Traiciones que vienen
Hay de traidores a traidores, diría Kamalucas, un filósofo de mi pueblo.
La nueva composición congresista alista tres traiciones, o más, si se dejan. El dirigente del PVEM, Manuel Velasco Coello, apostó doble contra sencillo que ya tenían los tres votos que faltaban para que Morena se volviera una aplanadora y puedan comerse la Constitución en mayoriteo, y lo que se les atraviese. Faltan pocos días para saberlo. Nada hay peor que un traidor. La traición más grande que conoce la historia es la de Judas a Jesús. Hay otras menores, pero desgarradoras. Pinochet a Allende.
Desde que Julio César cayó abatido por uno de ellos, la historia los ha señalado como las peores sanguijuelas que habitan en el mundo. Aunque Ingmar Bergman asegura que peor que la traición es la soledad, muchos opinan que no. Qué nada iguala a la traición. ‘Un traidor -cito a Víctor Hugo- no es otra cosa que un déspota en apuros, que no puede hacer su voluntad, sino resignándose a desempeñar un papel secundario’. Amo la traición, pero odio al traidor, llegó a decir el mismo Julio César antes de que le mandaran apuñalado a platicar con San Pedro de cosas del poder y del Senado.
La palabra traición significa la violación a la fidelidad (esto último no es referencia a nadie, que quede claro), y traidores van y vienen por el mundo y muchas veces les va bien jugar el papel de Judas Iscariote. Les ve uno un día en un partido, por entrar a la política, y al rato están en la otra hoguera de las vanidades, o como becarios o como secretarios o como operadores políticos.
El ser traidor a veces tiene sus recompensas. Uno tira la capa del otro partido y busca refugio en el otro color, ser saltimbanqui tiene sus asegunes, y algunas veces sus recompensas. En el salmo 41:9, el Rey David, antes de que cantara Las Mañanitas, escribe acerca de la traición de un amigo cercano con quien incluso había compartido el pan. ‘hasta mi amigo cercano, en quien yo confiaba, a quien compartí mi pan, ha levantado su talón en contra mía’.
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