Conoces a las alquimistas que convirtieron la tragedia en mezcal artesanal de Matatlán, Oaxaca
Doña Gloria, doña Bety, Vicky e Isabel son cuatro mujeres que alcanzaron la maestría mezcalera por necesidad, cuando la tradición les negaba reconocimiento y visibilidad; hoy son el orgullo de la Capital Mundial del Mezcal.
Estuvieron ahí. Vieron madurar los agaves y crecer la desgracia con la esperanza colocada en los días mejores. Su primer acto alquimista fue transformar la pérdida en impulso, en ese líquido cristalino llamado mezcal tradicional.
Gloria, Beatriz, Virginia e Isabel nacieron mezcaleras porque dieron su primer respiro entre los palenques de Santiago Matatlán, territorio en el que los intensos rayos del sol y las condiciones naturales del suelo dan para sembrar agave y maíz, alimentos que en los Valles Centrales de Oaxaca se consumen desde tiempos lejanos.
“Antes había mucho machismo, que no podíamos ni pisar en el palenque; cuando mi papá estaba no podía vernos en el palenque porque luego nos corría, pero un día nos quedamos sin papá y tuvimos qué. Y él ya no nos vio y ahí le entramos duro al trabajo y a la necesidad”, cuenta Doña Gloria Santiago Romero, quien desde niña jugaba a sembrar el quiote, el tallo de la flor del maguey.
Sembrar la planta, cuidarla ocho, 10, 20 y hasta 40 años, cortar las pencas hasta encontrar su corazón, rodarlo hasta el palenque, cocer las piñas entre piedras ardientes cuando la orfandad caía como plaga, revolver la tina con sus humores pese a la creencia popular y completar la fórmula alquímica que iniciaron murciélagos al besar la flor, además de cuidar a aquellos que al crecer recibirán el reconocimiento de maestro mezcalero.
“No somos visibles y más por la antipatía de los hombres y por los que muchas veces están más arriba, como que se avergüenzan, siento yo; como que se sienten como humillados por nosotras”, explica doña Beatriz Juárez Hernández, de 61 años.
El arduo trabajo de las mujeres atraviesa la cadena productiva del mezcal desde siempre, pero el título de maestro se atesoró para aquellos que al nacer fueron nombrados varones, mientras el velo de la vergüenza cubría a las que por necesidad se atrevieron a poner un pie en el palenque. Hoy, la pena se ha convertido en orgullo.
Las mujeres de Santiago Matatlán han visto miles de agaves madurar con los años y con ellos una industria que en los últimos cuatro años ha crecido 173%, de la que dependen al menos 4 mil familias oaxaqueñas, que generan 90.1% de la producción nacional.
Cabeza, puntas, cuerpo y colas danzan ante la mirada de la mezcalera, quien vigila la mezcla que cual alquimia producirá el mezcal artesanal.
Puntas
Una de las aspiraciones más grandes de Isabel Mateo Bautista es convertirse en maestra mezcalera. Cuarta generación de una familia palenquera, terminó la preparatoria, pero no pudo continuar sus estudios porque la economía la detuvo, no así la formación que inició desde niña ayudando a su padre, el maestro mezcalero Juan Carlos Mateo Santiago, con la marca de mezcal artesanal Don Juan.
“Desde niños somos involucrados arreando el caballo, acarreando el bagazo, la leña, prendiendo el fogón al horno… las mujeres llevan doble trabajo, para atender a la familia, a sus hijos, al esposo y también es involucrada en la destilación, en la acarreada del maguey, cuando se hornea, para revolver las tinas”.
Las mujeres representan en algunas comunidades de Oaxaca 38% del trabajo no remunerado en la producción del mezcal, según el estudio La Economía de la Producción de Mezcal en Oaxaca, publicado en 2022 por GIZ, Cooperación Alemania-México y Economics Of Land Degradation.
“El mezcal es herencia, es tradición”, expresa Isabel, quien a sus 25 años fue parte del Comité Organizador de la Primera Fiesta del Mezcal de Matatlán 2022, cuando la asamblea comunitaria decidió recordarle a la gente que la capital mundial del mezcal tiene nombre y apellido.
Cuerpo
“Primero sí me daba vergüenza decir que yo hago mezcal, vergüenza, ¿eh? Porque aquí en Matatlán era mal visto que las mujeres hicieran ese tipo de trabajo”, dice sonriente doña Gloria Santiago Romero, de 61 años, respetada maestra mezcalera de la marca Mashcali, que significa mezcalito, en zapoteco.
Su primera mirada en este mundo fue en un palenque y su primera saboreada de mezcal vino directo del chorro, calientito, que dejaba caer en el breve cuenco de sus manos de niña.
A los 12 años jugaba a sembrar los quiotes y antes de cumplir los 18 vivió la prohibición de la venta del mezcal y la persecución de los inspectores gubernamentales, entre 1974 y 1978.
“Las mujeres, las que salían a vender, lo escondían y los hombres iban de noche, de madrugada. Si no llevaban el permiso, el pase y la factura del mezcal no podían salir a comercializarlo; había casetas fiscales de mezcal, donde pedían esos documentos, si no lo llevaban lo decomisaban y había mucha pérdida”.
A los 20 años, la orfandad cayó sobre ella y su hermana. Sin dinero y con mucha necesidad, aplicó los conocimientos que hasta ese momento sólo adquirió de vista; junto a su madre, las tres mujeres sacaron adelante el trabajo duro del palenque
El Instituto Nacional de Geografía y Estadística (2019) concluye que de cada 100 personas ocupadas en esta industria, 68 son hombres y 32 mujeres.
La producción artesanal de mezcal es ardua y prolongada. Eso no es problema para doña Gloria, quien se siente orgullosa de saber todo el proceso y prefiere vender poco antes que maquilar para otros: “lo poco que vendamos, pero que sea para nosotros, no va a ser para otros, que nos vienen a explotar”.
En Matatlán hay buen mezcal sin etiqueta, como el que produce doña Beatriz Juárez Hernández, de 61 años, quien comenzó vendiendo galones de mezcal en la ciudad de Oaxaca, en una época en la que era una bebida poco apreciada en la capital.
Un palenque prestado y una pequeña tina fueron suficientes para que doña Bety infundiera vida a la bebida tradicional.
“Me iba a parar con el abuelito que revolvía mi tina, y veía cómo le hacía. Un día salió mi esposo y que me pongo a revolver la tina. De ahí empecé a meterme más todavía, a ver qué tanto de leña le echaban al horno, qué tanto de lumbre”.
El esposo de Doña Bety está presente cuando es hora de tapar el maguey, cuando lo acarrean y lo machacan. Su cuerpo físico no pisa el suelo terroso de Matatlán desde hace cuatro años, pero la maestra mezcalera no deja de hablarle en cada paso del proceso y siente su ayuda para dirigir el palenque que le dejó: Los Dos Leones.
“Soy mujer, soy grande, y de repente como que los señores dicen: ‘¿y por qué una mujer me va a mandar?’, porque sí, en verdad existen esos hombres todavía. Y yo les digo: ‘sí, quítele ese leño y póngale más acá y póngale más allá’. De mala gana, pero lo hacen”.
Las colas
Estuvieron ahí cuando el agave y el mezcal se pagaban barato. Cuando la crisis de la siembra se sentó a la mesa y el sol era la única luz que había para trabajar. En ese entonces el agua sólo llegaba acarreada a un terreno de la Carretera Internacional, en donde el padre de Virginia Hernández Romero construyó una fábrica piedra sobre piedra.
“Él siempre me decía: ‘ven, checa lo que es el horno, qué temperatura va a tener, qué tanto de leña se le pone, qué tiempo se tiene que calentar, la tina de fermentación qué tiempo tiene que estar’; sé hacer lo que es el mezcal tradicional de Matatlán que se ocupa para las bodas, que es de pechuga y todo eso él me lo enseñó”.
El palenque Mi Ranchito Hernández es el legado que con mucho esfuerzo le dejó su padre a Virginia, de 40 años, y a su hermano, Ernesto Hernández Romero, quien también es maestro mezcalero.
La Segunda Fiesta del Mezcal de Matatlán en 2023 es un hecho y las mezcaleras están listas para dar la cara, con orgullo, a una tradición que las excluyó del reconocimiento por muchos años: “No todos lo ven bien, pero aquí estamos y hay que seguir adelante. Aquí estamos, vivimos el mezcal”, concluye doña Gloria Santiago Romero.