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Líderes de opinión en extinción

Líderes de opinión en extinción

Líderes de opinión en extinción

Todo empezó con la televisión, que, en un afán por ganar rating, convirtió en analistas políticos y comentaristas a los lectores de noticias y a partir de este giro hicieron de los admirados personajes a cuadro, faro de ilustración política y manipuladores de la realidad.

Cuando el poder cooptó la libertad de expresión, eligió a unos cuantos periodistas, muchas veces sin estudios de comunicación y algunos otros sin estudios de ninguna especie, para convertirlos en líderes de opinión.

Los líderes de opinión fue un grupo de escribanos que el gobierno, en complicidad con los medios, fue creciendo alrededor de loas a los gobiernos y servilismo a los gobernantes. Pocos estudios, corta inteligencia, fáciles de manipular, pero todos con una característica común: ambiciosos a ultranza.

Así, crecieron como parásitos del gobierno, con cargo al erario público una serie de comentaristas de la política que cobraban por todos lados y, por si fuera poco, hilvanados entre sí por relaciones con funcionarios públicos de altos vuelos, quienes le filtraban información cierta y falsa, que ellos difundían como real, lo cual les otorgaba grandes ganancias, pagadas con cheques del IMSS, del ISSSTE, de Obras Públicas, etc. se les daban concesiones, comisiones por negocios inexistentes, negocios personales, lugares para sus hijos en universidades públicas, becas en las privadas, entre otros privilegios.

La tendencia de los medios fue dando cada día más reflectores y la intensidad de las palabras de los “líderes de opinión” era mayor, a grado tal que llegaban a destapar candidatos y hacer que ganara o perdiera alguno de ellos. Desde luego que nunca atentaron contra el status quo, siempre disciplinados con los dueños del dinero y los amos del gobierno. Nada de críticas, mentiras sí, pero información que cuestionara la legitimidad de los gobernantes, nada.

Los comunicadores que cuestionaban la honestidad de los gobernantes, funcionarios públicos, legisladores de los gobiernos, eran castigados, cesados, amenazados, asesinados, desaparecidos, encarcelados, vetados, etc.

Así, fuero haciéndose no sólo ricos sino millonarios a costa de la pobreza de la gente. Cuando se descubre que cientos de niños con cáncer dejaron de ser atendidos en los hospitales de salud pública porque l presupuesto lo habían chupado ellos, la gente no sólo los dejó de tomar en cuenta como informadores sino como sus enemigos, incluso llegó a odiarlos, como mucha gente que se sintió defraudada, afectada y luego engañada.

Se hizo conciencia social del daño que le había hecho al país y una vez que se dieron cuenta de todo, la población empieza a dejarlos solos, sus programas bajan de rating y los propietarios de los medios los cambian, los desechan o los cancelan. Ahí están los ejemplos de Carmen Aristegui, Javier Solórzano, José Gutiérrez Vivó, entre otros.

Así ha sido la suerte de varios de ellos, quien sin el apoyo de su auditorio y las pérdidas de imagen en los medios para los que trabajan se les da de baja por inconsistentes en su trabajo. Pero ante la necesidad de reivindicar su orgullo dicen que fueron censurados, entonces se crea una lista que solitos descubren su origen por la forma de escribir y sus objetivos a defender.

Entre los que se dicen víctimas de censura están: Ricardo Alemán, despedido de TV Azteca, ADN40; de Televisa, Foro TV; y de Canal 11; Carlos Marín, cambiado de puesto como dirección editorial de Milenio; Carlos Loret de Mola, despedido de Televisa, Hoy; y de Radio centro; Jorge Ramos Pérez, despedido de El Universal; Carlos Ramos Padilla, despedido de ABC Radio; Adela Micha, despedida de Televisa ; y de El Heraldo; Rubén Cortés, despedido de la dirección de La Razón; Jesús Martín Mendoza, despedido de Radio Centro: Víctor Trujillo, de Televisa; y de Aire Libre; Pablo Hiriart, de La Razón, y de la Dirección General de Información Política y Social de El Financiero; Fernanda de la Torre, despedida de Milenio; Roberto Blancarte, despedido de Milenio; Guillermo Valdés; despedido de Milenio; Federico Berrueto, de Milenio; Sergio Sarmiento, de TV Azteca; Carlos Alazraki, corrido de TV Azteca y de El Universal. Y la última carcajada de la cumbancha: Azucena Azucena Uresti, de Milenio.

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Ninguno de ellos está fuera del aire, o en la banca, jubilado, o en el silencio. Los victimarios de la libertad de expresión son ellos. Siguen mintiendo en una frecuencia diferente, pero continúan haciendo daño.

Claro, en muchos casos son producto de recortes de personal producto de la suspensión o disminución del subsidio del gobierno, vía convenios. Otros dejaron de tener público ante el desenmascaramiento de sus verdaderas labores de encubridores, otros cambiaron de trabajo, otros pusieron su propio negocio de mentiras.

La mayoría de ellos se mantienen en otros foros, donde nunca han sido censurados ni despedidos, ni coartados. Simplemente gozan del subsidio que los conservadores otorgan a cambio de sus mentiras. Pero nunca censurados. Todos tienen dinero como para montar una empresa propia, dinero que le fue arrebatado al presupuesto, propiedad de los mexicanos.

Al ver estos “líderes de opinión” que su público disminuía, radicalizaron su discurso, colocaron en él cada día más mentiras, y colocaron en un sitio cuya ubicación desconocían: la crítica y empezaron a cuestionar sin pruebas, a acusar sin evidencias y a criticas sin bases. La inconsistencia que los caracterizaba terminó por volverse basura. Una basura muy bien pagada, por eso prescindieron de ellos.

Todos ellos se dicen víctimas, pero de sus propios excesos, se montaron en el tren de una represión inventada y de una supuesta censura que no existe ni en su imaginación porque mentir es su vocación. En eso cimentaron su apodo de líderes de opinión, una especie, por fin, en extinción


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