritu con nuestro interlocutor. Es cierto que hay quien nos habla sin conectar sus palabras con su inteligencia y quien lo hace sin conectar su hablar con el corazón. De todos modos, escuchando con atención podemos conocer la realidad de cada persona.
En los siglos alrededor de la venida de nuestro Señor Jesucristo, la filosofía griega había caído en descrédito al grado de que los llamados sofistas pensaban que la filosofía era el arte de convencer discurseando. Estos hombres tenían el descaro de decir: “Dime de qué quieres que te convenza y lo haré, y luego te convenceré de todo lo contrario”.
Por eso la predicación cristiana cayó en un excelente terreno, pues la gente estaba ávida de autenticidad, de sinceridad y de verdad. Muchos quizá se sienten decepcionados de los discursos de los políticos, que parecen pensar que “el prometer no empobrece”, y en verdad comprobamos que quien mucho nos promete, suele no cumplir. El político no tiene por esencia y definición el mentir, en cambio cuánto bien hace a un pueblo tener un gobernante que le hable con la verdad. Por eso lo que pedimos y esperamos de los demás es lo que debemos ofrecer también nosotros.
Jesús nos dice hoy: “El hombre bueno, dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque la maldad está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón” (Lc 7, 45). En esto se impone también la enseñanza que Jesús nos da en otro pasaje, de ser sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes, en una sana combinación (cfr. Mt 10, 16). Somos sencillos como palomas si hablamos con sinceridad y prudencia, sin querer convencer a base de mentiras o de mucho hablar. Somos prudentes como serpientes cuando estamos conscientes de que quien nos habla, puede pretender envolvernos con mentiras o verdades a medias en favor de sí mismo. Debemos estar atentos, porque quien nos habla mal de otras personas, a esas otras personas también les puede hablar mal de nosotros mismos.
Por otra parte, ser maestro o guía de los demás es un servicio muy delicado que no deberíamos asumir ni buscar si no nos es encomendado, pues implica mucha responsabilidad. En la carta del apóstol Santiago que hemos citado hace un momento, se nos dice: “No se hagan maestros muchos de ustedes, hermanos míos, sabiendo que nosotros tendremos un juicio más severo, pues todos caemos muchas veces” (St 3, 1). Al respecto, Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro” (Lc 6, 39-40).
La enseñanza que Jesús nos deja luego, al decirnos que nadie debería pretender quitar la paja del ojo ajeno si antes no quita la viga que lleva en el suyo, es para que cada vez que advertimos un error en el prójimo, primero nos evaluemos a nosotros mismos. De todos modos, la corrección que hagamos a otro difícilmente será bien aceptada, si antes no nos han solicitado nuestra opinión.
Lo que mejor habla de nosotros, más que las palabras, es nuestra vida, nuestra forma de ser, o dicho con las palabras de Jesús, nuestros frutos pues “Cada árbol se conoce por sus frutos” (Lc 6, 44). Ahora sí que las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran.
Es triste que hoy la comedia y el buen humor se hayan ensuciado tanto. Un buen comediante no necesitaría en absoluto ni de malas palabras, ni de doble sentido. Aunque pongamos la excusa de que el público lo pide, levantemos la calidad de la comedia. Más triste aún es que ese lenguaje sea usado en el seno de las familias; ojalá que todos aprendamos a respetar nuestros hogares, para la mejor educación de los hijos, los hermanos y la convivencia familiar.
Tengamos presente que el próximo miércoles será de ceniza y marcará el inicio del santo tiempo de la Cuaresma. De modo que el siguiente domingo cambiaremos el rumbo de las oraciones y las lecturas, para emplear las propias de los próximos cuarenta días.
Recordemos que el ayuno y la abstinencia de carne, es para realizar este mismo Miércoles de Ceniza, lo mismo que para el Viernes Santo. Los demás viernes de la Cuaresma nos uniremos con el signo de la abstinencia de carne; y si comemos carne, que sea de pescado, no de pollo, res, cerdo o pavo. Pero si alguien prepara una comida de mar que resulta muy cara por su elaboración, eso no es abstinencia, porque no es ninguna penitencia. Seamos austeros para que nuestro ahorro cuaresmal vaya dirigido a los pobres.
Hay tres prácticas cristianas que hemos de incrementar durante la Cuaresma: el ayuno, la limosna y la oración. En estos días todos estamos orando, especialmente por la salud del Papa Francisco y hemos de continuar haciéndolo.
Son muchas las formas de hacer penitencia y sacrificios, cada quien puede tener creatividad pensando en lo que le conviene realizar para su proceso espiritual. Recordemos que estas acciones requieren del amor; pues sin la fe, la esperanza y el amor estas prácticas pierden su sentido. La Cuaresma es para crecer en santidad.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán