EL AZAR DE LA MUJER RUBIA
Leer libros ahora es una hazaña, en primer lugar, porque son caros, en segundo porque hay tantos que uno necesitaría cuatro vidas para leerlos. Tengo guardados algunos para la posteridad, que ni siquiera el celofán he quitado. Hace tiempo, por 18.50 euros me hice de él. Es un escritor que suelo leer y algo le aprendo cada que le leo. Manuel Vicent, valenciano, escritor y periodista del diario El País, la estrella dominical en la contraportada de ese afamado diario.
El libro lo leí a gusto, después de “Aguirre el Magnífico”, la historia de Jesús Aguirre, el segundo esposo de la Duquesa de Alba, Vicent llega con una historia entrelazada entre la ficción y la realidad que pinta la España cañí, “El azar de la mujer rubia”, se llama el libro de 259 páginas donde toma como personaje principal a tres figuras: el primer presidente de Gobierno de España, Adolfo Suárez; el rey Juan Carlos y Carmen Diez de Rivera, una rubia de ojos azules rasgados que el príncipe recomendó a Suárez cuando dirigió la TV del gobierno y se especuló mucho que fue amante de ambos. Mujer que tropezó con la pared de la vida al enamorarse de un hermano de sangre sin saberlo. Hija ilegítima de un yerno de Franco. La historia de Adolfo Suárez es conmovedora. Una vez, retirado ya de presidente acompañó a su hijo a un mitin público.
Aznar estaba a un lado. El que ha sido considerado el mejor jefe de Gobierno, al leer unas líneas comenzó a divagar. Voy con el libro de Vicent: “Adolfo Suarez González había salido del bosque para irrumpir en la precampaña electoral del Partido Popular en 2003. Para apoyar la candidatura de su hijo, en las campañas autonómicas de Castilla-La Mancha, contra José Bono. Llegó al recinto ferial de Albacete en medio de grandes aplausos de cuatro mil partidarios. Comenzó a sonreír de forma extraña. “No me aplaudan tanto, que soy de lagrima fácil”, exclamó. El delirio se produjo cuando llegó Aznar y lo abrazó en el estrado. Suárez empezó a leer unos folios. Enseguida los suyos advirtieron que la cosa no iba bien.
Él, sin darse cuenta, estaba leyendo el mismo folio varias veces. “Perdonen. Creo que esto ya lo he leído antes”, murmuró. El desliz no importó a nadie, pero todo el mundo supo que algo raro estaba pasando. Suárez comenzó a reafirmar los valores de la libertad, la democracia y la tolerancia, pero lo hacía como alguien que se había extraviado en medio de la niebla. Sonó la música del himno del partido para acallar aquel desvarío mientras él tenía un recuerdo para su esposa Amparo, y les aseguraba que su hijo no les defraudaría nunca. Las palabras de José María Aznar, asfixiado por el intenso calor que hacía en el pabellón, cerraron el acto. “Hoy estás en tu sitio, apoyando las ideas de tu hijo y de todos nosotros, que son las tuyas, y de las que nos consideramos herederos”.
EL INFORTUNIO
A partir de aquel día todo fueron sombras. Desde ese momento a Suárez le atacó el Alzheimer. Desde ese día él no sabe quién es. Ni qué día, ni qué hora, ni qué tiempo perdido vive. No conoce ni reconoce a nadie. Hace algún tiempo el Rey Juan Carlos le visitó en su casa: “¿Tú quién eres?”, preguntó a Su Majestad. El Rey le contestó: “Soy uno de tus mejores amigos”.
Esa vez de esa visita, el hijo les tomó una foto de espaldas al padre y al Rey. Esa foto cariñosa donde el Rey pasa afectuoso el brazo sobre el hombro de su primer presidente de la Transición, ganó el Premio Ortega y Gasset a la mejor información gráfica. Y se volvió tan humana en el recuerdo del gran Adolfo Suárez, que tampoco recuerda la acción heroica cuando el golpista Tejero quería interrumpir la democracia y tomó a fuego el Congreso de los Diputados, en el 23-F. Esa vez, Suárez le enfrentó cuando jaloneaba al general Gutiérrez Mellado y, en el asiento del presidente de Gobierno, cuando el golpista ordenaba que se tiraran al suelo, Suárez elevó la historia de esa España que olía a golpe, permaneciendo sentado. Con dignidad propia de un jefe de Estado.