ORACIÓN “¿Cuál es tu actitud ante la cruz de cristo?
¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!
Padre Santísimo: Hemos madrugado y hemos venido a tu presencia con la velocidad de nuestra mente, porque tenemos la tremenda inquietud de analizar, ¿Cuál es nuestra actitud ante el Divino Crucificado?
Allí es justo donde vemos las dos clases de cristianos que estamos ante Cristo, quien está demostrando el indecible e incomprensible amor que tiene a nuestra humanidad.
Dimas y gestas son dos ladrones de oficio que están junto a la Cruz de tu hijo amado. ¡Ambos están más cerca que ninguno de nosotros!
¡Ambos se dan cuenta que ellos sí que están pagando un adeudo con la justicia, pero ven a Cristo, quien está vivo, soportando los dolores, el abandono de los suyos, suplicándote, Padre Santísimo, que no les tomes en cuenta ese pecado a quienes lo han crucificado, se burlan de él, lo escupen y lo maldicen.
Ellos ven la actitud de los sumos sacerdotes, de los escribas y fariseos que por envidia y refinada maldad, lo han condenado a ser contado entre los malhechores y ser uno más de los malditos que cuelgan del ignominioso madero de la Cruz.
¿Cuál es tu actitud ante la cruz de cristo?
Padre Santísimo: el ladrón que estaba a su izquierda, en vez de aprovechar la oportunidad de ser salvo, se atreve a injuriarle:
“Si Tú eres el Cristo, ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! “El buen Dimas, ante este reproche injusto, exclama muy molesto por esta actitud tan insolente de su amigo: “¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; más este, ¡Ningún mal hizo! ¡No cabe duda que Dimas estaba más absorto en ver sufrir al Cordero de Dios, que hasta se olvidó de sus propios dolores!
¡Dimas estaba siendo testigo viviente de todo cuanto acontecía a este Hombre de dolores, condenado injustamente!
Dimas escuchó todas las palabras que Cristo pronunció desde lo alto de su Cruz, como un mensaje que caló hasta los huesos de todos cuantos lo oyeron con atención.
Es por ello, que, al oír que Cristo te ruega, oh Padre Santísimo, que no tomes en cuenta ese pecado de estos hombres que lo ajusticiaban de manera cruel, despiadada, irracional y sanguinaria.
Con lágrimas en sus ojos, ve que Jesús no era un ser cualquiera, sino el Cristo, el Ungido de Dios, que estaba colgado de la Cruz y con su muerte estaba salvando a la humanidad.
Era tal su concentración, que sin dudarlo, clama de todo corazón a Cristo y le suplica reconociendo en Él a su Salvador: ¡Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino!
Tu hijo amado, de inmediato le contesta: “¡De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso!”
Padre Santísimo:
Muchísimos hemos leído y hemos visto a tu hijo amado crucificado, que nos habla con toda nitidez la bellísima realidad de estar crucificando a diario nuestro yo para que muriendo a todo lo vano. Hermanos: ¡Elevemos nuestras almas al señor
Nuestros ojos del espíritu contemplen que muriendo a nuestros pecados y crucificando nuestras pasiones desordenadas, nuestros pecados, nuestra maldad, nuestra egolatría y nuestros desenfrenos, suplicantes le digamos a nuestro Divino Salvador, tomando la sabia actitud del Buen ladrón. ¡Él es tu Señor! ¡póstrate ante Él!”
Quien fue el más grande malhechor de toda la historia, pero que viendo a Cristo, escuchando su mensaje, a pesar de estar también crucificado y de que le rompieran sus rodillas para acelerar su muerte, seamos capaces de apoderarnos del mismo paraíso celestial.
Padre Santísimo: ¡Que los dolores, las penalidades, los sufrimientos, las enfermedades, las cárceles y toda suerte de atropellos, no sean distractores de nuestra salvación! ¡Queremos estar cerca de Cristo, pero jamás lejos de nuestra salvación! Amén.