Intersección del carisma y la reputación
ABANICO
Por Ivette Estrada
En una era donde la credibilidad es el bien más preciado en personas, instituciones y marcas, se percibe un afán desmedido por crear una buena imagen. Sin embargo, no es algo inmediato o que pueda adquirirse como cualquier APP.
No existen algoritmos infalibles, pero si nos adentramos a los elementos que la constituyen, a su anatomía básica, podremos generar una alta dosis de credibilidad en nosotros y en las organizaciones en las que nos involucramos.
Así, construir una reputación sólida implica desarrollar una narrativa coherente en la que deben prevalecer nuestros valores personales. Aunque existen muchas definiciones de coherencia, las más asequible es la que menciona la sintonía entre lo que se piensa, hace y dice.
Ahora, el preludio de este primer paso es un acto de autoreflexión muy profundo acerca de quiénes somos y qué queremos representar. Esto es tanto a nivel personal/profesional como desde el punto de vista corporativo para las empresas y marcas. La identidad es el factor primordial o esqueleto de la reputación. En torno a ésta aparecerán los valores.
Es decir: quiénes somos y cuáles son las características que queremos enfatizar. Cuando ya se tiene esto claro procedemos a decantar por tres posturas esenciales: proactividad o rol relevante en lo que somos y en la manera como queremos que nos identifiquen, reactivo o ligado a las acciones y percepciones de los públicos o silencioso y que evita el escrutinio.
¿Cuál de estas tres posturas resulta ideal? Depende de lo que se quiera transmitir y de los valores que queramos que sean parte de nuestra identidad. Es decir, debe existir coherencia entre la personalidad propia o de marca. Esto también conforma la coherencia que es sustancial en la credibilidad y, si nos vamos más allá, conforma la esencia del “carisma” o atracción.
Quien imita discursos, posturas, lenguaje verbal y hasta tonos de voz de otro, recibe un rechazo instantáneo y unánime sin importar que sus causas sean unánimemente aceptadas: el mensaje se diluye y el “vocero” se desdibuja o adquiere la etiqueta de farsante.
El siguiente proceso es clarificar la personalidad y, a la par, la narrativa en la que se discurrirá y presentará.
Debe considerarse que esta historia puede operar muy bien en un nicho específico de mercado o público, pero no podrá “duplicarlo” en un grupo o contexto diferente, de ahí el valor de apegarnos estrictamente a lo que somos. Esto podrá generar una aceptación en un target específico aunque no en todos. Coloquialmente decimos que “no existen balas de plata”.
Es momento de divulgar a las partes interesadas claves y construir mensajes claves que refuercen nuestra imagen pública y abonen a la credibilidad. En general las directrices a nivel empresarial las establece el CEO de la firma, pero personal dedicado a las relaciones gubernamentales y de prensa pueden brindar excelentes resultados en la exposición de una personalidad de personas o marcas.
Y es bueno recordar que la reputación no se construye a partir de una característica única o aislada, es la expresión de quiénes somos: valores, ideas, actuación, compromiso social, experiencia y un largo etcétera que corporativamente puede sintetizarse como la gestión empresarial.
En suma: el carisma es la unicidad de un ser (persona, empresa, marca) y la reputación es todo lo que somos y divulgamos. En ambas, la autenticidad y coherencia son factores intrínsecos.
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