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Las mañanas sin pensar

Las mañanas sin pensar

Las mañanas sin pensar
Columna Acertijos por Gilberto Haaz Diez

Hay mañanas que en el baño regaderazo, comienza uno a pensar qué demonios escribir. Tal tema que se vio por la tele o alguna convivencia que se haya cruzado en tu camino, entre el agua fresca, porque ahora la maldita calor nos tiene apretando y sudando aquellito. Las corcholatas andan del tingo al tango y la oposición aun no encuentra la brújula, cuando la encuentre se verán tocando la música como el hundimiento del Titánic. Día del Padre, donde muchas familias se congregaron en los restaurantes de sus ciudades. A nosotros nos tocó el antiguamente llamado Cuarto Tercio, hoy El Rincón del Moro, donde lo atiende su dueño y chef, Ángel. Una gente de mucho trabajo en la restaurantería. Está ubicado donde era el antiguo Toreo de Orizaba, hoy Centro de Espectáculos Luis Gutiérrez Príncipe. Ya me habían hablado bien de ese sitio, y por allí llegamos a un bufete de mariscos. Había casa llena y eso apuntala a los restaurantes, porque así conservamos los empleos. Di una vuelta por la ciudad y todos los sitios de recreo estaban llenos, con todo y el calor, algunos refrescan, como subir al Teleférico, porque en la montaña del Cerro del Borrego el aire pega diferente, con frescura, o al Tobogán de la Montaña, porque en la cumbre del Escamela, también el aire se siente como el del Guadarrama de España, en Madrid. Luego salí y encendí la radio y escuché en una estación de viejitos (como yo) aquella rola llamada Peregrina, que dejaste tus lugares, me acordé que una vez escribí de ella y husmeé en mis archivos personales cómo fue escrita esa rola leyenda, para enamorados.

PEREGRINA/AQUEL ROMANCE

“Por la tarde había llovido, y al cruzar por la barriada del suburbio de San Sebastián, la vegetación y la tierra recién humedecidas por el aguacero exhalaban esa penetrante fragancia que le es peculiar en tales casos. Íbamos en el auto. Alma aspiró profundamente aquel perfume y dijo: “Qué bien huele”, y yo, por gastarle una galantería le replique: “Si huele porque usted pasa. Las flores silvestres se abren para perfumarla”. Felipe Carrillo Puerto dijo al punto: “Eso se lo vas a decir a Alma en una poesía”. “No, le repliqué yo, se lo diré en una canción”. Y en efecto, esa misma noche hice la letra y al siguiente día vi a Ricardo Palmerín y se la entregué para que le pusiera la música. Así nació Peregrina”. Este texto histórico, cursi y meloso lleno de fragancias en flor, es un testimonio de una de las historias que se cuentan musicalmente de aquel idilio entre el gobernador yucateco, Felipe Carrillo Puerto, y la periodista norteamericana del The New York Times, Alma Reed, en una canción yucateca que sobrevive al paso de los años. Un amor que sirvió para que el poeta Luis Rosado Vega compusiera la legendaria canción, con letra de Palmerín. Dirán ustedes que ahora ando en la Trova Yucateca. No, ocurrió porque en mesa contertulia, unos terrablanquense platicábamos el pasado fin de semana de la historia de esa canción. Y me fui a hurgar en busca de cómo había nacido. A qué hora, en qué lugar. El idilio y el romance fueron de antología. No hay canción más hermosa para alguien que venía de tierras lejanas, como una peregrina que dejaba sus lugares, los abetos y la nieve virginal. Ella, de labios purpurinos y radiante cabellera, como el sol. Él, un político de aquel tiempo (1922), primer gobernador socialista de Yucatán, que se enamoró y fue inmortalizado en una canción yucateca. Se conocieron en una entrevista. Alma llamaba a Carrillo Puerto el ‘Lincoln mexicano’. Divorciado, preparaba su boda con la periodista cuando, en las revueltas de la revolución, fue fusilado por sus opositores. Comenzaba a escribirse y cantarse una historia de amor. Alma nunca se casó. Murió un 20 de noviembre, fecha simbólica para nosotros por la Revolución, y aquello, como en cuento de hadas con final infeliz, terminó.

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