Un Vía Crucis que interpela: el camino de Jesús recorre las calles


Roma, 18 de abril de 2025 — “La vía del Calvario pasa por nuestras calles de todos los días. Nosotros, Señor, por lo general vamos en dirección opuesta a la tuya”. Con estas palabras dio inicio el Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo de Roma, una celebración que, más allá de su solemne tradición, se convirtió en una profunda invitación a repensar el rumbo de nuestras vidas.
A pesar de su ausencia física debido a su convalecencia, el Papa Francisco marcó la pauta espiritual del acto al preparar personalmente las meditaciones que guiaron cada estación del viacrucis, presidido por el Cardenal Baldassare Reina, Vicario General para la Diócesis de Roma. Bajo la luz cálida de miles de velas y ante más de 20 mil fieles congregados, el Coliseo se transformó una vez más en un santuario viviente de oración, memoria y compromiso.
Un reflejo del mundo actual
Este año, la cruz fue llevada por manos diversas que representan los rostros del mundo contemporáneo: jóvenes, migrantes, trabajadores sanitarios, personas con discapacidad, voluntarios, educadores y miembros de Cáritas. Cada grupo ofreció su caminar como una plegaria por los más vulnerables: los enfermos, los hambrientos, los encarcelados, los que viven en la duda o han perdido la fe.
“También los jóvenes se fatigan y los adultos tropiezan”, recordaba una de las meditaciones, reflejando la experiencia común del sufrimiento, pero también la promesa de renovación que encierra la esperanza cristiana. La cuarta estación, el encuentro entre Jesús y su Madre, evocó una de las imágenes más conmovedoras del Vía Crucis: la ternura del amor que permanece incluso en medio del dolor más profundo.
Un Vía Crucis que interpela: el camino de Jesús recorre nuestras propias calles
Silencio que habla, oración que transforma
Más allá de las palabras, fue el silencio compartido por miles el que marcó uno de los momentos más intensos de la noche. Con la mirada puesta en la cruz, símbolo de un amor sin condiciones, los fieles elevaron una súplica por la paz y por una Iglesia más unida: “Si hoy la Iglesia parece una túnica desgarrada, enséñanos a tejerla de nuevo con tu amor”.
Durante la undécima estación, las meditaciones resaltaron la cruz como signo de reconciliación y renacimiento espiritual: “Enséñanos a amar”, se pidió colectivamente, reconociendo que solo la luz del amor puede disipar las tinieblas que nos rodean.
El clamor de un mundo que busca redención
La duodécima estación revivió el momento cumbre de la muerte de Cristo. Las palabras del Evangelio de Lucas —“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”— resonaron como un eco atemporal que interpela a los corazones de los presentes. Fue un instante para recordar a quienes miran a Jesús desde lejos, para que ese mirar se transforme en encuentro y conversión.
El acto concluyó con una oración profundamente franciscana, una invocación humilde por la luz interior, la fe recta y el discernimiento para vivir según la voluntad divina. El Cardenal Reina impartió la bendición final, cerrando un Vía Crucis cargado de simbolismo, pero sobre todo, de humanidad.
Un llamado a cambiar de dirección
Más que un rito, el Vía Crucis de este 2025 fue un llamado directo a tomar el camino de Jesús —el camino del amor radical, del perdón, de la entrega total— en medio de las encrucijadas diarias del mundo moderno. “El Vía Crucis es la oración del que se pone en marcha”, se escuchó. Y este año, miles de corazones, desde Roma y más allá, dieron ese primer paso.