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Tarde de gloria en Motul: el arte de Hermoso, la valentía de ‘El Galo’

Tarde de gloria en Motul: el arte de Hermoso, la valentía de ‘El Galo’

Tarde de gloria en Motul: el arte de Hermoso, la valentía de ‘El Galo’

Por: Adrian Arévalo

El sol de Motul caía despacio sobre la Monumental Avilés, esparciendo su oro sobre la arena.

En los tendidos, la expectación era un nudo de murmullos y apuestas discretas. Se presagiaba una tarde de bravura, una de esas en las que el temple y la entrega convierten la plaza en un altar de emociones.

El cartel lo decía todo: Pablo Hermoso de Mendoza, el centauro de Navarra, majestuoso en la doma del toro a lomos de sus corceles; André Lagravere ‘El Galo’, el joven yucateco que ya se ha ganado un sitio entre los valientes; El Conde, veterano de mil batallas; y Cuauhtémoc Rafael, rejoneador que abría la puerta grande del festejo.

El rugido del tendido: Hermoso de Mendoza y la danza a caballo
El rugido del tendido: Hermoso de Mendoza y la danza a caballo

El primer envite: la vuelta al ruedo de Cuauhtémoc Rafael

El clarín rasgó el aire y salió al ruedo el primer toro. Cuauhtémoc Rafael, con la solemnidad de quien sabe que el triunfo se conquista con riesgo, lidió con temple y elegancia.

Los equinos, ágiles como centellas, respondían a su llamado, y las banderillas trazaban un mapa de color sobre la piel de su adversario. A pesar de la entrega, la suerte no terminó de sonreírle del todo, pero el público, agradecido, le premió con una vuelta al ruedo.

El rugido del tendido: Hermoso de Mendoza y la danza a caballo

El silencio cayó como un velo sagrado cuando Pablo Hermoso de Mendoza se presentó en la arena.

Un susurro recorrió los tendidos, una mezcla de admiración y respeto. Se lidiaba su primer toro, un ejemplar de Marrón que, si bien tuvo nobleza, no se entregó del todo.

Pablo supo encelarlo con su arte, marcándole los terrenos con rejones de castigo certeros. La ovación fue cerrada, aunque sin premio en metálico.

Tarde, con los ecos de la gloria flotando sobre la arena, llegó la noche pero nunca el brillo de aquella tarde inolvidable en Motul.
Tarde, con los ecos de la gloria flotando sobre la arena, llegó la noche pero nunca el brillo de aquella tarde inolvidable en Motul

Pero entonces vino el clímax. Su segundo enemigo, un toro con más brío, se prestó a la faena soñada.

Hermoso danzó sobre su montura, dibujando arabescos en el aire, quebrando el tiempo con cada banderilla, y la plaza entera quedó suspendida entre el asombro y la emoción.

Al matar con limpieza y verdad, el júbilo se desató como un río desbordado: dos orejas y un rabo, el tributo máximo al arte puro.

El Conde y el tributo a la elegancia

Las zapatillas de El Conde pisaron la arena con la cadencia de quien sabe que la veteranía es un arma silenciosa.

Pero la suerte es veleidosa y no siempre se inclina ante la experiencia. Sus toros, más reservados, no le permitieron el lucimiento pleno, aunque la estética de sus muletazos, largos y templados, le valieron ovaciones respetuosas.

El Galo: el joven que desafía la historia

El último acto de la tarde tuvo nombre propio: André Lagravere ‘El Galo’. El joven torero mostró desde el primer instante que venía a escribir su historia en la arena de Motul.

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Se entregó con la capa, llevando al toro con cadencia, y con la muleta jugó a ralentizar el tiempo, como si cada pase fuera un latido del corazón de la plaza. Cortó una oreja de su primer enemigo, pero su ambición pedía más.

Entonces llegó el octavo toro, el de regalo. La plaza entera lo supo: este no era un trámite, sino una apuesta de honor.

Y ‘El Galo’ lo toreó con la verdad de los que no temen la grandeza. Cada pase arrancaba un “¡olé!” más hondo que el anterior, hasta que el estoque puso punto final a la faena.

La segunda oreja llegó como un veredicto del destino. Había nacido un nuevo ídolo en su propia tierra.

Se hizo historia

El público, en pie, despedía a sus héroes. Pero aún quedaba un gesto más: el alcalde de Motul y la empresa organizadora entregaron la bandera de Yucatán a Pablo Hermoso de Mendoza, como tributo a su legado y al amor que esta tierra le profesa.

Así terminó la tarde, con los ecos de la gloria flotando sobre la arena, llegó la noche pero nunca el brillo de aquella tarde inolvidable en Motul.

La gente se marchaba sabiendo que, en Motul, una vez más, se había escrito una página dorada en la historia de la tauromaquia.


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