Leyendo ahora
¿Para qué estudiar la memoria?

¿Para qué estudiar la memoria?

A diferencia de la historia, la memoria colectiva busca enfatizar en las identidades de pueblos específicos a través de sus sucesos

 

 Por Víctor Hugo Arteaga Aguilar

 

Si tuviera que decirlo de manera breve, sería porque busca generar empatía y fomenta una curiosidad por conocimiento genuino que nos lleva a la reflexión de nuestra identidad, nuestro presente y nuestro entorno global.

 

Esta es una respuesta corta y clara, relativamente comprensible; sin embargo, no explica el porqué de la premisa, es importante entender el por qué.

 

Durante todo un semestre se ha buscado comprender la medida en la que la memoria puede ser relevante en la comprensión de la historia y las relaciones políticas; cómo nuestras sociedades han abordado el tema y cómo deberían de hacerlo verdaderamente.

 

Esta respuesta por sí sola requiere explicación.

 

La memoria colectiva es la construcción de una visión identitaria por parte de un grupo, con base en elementos y sucesos históricos los cuales han sido relevantes para el mismo.

 

A diferencia de la historia, la memoria colectiva busca enfatizar en las identidades de pueblos específicos a través de sus sucesos, los cuales están asentados en una “historia” común que todavía impacta a las propias personas que pertenecen al grupo, a pesar de no haber vivido ciertos hechos.

 

Esto ha quedado en claro gracias a las distintas clases, la investigación del tema de interés y a experiencias como museos a lo largo del semestre.

 

Al iniciar el semestre no podíamos catar completamente las implicaciones de la memoria, ergo, solo entendíamos “teóricamente” el porqué y para qué estudiar la memoria.

 

¿Para qué sirve la memoria? ¿Por qué nos debería de importar algo que les sucedió a los armenios en la península de Anatolia hace más de un siglo? ¿Realmente tenemos algo que aprender de ellos?

 

Gran parte de las personas se encuentran totalmente desinteresadas por la realidad de otros lugares en el mundo, incluso la realidad de su propio país; están demasiado ocupados pensando en su presente para considerar siquiera lo que está pasando en alguna otra parte del mundo, mucho menos eventos históricos que sucedieron hace un siglo o más.

 

Se cree, sin embargo, que todos podemos aprender de situaciones pasadas, especialmente de la memoria, porque la memoria (re)construye la historia; y porque nosotros mismos también somos historia, puesto que nuestras decisiones también tendrán impacto en futuras generaciones de la misma manera que pasadas tuvieron en nosotros.

 

La historia no existe afuera de nosotros como humanos, es producto de nuestras propias acciones y son las personas con sus distintas acciones (ya sean “buenas” o “malas”) las que construyen su presente.

 

Conforme ese presente se convierte en pasado, sus decisiones influyen en las generaciones futuras. Por eso, creo, que el comprender la historia es comprendernos mejor, y al comprendernos mejor, construimos un futuro más consciente.

 

Ahora bien, parecemos estar divagando bastante en la historia, pero, ¿qué tiene que ver la memoria con todo esto? La respuesta es simple: la historia no es imparcial, necesita de la memoria colectiva.

 

Todos los regímenes, democráticos o no, tienen una versión de la historia promovida por los distintos gobiernos para explicar a sus poblaciones por qué están en el poder y cuál es su propósito.

 

Sin embargo, la diferencia radica en cómo lidia un estado con versiones alternativas de su historia, así como con cómo lidia con la reconstrucción de la misma.

 

Los países autoritarios tienen una tendencia a no tolerar versiones discrepantes de su historia que no exalten al régimen o la nación, imponiendo a la fuerza su visión de la historia.

 

Este tipo de historia no busca ser comprendida, sino relatada y adoptada como dogma.

 

A lo largo de la investigación se vió que en Turquía se prohibió hablar del genocidio armenio hasta inicios de este siglo; y que incluso hoy en día es un tema sensible que puede causar polémica en la población.

 

El estado turco ha promovido todo tipo de esfuerzos para blanquear su historia en cuanto a la serie de genocidios que cometió a inicios del siglo XX.

 

A lo largo de nuestra investigación se encontró que diversos académicos independientes denunciaron los esfuerzos de académicos sostenidos por el estado turco para negar o justificar al genocidio armenio.

 

En este aspecto, la historia en Turquía no es imparcial: la república se sostuvo mucho tiempo en invisibilizar a distintas minorías, para construir una historia que beneficiara a la nación.

 

Sin embargo, y a pesar de los intentos de censura del gobierno, existieron diversas voces (particularmente fuera de Turquía) que estuvieron dispuestas a hablar del tema y exigir justicia, en muchos casos siendo descendientes armenios que querían que la memoria de sus ancestros y su pueblo fueran reconocidas.

 

Gracias a esas voces la memoria y una visión distinta de la historia oficial turca ha sobrevivido.

 

También, con el paso del tiempo, sus esfuerzos han tenido fruto, puesto que paulatinamente países del mundo han reconocido el genocidio armenio.

 

Turquía, sin embargo, también se ha democratizado a cierto ritmo desde los años 90, distintos artículos leídos destacaron que con esta democratización ha sucedido una separación académica del estado, lo cual ha permitido que con el ritmo de las décadas, académicos armenios, turcos y de otros países se hayan podido reunir para tener un intercambio de ideas genuino en cuanto a la pregunta armenia, un intercambio que busque plantear una historia más completa.

 

Por esto, opino yo, la memoria colectiva complementa a la memoria histórica, y que cuando hay memoria colectiva, hay libertad de reflexión.

 

Turquía y Armenia no son los únicos casos en los que este argumento se sostiene; podemos ir a un evento más propio de la historia mexicana, la matanza de Tlatelolco, y el argumento se seguiría manteniendo porque, a pesar de que el escenario es otro, la esencia del tema es el mismo.

 

El sistema político mexicano venía de una tradición paternalista y autoritaria forjada en la posrevolución; el gobierno buscaba justificar su razón de ser a través de una narrativa que lo posiciona como heredero de las luchas por acabar con la desigualdad, la opresión y otros problemas provenientes desde la revolución (la cual buscaba terminar con tales problemas).

 

Sin embargo, el gobierno no pudo resolver estos problemas, y en algunos casos la estructura paternalista del régimen imposibilitaba luchar contra estas problemáticas: incluso antes del movimiento estudiantil habían existido protestas por parte de los médicos, los obreros y los campesinos, huelgas violentamente reprimidas.

 

La masacre del 2 de Octubre de 1968 no fue el único evento, pero es el más reconocible dentro de nuestra memoria colectiva; la memoria de aquellos alumnos del IPN que marchaban por su autonomía y de los alumnos de la UNAM por una mayor justicia social y libertad fue politizada por el estado mexicano, sin realmente ser recordada a nivel estructural.

 

Cuando México finalmente logró democratizarse, el cambio en las instituciones se vio reflejado en un distinto enfoque sobre la memoria; actualmente el movimiento estudiantil del 68 se volvió un momento recordado por México del cómo hoy en día tenemos libertades por las que alguien más peleó: la protesta, la autonomía y la justicia social.

 

Todo esto no hubiera sido posible sin la sociedad civil que buscó recordar a los participantes del movimiento estudiantil incluso cuando el estado buscaba justificar la masacre.

 

Ver también
Inseguridad plataforma electoral

Es así, entonces, como la memoria colectiva sirve como mecanismo para ampliar a la memoria histórica, como indicador del nivel de libertad de un país y como muestra de madurez por parte de una sociedad.

 

Mas así como la memoria puede servirle a una sociedad nacional, esta también puede tener implicaciones de mayor escala en la política global de los países.

 

Casi todos los países han sufrido de problemas de autoritarismo y la falta de una historia comprensiva; Armenia y México no importan nada más para la autocomprensión y la expansión del panorama histórico, también importan porque escenarios similares se están repitiendo en el mundo durante este preciso instante.

 

Hoy en día, en la región de Xinjiang (China) existen evidencias de que los uigures (la población aborigen de la región) están siendo “reeducados” en campos y que están siendo oprimidos por el gobierno chino, aunque es difícil saber lo que está pasando allí debido a que China ha cerrado esa región de cualquier contacto con el exterior.

 

Al mismo tiempo la identidad del pueblo palestino se ha visto amenazada por el conflicto israelí-palestino; Israel ha ocupado de facto a Cisjordania y ha respondido de manera desproporcionada al ataque del 7 de Octubre, matando alrededor de 66,400 civiles gazatíes desde entonces.

 

Ambos casos, por la destrucción de una identidad cultural y la muerte de decenas de miles, son una clara destrucción de la memoria colectiva.

 

El conocer la importancia de la memoria también implica el reconocimiento de situaciones actuales en la que esta se ve amenazada por diversos factores.

 

Pero, en el contexto político, la memoria no tiene exclusivamente una función que se podría considerar lúgubre, porque también tiene funciones que considero más optimistas.

 

El reconocimiento de la memoria a nivel mundial puede llegar a ser un paso genuino para restaurar las relaciones entre culturas y pueblos distintos, así como promover una cultura de paz en todo el mundo.

 

No es sorpresa que Alemania haya sido uno de los mayores ejemplos de reconocimiento de memoria al reconocer, disculparse y recordar al holocausto y sus implicaciones históricas.

 

Hoy se puede llegar a decir que, a pesar de ciertos eventos políticos en las últimas elecciones, Alemania es una nación que se ha podido reconciliar con los judíos y descendientes de víctimas del holocausto, incluso estando dispuesta a pagar reparaciones a sus víctimas.

 

Podemos volver al propio caso de Turquía y Armenia, pero en la actualidad: hoy en día no tienen relaciones diplomáticas y mantienen sus fronteras cerradas.

 

La indisposición del estado turco en reconocer al evento ha provocado insatisfacción en las comunidades armenias de todo el mundo, creando un resentimiento que en muchos casos ha evolucionado al odio, y hasta se ha visto reflejado en atentados contra embajadores turcos en todo el mundo.

 

Haciendo contraste con Alemania, ¿no sería, entonces, razonable pensar que si la sociedad turca y el estado turco buscará reflexionar sobre el genocidio armenio estos rencores entre naciones y pueblos también desaparecerían?

 

En retrospectiva del yo del primer parcial, considero que he logrado aprender y catar a la memoria de una manera que no hubiera sido posible sino leyendo y experimentando.

 

Armenia, Turquía y Tlatelolco me han enseñado algo que me parece casi evidente ahora: la memoria completa la historia, la memoria nos completa a nosotros, la memoria completa nuestras libertades y a este mundo, la memoria completa.

 

*El autor de la columna es estudiante del primer año de la Prepa Tec Campus Ciudad de México. Es graduado de primaria y secundaria del Colegio Williams y tiene 15 años de edad. Es miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y entre sus metas está graduar en Economía en algún universidad prestigiada de Inglaterra o Estados Unidos. *(15 años de edad. Estudiante).


© 2024 Grupo Transmedia La Chispa. Todos los derechos reservados

Subir