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¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

¡OREMOS AL SEÑOR! Padre Santísimo: en esta madrugada tan fría, te dirigimos este cálido saludo, que ni la baja temperatura fue capaz de enfriar.

Nos hemos cuestionado bastante sobre nuestra herencia genética que en muchas ocasiones es tan nefasta que nos vemos en la necesidad de arrojarla lejos de nosotros.

Es muy cierto que hemos heredado mucho de nuestros padres, pero de ellos tenemos también, esos detalles que afean nuestro carácter, nuestra salud, nuestro estado de ánimo tan cambiante, nuestra conducta y nuestra actitud.

También admitimos que de ellos tenemos en la genética algunas maldiciones que debemos deshacernos total y completamente de ellas para poder ser más que bendecidos por ti, padre maravilloso.

El ambiente en el que nos movemos es propicio para desarrollar esos genes ya sean buenos o malos. Por ejemplo: el gen del alcoholismo, de la drogadicción, de la inmoralidad sexual, de la injusticia, del constante divorcio, del temor, de la falta de esperanza, de perseverancia, de constancia y de pasión.

¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

El gen de la tibieza espiritual, de la religiosidad, de la irresponsabilidad, de la indolencia y del mal humor. El gen del conformismo, de la indiferencia, de la infidelidad, de la mentira y del descontrol.

Aún en enfermedades reincidentes en la genética familiar, tales como el cáncer, la diabetes, los males renales, los hepáticos, cardiovasculares, cerebrales, nerviosos y hasta los complejos e inconformidades físicas.

Todo esto nos deja una marca que nos distingue de todos los demás y nos impide ser seres extraordinarios de alta excedencia, de alto rendimiento, de excelente servicio y de amplia proyección.

Tal vez algunos, padre bendito, los confundan con la “falsa humildad”, sin reparar en lo que tu hijo Amado nos pone como imperativo: “Ustedes son la sal de la tierra.

Pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo lo recobrará? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.” (San Mateo 5:13).

Un verdadero hijo tuyo, reclama esta calidad extraordinaria y fuera de serie. Como sal de este mundo, estamos para imprimir sabor, gusto y atractivo a todas las actitudes de nuestro diario vivir.

El ser “LA LUZ DEL MUNDO”, reclama de nosotros el tener una excelente preparación, un conocimiento basto, una habilidad destacada, una capacidad amplia, una destreza extraordinaria y una sabiduría excepcional.

Tu hijo amado Cristo, es quien nos da una orden ineludible en medio de nuestra humana fragilidad: “¡Sean perfectos, como mi padre celestial es perfecto!”

Y, este mandato divino es el que nos hace más aceptos a tu mirada, porque tú nos hiciste desde el principio “dignos de proyectar tu imagen y tu semejanza ante todo nuestro entorno familiar y social.

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También como parte de tu divina genética está el SER MISERICORDIOSOS, COMPASIVOS, SERVICIALES, JUSTOS, LIMPIOS DE CORAZÓN Y HACEDORES DE TU DIVINA VOLUNTAD.

En honor de tu hijo amado, hoy estamos dispuestos a deponer nuestra actitud arrogante, necia y absurda, para ser depositarios dignos de esa genética divina que debe ser muy, pero muy nuestra.

Hoy nos despojamos de esa genética enfermiza, mezquina y antisocial, para reclamar y arrebatar lo que desde el principio nos correspondía y así ser dignos de llevar a mucha honra tu imagen y tu semejanza los años que tu divina voluntad señalen.

¡Gracias, Santísimo Padre! Ante tanta belleza, tanta altura, tanta distinción que de ti hemos heredado de manera inmerecida, te manifestamos que lo más valioso que llevamos en nuestro corazón es tu divina palabra de vida y confesamos unánimemente:

“¡Tus estatutos son mi herencia permanente! ¡Son el regocijo de mi corazón!” (Salmo 119:111). Tus divinos mandatos son la salvaguarda que preserva, pone en acción tu divina semejanza y nos hace saltar de júbilo.

Porque esa distinción es la que nos remonta al mismo cielo para arrebatar todo cuanto nos pertenece y todo cuanto necesitamos por ser tus hijos muy, pero muy amados en quienes te complaces.

A quienes distingues, a quienes honras y a quienes destinas todo lo bueno para que, en medio de su lucha, tengamos gozo, paz, salud, bienestar y la esperanza de una eternidad gloriosa. Padre Santísimo: ¡Bendito seas, desde ahora y para siempre! Amén. P. Cosme Andrade Sánchez+


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