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Aquella mítica boda

Aquella mítica boda

Aquella mítica boda

A simple vista era una boda muy singular. Un poco extraña. La historia los registró a cada uno como una estrella. Ella era la mujer más sensual y más deseada del mundo, Marilyn Monroe. Él, Joe Di Maggio, el jugador de los Yankees de Nueva York, de raíces italianas. De los neoyorkinos Mulos de Manhattan.  En aquel tiempo de 1954, después de una cita a ciegas, y decirse el sí ante el Juez de lo Civil, ese matrimonio al que llamaron de la década solo duró 9 meses, lo que dura un parto.  Di Maggio paseaba su fama por los jardines centrales del mítico Yankee Stadium y bateando jonrones. Jugó 13 años ganando 9 temporadas para su equipo, un record insólito. Alguien escribió que “la cosa más fuerte que tiene el beisbol son sus ayeres”. Ella, Marilyn, en la intimidad debió ser mujer alegre. Tiene poses y fotos inmortales, como aquella que el aire del metro revolotea su vestido blanco. Un día al físico Albert Einstein, le dijo: “¿No cree que deberíamos tener un hijo juntos para que tuviera mi físico y su inteligencia?”. Albert solo sonrió y respondió con gesto bastante serio: “Desafortunadamente, temo que el experimento salga a la inversa y terminemos con un hijo con mi belleza y con su inteligencia”. El hecho podría resultar gracioso si no fuera porque no era del todo cierto lo dicho en esa conversación.

Marilyn vivió por y para Hollywood. Su vida fue una tragedia, enredada con los dos Kennedy, unos toros de miura que embestían como buenos bostonianos; murió en circunstancias muy sospechosas. Aún a los 61 años de su muerte, se duda de que haya sido una sobredosis de barbitúricos la causa. Morir a los 36 años es una tragedia, para ella lo fue. Pero estaba en su vida cuando fue feliz. El día que casó con el pelotero Di Maggio. Cuenta la historia que ella, de 28 años, luciendo como anillo de compromiso un diamante solitario de 3 quilates, prometió  “amar, honrar y alimentar” pero no obedecer a Joe, de 39 años. Tú a tus batazos y yo a mi vida del cine, habrá dicho. Cuando salieron de luna de miel, por Japón, ella acaparó a 75 periodistas que la entrevistaban mientras Joe aguardaba solo en un rincón. Pero fue quizá el hombre que más la amó. Fue el único que se preocupó de su entierro y el hombre que nunca más se volvió a casar tras separarse de Marilyn. El jugador de béisbol visitó su tumba tres veces por semana hasta el día de su muerte. Hablé del tema porque, perdida por allí, en un diario que juzgaba los vestidos de novias, vi a la Marilyn el día que casó con DiMaggio. Los cronistas de sociales de aquella época neoyorkina, la describen: ‘sencillo y sobrio conjunto de falda lápiz marrón oscuro con cuello en tonos marfil, unos peep-toes a juego, y un delicado bouquet de flores fue todo lo que necesitó para casarse con el legendario jugador del béisbol Joe DiMaggio, sin perder un ápice del glamour que la convirtió en todo un icono de la gran pantalla’. Yo veo más. A un reportero con libreta en mano abriendo una de las puertas. Otro abre la otra ala. Marilyn sonríe. La fama ya la perseguía. Escasos seis invitados dentro. Pocos se enteraron de la boda. Foto que registró la historia cuando los años 50s eran otros, y cuando el destino unió a esta pareja por solo nueve meses.

LA OTRA ANÉCDOTA

Otra anécdota curiosa, que probablemente marcó el destino de Marilyn, es la que ocurrió en mayo de 1962, en el Madison Square Garden, durante las celebraciones del cumpleaños del presidente Kennedy. El evento tuvo lugar justo diez días antes del cumpleaños número 45 de JFK. Había unas 15.000 personas presenciando la celebración.

Peter Lawford dio paso al escenario a Marilyn Monroe, quien se presentó frente al público luciendo el mítico vestido color carne que, años después, precisamente en 1999, fue subastado por el precio adjudicado de más de 1.26 millones de dólares.

La legendaria actriz, después de unos instantes de silencio, empezó a cantar «Happy Birthday, míster President».

Al acabar la performance, el presidente subió al escenario, dio las gracias personalmente a Marilyn, y mirándole a los ojos dijo: «Ahora, después de haber escuchado tan dulces saludos, también puedo retirarme de la política».

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Una vez acabada la dulce y apasionada actuación de Monroe, se hizo evidente la relación clandestina entre el presidente y la actriz. Y fue por esta esta razón que Kennedy tuvo que cortar sus relaciones con Marilyn, hecho que probablemente aumentó su ya importante depresión. Hoy en día, pensándolo en retrospectiva, tal vez podamos decir que Marilyn, aquella noche, decretó su fin.

 

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