La frivolidad vivía en Los Pinos
 
						 
			Una de las características del neoliberalismo es la frivolidad política, la cotidianeidad vacua del poder, que después contagió a la frivolidad mediática y hasta la frivolidad religiosa. La que abarató algo más que la moneda, el oficio de la política y devaluó mucho la responsabilidad presidencial.
Este salto circense al vacío inició la decadencia de la investidura presidencial en México, fue instaurada por José López Portillo, a quien algunos insisten en llamar inexplicablemente el último presidente de la revolución, cuando en realidad fue el primer presidente de la frivolidad.
Despojó a la presidencia de la solemnidad pero también de la responsabilidad, tanto que lloró como niño, en nombre del espectáculo que había vivido desde que llegó a Los Pinos.
También fue el primer presidente sin oposición, compitió sin oponente en las urnas, lo cual le permitió todo tipo de excesos, como jugar tenis en horas hábiles, todos los días.
Fue el impulsor del apapacho a los chayoteros prohijó seres despreciables desde sus oficinas como el Dóriga, quien nunca terminó la carrera de derecho pero es millonario con el dinero del pueblo y quien le abrió la llave del erario clandestino fue Portillo.
Hasta aquí cuenta con dos conductas imperdonables que hicieron escuela en la administración pública, hacer como que trabajan y pagarles a los periodistas para que digan que sí trabajan.
López Portillo veía con mucha naturalidad las diferencias sociales, a pesar de vivir tiempos en una Latinoamérica con golpes de Estado militares en diferentes países de Sudamérica, las guerrillas urbanas exaltaban movilizaciones revolucionarias, creaban una cultura que se reflejaba en libros canciones, películas, como Estado de sitio, dirigida en 1972, por el griego Konstantinos Costa Gravas, narra la guerrilla de los Tupamaros en Uruguay. Pero sólo tenía ojos para la banalidad, obsesivo cliente del Teatro Blanquita, con una esposa pianista, muy mala por cierto, vivía en un mundo feliz.
Se consideró un privilegiado y, por lo tanto, trabajó para marcar, más aún, las diferencias sociales.
Provenía de la Secretaría de Hacienda de ahí fue a la competencia sin rival, por la presidencia. Eran tiempos en que todas las secretarías de Estado las encabezaba un abogado. Hasta salud y educación.
López Portillo sólo sabía que existía una sociedad fracturada, pero consideraba que el destino así lo había determinado, porque vivía en un mundo etéreo donde su hermana era una especie de Sor Juana redimida y bruja de Catemaco.
“Margarita López Portillo y Carmen Romano también trajeron brujos de Catemaco y participaban en ritos ceremoniales y sesiones en las que supuestamente se presentaban seres extraterrestres que daban consejos acerca de cómo gobernar al país.”, destacó Francisco Ortiz Pinchetti a la revista Proceso.
En un ambiente relajado, tenía al pueblo engañado a través del tratamiento de la chayoterapia a los periodistas, que pintaban un país inexistente. Por ello es inexplicable que ahora haya quienes añoran un país que nunca existió. Los nostálgicos de la nada.
La tierra prometida no fue otra cosa que una mentira adaptada como montaje nacional televisivo.
Su delirio llegó a grado tal de creerse Quetzalcóatl, probablemente por lejano y etéreo.
Antes de que el pueblo le reclamara su frivolidad, eligió la actuación como refugio a su torpeza y así evitar sucumbir ante su propio mito. Pero, en realidad no sabía nada acerca de su responsabilidad histórica. Dejando la investidura presidencial convertida en un mal chiste.
Calcular la aparición del neoliberalismo a partir de la llegada de Miguel de la Madrid, sería darle mucho crédito a su mediocridad, hubo quien le allanó el camino, al debilitar la crítica de la sociedad partir de la manipulación periodística y la represión.
Tendió puentes para que la maquinaria pesada del neoliberalismo pudiera asentarse con comodidad, a sabiendas de que despojaría de sus derechos a los pobres a quienes, al principio de su sexenio, Portillo pidió perdón.
Injustificadamente también, se le adjudica a Peña Nieto ser el primer presidente frívolo por casarse, en segundas nupcias, con una actriz corrupta de telenovelas de Televisa. Lo cierto es que el primer presidente frívolo fue López Portillo, nunca superado siempre imitado, quien gobernó un sexenio que pareciera no haber existido.
 
		