La condena del ermitaño
Ostracismo y soledad son el binomio maldito cuando se quiere acabar con alguien. Es la segregación y aislamiento el que “quiebra” el espíritu y deteriora la salud emocional y mental. El ermitaño es un condenado a la tristeza, aunque algunos personajes que representan esta figura, como Robinson Crusoe o los monjes budistas, puedan parecernos “románticos” en algún momento.
En el plano real, el anacoreta es el segregado, el aislado, al que se abandona y con nuestra indiferencia y silencio vejamos.
La cruel “ley del hielo” que se impone como una táctica de acoso escolar e incluso laboral, sintetiza en gran medida el doloroso poder de aislar y segregar al otro, de invisibilizarlo e ignorarlo.
Durante la pandemia mundial de Covid-19 el gran peligro que pendía sobre cada uno de nosotros era que uno de nuestros seres querido “muriera solo”. El abandono era el verdugo, la incapacidad de acompañar a nuestros amigos en sus duelos, la gigantesca sombra de soledad y aislamiento.
Hoy se combate una utopía: elevar el perfil de la soledad en la agenda política y pública. Esto por qué la privación social, el aislamiento y la soledad son cuestiones de derechos humanos desatendidas.
La soledad constante puede provocar riesgos para la salud, como una inmunidad reducida, depresión y suicidio. Su alta prevalencia a nivel mundial incide en que la socialización se considere un derecho humano.
Conectarnos socialmente cumple una tendencia natural a pertenecer. Según Aristóteles, sin amigos, no elegiríamos vivir, incluso si tuviéramos todos los demás bienes.
¿Sobrevaloraba la amistad? No. En términos muy sencillos explicaba nuestra proclividad a socializar, a intercambiar puntos de vista y pertenecer. Así como actualmente se valoran nuestras redes de contactos en los ambientes laborales, también se impone incrementar nuestras interacciones con los demás.
Incluso, existe una alta correlación entre el nivel de felicidad en el trabajo con el número y calidad de las interacciones que se tengamos con otros.
Quienes crecimos con la consigna de “no hables con extraños”, hoy debemos tener la osadía de volver a esos extraños amigos y ser capaces de entablar conversaciones circunstanciales con otros.
Las claves son encontrarnos con personas con intereses comunes y para ello las causas benéficas y filantrópicas son ideales, a la par que organizaciones profesionales, grupos de estudio o partidos políticos.
La conversación nos blinda de la depresión y del terrible dolor de estar desarraigado y vivir como anacoreta. En un mundo de gran soledad, porque en las sociedades altamente egoístas nos olvidamos de los demás, la otredad nos blinda del desarraigo y la perniciosa soledad. La interacción social nos aleja del estigma del anacoreta.