Estigmas de la salud mental
ABANICO
Por Ivette Estrada
Desdeñamos a quien piensa diferente, segregamos al enfermo y lo etiquetamos con nombres atroces e hirientes. En esta conducta en realidad subyace nuestro miedo. No es vano: alrededor del 25% de las personas de 18 a 65 años padece alguna enfermedad mental.
El temor a ser parte de esta cifra nos lleva a exorcizar a quien sufre ansiedad, depresión, bipolaridad o conductas esquizoides con el desprecio y muchas veces también crueldad.
Casi mil millones de personas en el mundo tienen un trastorno de salud mental o de uso de sustancias. A nivel corporativo incide en altas tasas de ausentismo, desinterés, accidentes laborales, baja productividad e incluso suicidios. Es un secreto a voces que se exacerba en las economías emergentes, dice Marco Antonio Vázquez, experto en reputación organizacional.
Sin embargo, “la salud conductual presenta una peligrosa barrera que obstaculiza el tratamiento y las soluciones: la estigmatización”, refiere el también director general de Gralix Consulting, firma experta en manejo de crisis.
La vergüenza, prejuicio o discriminación hacia las personas con condiciones de salud mental o uso de sustancias, hace que tales condiciones a menudo se vean y tratan de manera diferente a otras afecciones crónicas, a pesar de estar en gran parte arraigadas en la genética y la biología, menciona Vázquez.
El estigma afecta desde las interacciones interpersonales hasta las normas sociales y las estructuras organizativas, incluido el acceso al tratamiento y el reembolso de los costos. Este “sesgo” presenta tres niveles.
El más arraigado ocurre cuando los individuos internalizan y aceptan estereotipos negativos. Convierte a una persona “completa” en alguien que se siente “roto”, asume que no es “normal”.
El estigma público o social es la actitud negativa de la sociedad hacia un grupo particular de personas a las que desacreditan, temen y aislan.
El estigma estructural, por otra parte, se refiere a la discriminación a nivel del sistema, como las normas culturales, prácticas institucionales y políticas de atención médica que no están a la par con otras afecciones de salud, que limita los recursos y las oportunidades y, por lo tanto, perjudica el bienestar.
“El estigma cierra puertas a la recuperación. Se rehúsan tratamientos sólo para evitar que los demás se enteren de que tienen un problema mental o conductual. Esto mina cada vez más la autoestima y empobrece el autoconcepto. Asimismo, cerca de siete de cada diez encuestados con altos niveles de autoestigma informaron haber perdido al menos un día de trabajo debido al agotamiento o el estrés, refiere el publirrelacionista.
Ahora, aunque las empresas no pueden cambiar las percepciones de la enfermedad mental por decreto, si pueden difundir que la salud mental y los problemas conductuales son curables, capacitar a los líderes y gerentes para que reconozcan los signos de angustia y eliminar el comportamiento discriminatorio.
“Incluso, se debe Incluir la neurodiversidad como parte de una agenda ampliada de diversidad, equidad e inclusión”, enfatiza Vázquez.
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Aunque no existen cifras al respecto, se cree que los ambientes corporativos inciden en gran parte en altas tasas de estrés, moobing y bullying. También se presuponen que estas profesiones son las que mayores riesgos de problemas mentales presentan son médicos y enfermeros, personal de la milicia y construcción seguidos de dentistas, trabajadores del campo y quienes laboran en la industria farmacéutica.
En cuanto a los ambientes más riesgosos para la salud mental Marco Antonio Vázquez dice que los focos rojos se deben concentrar en los workaholics, horarios de trabajo extensos y una economía familiar o personal magra, clima laboral hostil y demandante, así como la preocupación de los trabajadores por no ser reconocidos por su labor o por estar sometido a trabajos humillantes e injustos.