El Grinch y las fiestas
El Grinch apareció en la escena pública como un grito silencioso de lo que nade se atrevía decir: el cansancio por las fiestas, la ruptura a una narrativa de alegría impuesta, un exacerbado consumismo, la banalidad como música de risas fingidas.
Aparece una mezcla de agotamiento, saturación y vacío envuelto en papel brillante. Si: vamos a decirlo con todas sus letras: Hay algo profundamente paradójico en estas fechas: se supone que son un tiempo de conexión, pero a menudo se convierten en una maratón de compromisos que nos desconectan de nosotros mismos.
El consumismo se vuelve un guion obligatorio: compra, regala, demuestra cariño con objetos. La agenda social se llena de reuniones que parecen más un trámite que un encuentro. La atención se dispersa entre luces, música, conversaciones superficiales y la presión de felicidad como fetiche.
Es cuando la felicidad se presenta como meta única y obligatoria que invisibiliza otras emociones legítimas como la tristeza, nostalgia o melancolía. También cuando se vende en forma de productos, cursos, slogans publicitarios o “lifestyle brands” que reducen la complejidad humana a un paquete de consumo.
La felicidad fetiche aparece al estandarizarla e imponer un modelo homogéneo de felicidad como viajar, tener pareja, éxito económico… y negar las formas singulares y comunitarias de bienestar. Es falaz cuando se instrumentaliza y usa como herramienta de control social o laboral (“sé feliz en tu trabajo”, “la actitud positiva es obligatoria”), convirtiéndose en mandato más que en elección.
Aparece entonces una verdad inadmisible en las fiestas: la sensación de estar presentes pero ausentes se vuelve casi inevitable.
Aparece un cansancio pertinaz. No es solo físico; es emocional y mental. Cansancio de sonreír cuando no hay ganas, de escuchar conversaciones que no van a ningún lado, de sentir que se debe cumplir con expectativas ajenas, de no tener un espacio auténtico para respirar…Es un desgaste silencioso, porque admitirlo parece casi un sacrilegio en una época que exige entusiasmo.
Lo que nadie admite de las fiestas es la saturación sensorial:Luces, música, compras, tráfico, ruido, gente… una sobrecarga constante que no deja espacio para la calma.
Tampoco la presión social de “estar feliz” y la superficialidad disfrazada de convivencia: Reuniones donde nadie escucha de verdad, donde todo es pose, donde la conexión real es la gran ausente.
Y admitámoslo: las ausencias y la nostalgia. Las fiestas también son un recordatorio de lo que ya no está: personas, etapas, versiones de uno mismo.
El Grinch ejerce una protesta silenciosa contra la pérdida de autenticidad. Una defensa del derecho a no participar en la farsa. Una invitación a recuperar lo esencial: encuentros íntimos, conversaciones que importan, pausas, silencio, presencia real.
Busquemos formas de sobrevivir a la época de fiestas y honrar lo que verdaderamente importa: la esperanza, las raíces y una remembranza que se mantiene viva aunque muchas veces sea silente…El primer paso es tener claro lo que en verdad importa para nuestra vida
