Cómo hablar con los muertos
El parteaguas de vida más triste es cuando nuestros padres se van de este plano que llamamos realidad, aunque es más verdad su recuerdo y voces: inextinguibles, absortas de los confines de este tiempo y geografía, libres e irrefrenables. Aparecen paradójicamente sin sonido, pero plenos de certezas.
Ellos están en la memoria, en los sueños, en cada rasgo de paisaje y…si. También en los soliloquios. A medida que pasa el tiempo me sorprende que hablo más con ellos. Diario, muchas veces al día, ocasionalmente en la noche. En las madrugadas siempre. Invariablemente aparece la conversación cuando el día abre los ojos, cuando parpadea somnoliento y el manto onírico aún permanece.
¿Hablan todos con sus muertos, con su familia en el cielo? Es una práctica que data de hace miles de años. Se parte de la idea de que la muerte no es tan determinante como el amor. Así, es imposible que termine con la línea de la vida.
Entonces tratamos de imaginar cómo serán ahora nuestra familia en el cielo. Mis padres tienen la piel traslúcida, incrustada de estrellas. El corazón sereno. Transmiten paz, alejados ya de los vaivenes e irrupciones de esta realidad.
Después que logramos “verlos”, muchos dicen que es imaginación, aparece una felicidad silente y clara, incluso inmotivada o sin razón aparente. Se inician entonces preguntas sencillas, luego más complejas. Incluso trascendentales. Al principio no se logra percibir una respuesta. Había un silencio denso que transmitía la convicción de no desaparecer jamás. Sin embargo, es el preludio a un diálogo.
Personalmente mis padres comenzaron a hablar conmigo. Tienen mi propia voz, pero ideas a veces radicalmente opuestas. Inicialmente imperaba un rumor desordenado en el que era imposible percibir cada una de sus palabras. Después me di cuenta: requería mayor concentración para volver nítidos sus vocablos. Ayuda mucho cuando pongo la palma de mi mano sobre el corazón.
Hay quienes prefieren mirar un espejo, mirar una imagen sacra, cantar muy bajito o solamente orar.
Se aquieta entonces la danza de la sangre y los crótalos del corazón se vuelven muy tenues. Es momento de percibir cada palabra. Mensajes fantásticos ahora aguardan.
Los más escépticos aseguran que es una psicodependencia. No obstante, a través de la historia las prácticas para hablar con los seres que ya trascendieron se mantienen. Es un deseo ancestral por no abandonar.
Ahora, rara vez es una conversación llena de frases e inflexiones. Se trata de mi propia voz, pero sé, o intuyo, que es la de ellos. Es ese fenómeno misterioso que aparece en los sueños: se traslapan figuras y rasgos, rostros que son “máscaras” de otros. Y si, mi voz silente se vuelve la de mis padres.
Alguna vez leí que alguien lloraba desolado por olvidar el rostro de sus muertos. Pero deben “verse” a través de los sonidos. La identidad está en la manera de emitir vocablos, en cómo se pronuncian, la elección que se realiza de cada palabra y la manera en la que forman oraciones que serán párrafos que se convertirán en cuartillas y después en libros…
La voz es la llave a evocaciones y consejos. Es el consuelo más nítido, la imagen de logros proverbiales y tiempos felices. E incluso la trascendencia. El sonido es manos y rostros, historia. Urdimbre de todo.
-¿Cómo puedo hablar con mis muertos?
Lo primero es asumir una verdad rotunda y simple: Estamos en lugares diferentes, pero el amor no termina con la línea de la vida. Y “ellos”, nuestros seres amados que ya tracendieron, tienen diferentes voces: recuerdos, nostalgia, sueños, naturaleza y coincidencias. Escucharlos sólo implica un breve silencio. El diálogo emerge después…