Experiencias deliberadas
ABANICO
Por Ivette Estrada
La edad no siempre incide en el nivel de experiencia de una persona, sino el grado en que compromete cada suceso e interacción como parte del aprendizaje continuo. La experiencia no es algo fortuito heredado con los años: se trata de un trabajo deliberado y continuo.
Aprender no se limita a leer libros o asistir a clases, no se encierra en el formalismo. Implica interactuar día a día con los demás. Nuestras experiencias y la forma en que las interpretamos se convierten en parte de quienes somos. Conforman nuestra vida y realidad, son parte de una narrativa que cada día escribimos, sea de manera consciente o no.
La vida no es lo que acontece, sino la manera en la que lo percibimos y más aún: cómo lo contamos. Formalmente se dice que se ejerce una retención selectiva. Lo asumimos como una criba que decanta sólo lo que deseamos. Pero esto no implica que tengamos un mundo idílico. Con esa percepción tan libre y única existe el riesgo latente de no aprender lecciones significativas o asumirse lecciones equivocadas.
¿Cómo ampliar nuestra capacidad de experimentar? A través de hábitos que modelan nuestra percepción. Estos son algunos de ellos:
Cerrar círculos. Es la capacidad de saber cuando algo finaliza: ciclos, estadios, relaciones. Hay quien establece metáforas del final con la música. Es recrear el acorde que determina el fin de algo, pero también un nuevo principio. Los símbolos son ricos para expandir nuestra capacidad de experimentar y dotar la vida de plenitud.
También permite asumir que existen los fracasos, por mucho que tratemos de invisibilizarlos o ignorarlos. Son parte de lo que construirá el éxito en un momento dado. Por ello, el fin debe enfocarse como la celebración a una nueva etapa y clarificar lo que se aprendió.
Un segundo hábito es “forzar la empatía”. Consagrar algunos momentos a determinar las razones de acciones y decisiones de los otros puede ampliar sustancialmente nuestra perspectiva. Hay quienes incluso comentan que es la manera más fidedigna de tener la mente abierta y receptiva a la diversidad e inclusión.
Y si, la empatía no es algo fortuito, como casi todo en la vida responde a una decisión. ¿Soy o no capaz de asimilar las motivaciones de los otros?
Un tercer hábito, también aprendido y que puede mejorarse a lo largo del tiempo, es la capacidad de escuchar. Es atravesar las palabras y darles la connotación de nuestros interlocutores a través de la contextualización y lenguaje no verbal. Los tonos de voz, inflexiones y la dubitación misma le confieren sentidos diferentes a las palabras.
El director teatral Konstantín Stanisavsky, por ejemplo, forzaba a sus autores a pronunciar una sola sílaba con distintos matices, implicaciones y significados. Incluso, un sí podía simbolizar un no.
Y el cuarto hábito para ampliar las fronteras de la percepción y enriquecer nuestra experiencia es el respeto. El asumir que cada uno somos únicos y bajo esa unicidad captar matices, adentrarse en otros creados y realidades, darse la oportunidad de conocer al otro tanto como nos esforcemos en determinar quiénes somos nosotros mismos.
La experiencia, en suma, es la atención a figuras sutiles en la vida.
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