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Bicicleteros de Madrid

Bicicleteros de Madrid

Las protestas contra la represión en Palestina han estado asociadas con la práctica de un instrumento de manipulación social llamada deporte, inexplicablemente todavía con muchos público en sus competencias que nada aportan a nadie, más que a los organizadores.

La violencia forma parte de un derecho que solo tienen los poderosos. Es decir, cuando se práctica contra los desvalidos, no tienen problemas, pero cuando es al revés, como sucedió en 1972 en Múnich, entonces recibe el nombre de terrorismo y la condena de todo el mundo.

Se difunde que la violencia no conduce a ningún lado y que nada se arregla cuando proviene como reacción de una agresión que la antecede.

La violencia que ejerce Netanyahu contra mujeres, niños, ancianos, hombres y mujeres palestinos desarmados todos los días, es legal para los fuertes, pero que no haya una protesta la matanza a través de simples ejercitadores del músculo, porque los medios se vienen encima como si se tratara de una reacción sin causa ni origen.

En los juegos olímpicos de Alemania, once miembros del equipo olímpico israelí fueron tomados como rehenes y asesinados por un comando del grupo Septiembre Negro, organización atribuida a la Organización de Liberación Palestina que encabezó Yasser Arafat.

Nadie debe morir, el problema original es que la muerte de los palestinos en los territorios ocupados, no es cuestionada en los medios y las reacciones violentas, producto de esas muertes, reciben la condena de una clase media poco ilustrada que prefiere la inconciencia de la observación pasiva de los deportes, a la responsabilidad social que impulsa verdadera información de la realidad.

Hace unos días, manifestantes propalestinos interrumpieron la Vuelta a España, donde uno de los equipos favoritos era de Sylvan Adams, empresario sionista dueño del Israel Premier-Tech, –presidente de la región de Israel del Congreso Judío Mundial, que representa a organizaciones judías en el mundo– cuya presencia en La Vuelta provocó protestas masivas desde el inicio del espectáculo y la suspensión en la ruta final.

Desde que se instaló en Tel Aviv en 2015, Adams, canadiense-israelí dedica parte de su patrimonio para evitar que Israel pierda la guerra por la imagen.

Ese día en Madrid, el alcalde, miembro del derechista Partido Popular, José Martínez Almeida, dijo, casi con lágrimas en los ojos, que había ganado la violencia sobre el deporte, nadie murió más que la mentira que quiere hacer parecer justo el asesinato de cientos de palestinos diariamente.

Se produjeron enfrentamientos entre la policía y los manifestantes, sin lesionados graves, a pesar de la saña de los policías madrileños contra las mujeres principalmente.

El evento del Grand Tour se convirtió en un campo de batalla, interrumpido por manifestantes, el equipo israelí, Premier Tech, antes de la carrera eliminó el nombre del equipo de sus uniformes, porque sabía que habría problemas. No pueden llamarse a sorpresa.

Hace unos dóias primer ministro español, Pedro Sánchez, se unió a Irlanda y Noruega al reconocer un Estado palestino el año pasado, y España se convirtió en el primer país europeo en pedir a un tribunal de la ONU permiso para unirse al caso de Sudáfrica, que acusa a Israel de genocidio.

En la guerra mediática de las que fueron campeones los judíos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ahora van perdiendo a pesar del chantaje histórico que impusieron como parte de la historia a través de películas y panfletos.

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Israel, así como la oposición española, acusaron a Pedro Sánchez, por la suspensión de la Vuelta.

El líder del conservador Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, máximo representante de la oposición, calificó de “ridículo internacional” la suspensión de la prueba.

Sánchez había expresado su “reconocimiento y respeto absoluto a los deportistas”, pero también su “admiración, a un pueblo como el español que se moviliza por causas justas, como la de Palestina”.

La vicepresidenta, Yolanda Díaz, estimó que “Israel no puede participar en ningún evento mientras siga cometiendo un genocidio”, aludiendo a la participación del equipo Israel-Tech, origen de las protestas.

Desde su inicio, la carrera ha sido escenario de manifestaciones a favor de Palestina.

El deporte es para practicarse, cuando se convierte en espectáculo enajena a sus indolentes espectadores y los vuelve no sólo insensibles sino indiferentes ante la realidad que quieren evadir, convirtiéndolos en cómplices del genocidio impune en Palestina.


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