La impostura de Xóchitl
Jorge Meléndez Preciado
Los grupos de izquierda éramos pequeños. El más numeroso, PCM, tenía presencia en muchos lugares del país, aunque su militancia no era de varios miles, pero se le perseguía como si fuera a derrocar al PRI.
Xóchitl Gálvez dijo que era de la Liga Obrera Marxista (LOM), una variante que se conjunto en el PRT, ya que había otras agrupaciones en dicho partido.
Uno de sus dirigentes, Edgar Sánchez, quien fue el gran promotor de la campaña de Rosario Ibarra de Piedra (1988), no recuerda haberla conocido (entrevista con Julio Astillero, 5 de junio) ni algún otro de los que militaban en esa tendencia progresista.
Otros compañeros de esa corriente, amigos míos de Guadalajara y capitalinos, que colaboran en el portal periodistasunidos.com tampoco se acuerdan de ella.
En aquellos años, militar en estas filas de izquierda era ser seleccionado, participar en reuniones semanales, distribuir propaganda y conseguir financiamiento, ya que la consigna anticomunista: “el oro de Moscú”, era una vacilada.
Pero independientemente de ello, un ¿primo? de Hidalgo manda un video y dice que ella es hija de un médico y vivía en una casa, no de adobe, sino de ladrillos y bien montada.
¿Denuncia clara o denigración?
En la Comisión Nacional de Pueblos Indígenas, señala un informante muy serio y puntual, los huipiles que usaba eran básicamente comprados en Guatemala y de altos precios.
Además, dice el mencionado informante en el párrafo anterior, sus famosos edificios inteligentes (sic apendejado), eran utilizar tecnología en unas partes, remozarlos y venderlos a mayor precio. Lo que muestra su espíritu emprendedor, o sea neoliberal marcado.
Cuando grabó la fiesta de 75 años de Diego Fernández de Cevallos, donde estaban Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Carlos Slim y Porfirio Muñoz Ledo, entre otros, desapareció el video ante la molestia de La Ardilla (ya que no salía de Los Pinos con el hoy exiliado y callado en España, el tal Salinas), y no el mal motejado Jefe Diego (para conocidos articulistas).
Hay más tela de donde cortar de esta panista, que ha discrepado en algunas cuestiones, menos en el Fobaproa.
Dicho robo a la nación lo llevaron a cabo Ernesto Zedillo y José Ángel Gurría. Éste dijo en Palacio Nacional ante un grupo de periodistas que íbamos a reclamar por el asesinato de Manuel Buendía, que la deuda externa ya la había solucionado el “Presidente Salinas” (sic que se modificó en la deuda eterna).
Y el Fobaproa, para salvar a los banqueros, empezó en 400 mil millones de pesos; hoy es de más de dos billones y si acaso, tardaremos 40 años en liquidarlo, aunque ahora damos cada año a los organismos internacionales- donde Gurría ha sido funcionario importante, principalmente en la OCDE- más de 50 mil millones de pesos, únicamente de intereses.
José Ángel dijo que ya no le entrará a la sucesión presidencial, sino elaborará el Plan Económico para el siguiente mandatario de México (sic que le recuerda a su familia, amablemente).
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Ante ello, Xóchitl Gálvez saltó de gusto y elogió a tan ilustre neoliberal que entregó el sistema financiero a los banqueros privados.
Se ha dicho bien en la izquierda, y lo demostró Adolfo Gilly, el trotskista al que no recordó Gálvez: “no importa de dónde vienes, sino qué intereses representas”.
Otorgar limosnas, realizar ciertos fideicomisos para los jodidos (Carlos Slim es un ejemplo), ayudar a que estudien para tener mano de obra calificada para la inteligencia artificial y un largo etcétera, sirve de poco para lo sustancial: transformar el país con el fin de que haya menos desigualdad y un desarrollo sustentable (Alicia Bárcena).
Por cierto, un tecleador ataca a Claudia Sheinbaum porque es clasemediera y luchó porque la Universidad fuera gratuita y no de cuotas. ¿Algo hizo Xóchitl en este último aspecto o ha combatido a La Sosa Nostra de Hidalgo, libro prologado por Miguel Ángel Granados Chapa?
No. Nada.
Enfrentarse al poder es también denunciar el despojo económico de unos cuantos que apoyan a los grillos para después cobrar favores.
Y Xóchitl grita, vocifera, hace piruetas, aunque se sienta muy a gusto a comer con ellos y obedece a los ricachones.