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LEY MURPHY

LEY MURPHY

Las disputas (Salinas Pliego-Amlo)

A este escribidor le suele ocurrir mucho lo de la Ley de Murphy. La Ley de Murphy es una forma cómica y mayoritariamente ficticia de explicar los infortunios en todo tipo de ámbitos que, a grandes rasgos, se basa en el adagio siguiente: «Si algo puede salir mal, saldrá mal.». Me ocurre a todas horas, si ando en la fila de una caja de tienda de autoservicio, llámese Wal Mart, Sams o Cotsco o Chedraui cuesta menos, ocurre que, al pagar, la caja sufre una embolia o le entra el warning del cambio de caja y corte, o se atora o el cliente anterior tiene un problema que hace que mi espera desespere.

Me ocurre muy seguido en los boletos de estacionamiento. Una empleada me dijo que es que mi tiquet lo pongo junto al teléfono celular y de allí a que se desprograme.

Al igual cuando ando en los hoteles y me dan tarjeta de plástico tipo tarjeta de crédito. Cuando llego a la puerta de la habitación hotelera y meto la llave, en vez de verde se pone rojo, debo ir a la administración a que la reprogramen.

Ley de Murphy, esta frase, que denota una actitud “pesimista”, resignada y burlona a la vez ante el devenir de acontecimientos futuros, sería aplicable a todo tipo de situaciones, desde las más banales de la vida cotidiana hasta otras más trascendentes.

Pero en mi defensa, cuento que me pasa porque es lo más complicado que se me aparece en el devenir cotidiano de la vida, en lo demás hay salud, vida y bienestar, que es lo importante.

 

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EL GRAN ADOLFO SUAREZ

 

Deje para unos días comentar el fallecimiento del primer presidente de Gobierno de España, el gran Adolfo Suarez. He leído todos sus libros, su historia me impactó, sobre todo porque de una gran empresa al lado del Rey, llevar a España a la democracia, terminó en la soledad que da la penosa enfermedad del Alzheimer. Cuando el loco militar Tejero, en aquel llamado 23F, tomó a balazos el Congreso y un milico sacudió al vicepresidente, general Luis Gutiérrez Mellado, ya anciano, Suarez se levantó de su asiento y lo increpó. Él y el general fueron los únicos que no se ‘tiraron al suelo’, como les habían ordenado. Nunca llevó al suelo la dignidad de la presidencia de Gobierno. Eso le elevó a los altares de los dignos y valientes. Y he leído sus historias en libros, narradas algunas por Gregorio Morán y, más recientemente, “Puedo prometer y prometo”, un lema de campaña escrito por su jefe de Prensa de siempre, Fernando Ónega. Fue un hombre de su tiempo y fue despedido con un funeral digno de un exjefe de Estado. Con el rey, reina, príncipe, los expresidentes y el Congreso y el pueblo, quien le admiró. Su vida al final fue un calvario, al morir su hija de un cáncer, el hijo le llevó la mala nueva, Suarez ni se imaginaba quién moría, solo preguntó si la había enterrado. Una foto señera vivirá, el Rey Juan Carlos quiso visitarlo y el hijo les retrató de espaldas, en la lejanía, en la soledad de esos dos que un día dieron batallas memorables por España. Suárez Illana, hijo del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez, aquejado de Alzheimer, declaró el 31 de mayo de 2005 que su padre no recordaba “que fue presidente del Gobierno” y que no conocía “a nadie”, lo dijo en un programa de TVE en el que contó que el ex presidente supo, “hasta la pérdida casi completa de sus facultades mentales”, dos años atrás, “de la enfermedad que padecía, y que trató siempre de disimularla” para evitarles sufrimiento.


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