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La desintegración familiar

La desintegración familiar

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Por Manuel García Javier.

Los chismes, rumores y descalificaciones que circulan sin freno en redes sociales y medios de comunicación, despedazan la moral de unos y otros porque han dejado de ser simples habladurías. Hoy son armas políticas que siembran odio, dividen familias y fracturan comunidades enteras.

En Tabasco, la polarización ha alcanzado niveles preocupantes: ya no se trata de debates entre partidos, sino de verdaderas guerras domésticas donde la mentira y la manipulación emocional sustituyen a la razón.

Esa pugna entre civiles, partidos y oficialismo ha terminado por intoxicar el ambiente social. Vivimos una época de resentimientos colectivos, donde cada quien defiende su “verdad” sin reflexión. Las consecuencias no son abstractas: se sienten en el ánimo del pueblo, en la desconfianza entre vecinos, y sobre todo, en el deterioro del núcleo más sagrado de la sociedad: la familia.

Y aquí está el punto central. De todo esto, la niñez está pagando los platos rotos; hay bajo rendimiento, deserción, problemas de aprendizaje, baja autoestima y alteraciones de conducta que son reflejo de hogares deshechos y de una sociedad en crisis moral. La desigualdad educativa y el aumento de la delincuencia juvenil no nacen de la nada: son hijos legítimos de la descomposición familiar y del abandono institucional.

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En las escuelas se palpa el drama: cada vez hay más alumnos cuyos padres están separados o ausentes. Los maestros, por más que luchen, no pueden compensar en cuatro horas lo que la calle y la casa destruyen en el resto del día. Se observa con tristeza que llegan niños sin desayunar, con comportamientos agresivos, falta de respeto, síntomas claros de desatención emocional.

Mientras tanto, los responsables de envenenar el clima social siguen jugando con la fe y la paciencia del pueblo. Se erigen como jueces de la verdad, pero sus palabras no construyen: destruyen. Y el costo no lo pagan ellos, sino la sociedad que dejan dividida y los niños que crecerán en medio del caos emocional que ayudaron a sembrar. Tabasco no necesita más voceros del odio. Necesita líderes con serenidad moral, medios con ética, y ciudadanos que entiendan que la verdadera transformación empieza en casa… Pónganse la mano en el corazón y recapaciten. Es todo.


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