Oración: “¡El cristiano ordinario no puede ver lo extraordinario!”
Con la luz del Espíritu Santo que mora en nosotros nos presentamos ante Ti, Padre Bendito, para que, en este silencio contemplativo, nos hagas comprender que, EL CRISTIANO ORDINARIO, NO ES CAPAZ DE CONTEMPLAR LO EXTRAORDINARIO NI MUCHO MENOS ESTAR Y VIVIR EN LA PLENITUD DE LA GRACIA. Esta es la razón por la que la mayoría de los cristianos vivimos sin vivir, estamos sin estar, somos sin ser y actuamos en la semiinconsciencia.
Esto es lo que hace de nosotros seres carentes de interés espiritual, apartados de los valores trascedentes, interesados solo en lo material, en lo sensual y en lo efímero. ¡Ni siquiera la partida de alguno de nuestros seres queridos nos impresiona ni conmueve! ¡Nos hemos vuelto insensibles ante la misma muerte!
Cuando Tu Hijo Amado nos narró la historia del HOMBRE RICO Y EL MENDIGO LÁZARO, lo vemos como una fábula, como algo hipotético, pero no como una realidad. Nuestra vida en la tierra no la dimensionamos ni la valoramos.
Es el Espíritu Santo que nos refresca la memoria y nos mueve a suplicarte: “¡Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría!” (Salmo 90:12). Al estar conscientes de que nuestra estancia en la tierra tiene un límite y el final solo Tú lo sabes, lo más prudente es que cada día que termina sea vivido con todo su sabor, con toda su riqueza y con su máximo esplendor. Sabiduría significa conocimiento profundo, saborear con delicadeza y con un amor apasionado.
Esa manera de vivir es la que nos trae plenitud en el gozar, en el disfrutar, en el diario vivir siempre en la consciencia y alejar de nosotros la inconsciencia, la simpleza, la superficialidad y la mediocridad de en medio de nosotros, porque en el momento menos esperado, seremos llamados a cuentas ante Tu presencia sin haber sido quienes marcáramos la diferencia.
El cristiano ordinario no puede ver lo extraordinario porque se aparta de los valores trasendenrales
¡Nos iremos de este mundo sin haber sido vivo ejemplo para los nuestros de lo que debimos ser, hacer y legar a nuestra propia familia! En ese momento, ya ni llorar es bueno, porque ya nuestra oportunidad terminó. Es ese momento en el que nuestra consciencia se convierte en un juez severo y nos reprocha por no haber sido lo que Tú, Padre Santísimo, quisiste que fuéramos.
Es ese momento en que suplicamos consuelo y que por lo menos, Tú, Padre Santísimo, les envíes a los nuestros a uno de Tus bienaventurados a que anuncien a los nuestros, que LA VIDA CONTINÚA, pero solo para quienes han sabido vivir amando y honrando Tu divinidad con una existencia consagrada y bendecida.
Ese hombre rico, pidió al Padre Abraham que por favor enviara a Lázaro para persuadir a sus hermanos de cambiar de actitud y así evitar venir a hacerle compañía en las llamas del sufrimiento eterno y, la respuesta fue: “Si no hacen caso a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán, aunque alguien se levante de entre los muertos”.(San Lucas16:31).
Adentrándonos en lo más profundo de nuestro interior, en el mismo santuario donde mora El Espíritu Santo, Te agradecemos, Padre Santísimo, porque manteniendo nuestra unión contigo, nuestra vida adquiere ese sabor, ese gusto, esa pasión que nos hace vibrar de emoción por hacer de cada instante, de cada respirar y de cada palpitar de nuestro corazón, una bellísima alabanza a Tu Majestad, a Tu Soberanía y a Tu Gran poder.
Hoy que podemos, Te agradecemos porque en este helado despertar, ´Te demostramos que nada puede impedirnos madrugar y elevar esta plegaria-contemplación, que trae a nuestro corazón un cúmulo de energía divina y así poder glorificarte, pero con un corazón rebosante de alegría.
El cristiano ordinario no puede ver lo extraordinario: ¡Bendito seas, oh, Dios de nuestros amados padres!