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Los desheredados, testigos del último acto de Francisco

Los desheredados, testigos del último acto de Francisco

Un adiós a su legado de misericordia

La imagen fue sobria, casi silenciosa, pero profundamente simbólica. A las puertas de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, los pobres, los migrantes, los presos y las personas sin hogar formaron la última guardia de honor a quien, durante más de una década, puso sus vidas en el centro de su misión: el Papa Francisco.

En contraste con la grandilocuencia del funeral en la Plaza de San Pedro —donde se congregaron jefes de Estado, líderes religiosos y representantes de las casas reales—, este pequeño grupo, convocado por Cáritas y la Comunidad de Sant’Egidio, sostuvo rosas blancas en silencio para despedir al pontífice que jamás les dio la espalda.

No fueron los poderosos quienes acompañaron los restos del Papa en sus últimos pasos hacia la tierra, sino aquellos a quienes Jorge Mario Bergoglio dedicó su nombre papal y su proyecto de Iglesia: los olvidados. “Los pobres ocupan un lugar privilegiado en el corazón del Santo Padre”, recordó el Vaticano, en alusión a su decisión de llamarse Francisco, en honor al santo de Asís, emblema de pobreza, servicio y paz.

Muchos de quienes se reunieron en Santa María la Mayor no eran rostros desconocidos para el pontífice. Algunos viajaron con él en vuelos humanitarios desde Lesbos, otros fueron rescatados de campos de refugiados en Chipre o acogidos en el Palazzo Migliori, un palacio frente al Vaticano reconvertido en refugio para personas sin techo.

El paso del féretro de Francisco, cargado en hombros por los sediarios pontificios, fue guiado por un crucifijo, como símbolo de su vida de servicio. Antes de su inhumación, sus restos descansaron brevemente ante la Salus Populi Romani, la venerada imagen de la Virgen María ante la que tantas veces rezó en silencio en momentos clave de su pontificado.

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Finalmente, el cuerpo del Papa fue enterrado en una tumba sencilla, como fue su expreso deseo, entre la Capilla Paolina y la Capilla Sforza. El último adiós estuvo marcado no por grandes discursos, sino por la oración: cuatro salmos, el canto del Regina Caeli y el agua bendita rociada sobre su féretro.

En su despedida, Francisco volvió a ser fiel a sí mismo: un pastor que, hasta el último instante, se reconoció en los pobres, los vulnerables y los olvidados. Un Papa que, como el santo de Asís, eligió caminar entre los últimos.


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