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El callejón de los milagros en la víspera de Noche Buena

El callejón de los milagros en la víspera de Noche Buena

Existen episodios de la salvaje vida encubierta de unos morros que por más madrazos que les da la vida nunca bajan la guardia e insisten en sobrevivir a base de tachas, chemos, chelas, churros, licor y alcohol del 96.

 

 

 

La barra libre de bebidas es extensa como la imaginación y las grandes pedas lo amerite, sobre todo para ver quién es el más chingón y aguanta más para luego subirse a la troca, la moto y hasta en bicicleta, los más locos, y poner en riesgo su vida y la ajena, con el acelerador hasta el fondo al estilo de Rápido y Furioso.

 

 

 

Usualmente los vástagos cuentan con el visto bueno de los padres, que se comportan igual o de verdad la ignorancia y la frialdad familiar los secuestra, se vuelven invisibles para los chicos.

 

 

 

Esta es la historia de un engendro del dios Baco de apenas tres quinquenios rayando en la idiotez, en la paranoia; quizá con genes de alguna ciber matrix por indestructible.

 

 

 

Luego de una soberana moquetiza, digna de una pelea de barrio, tras chocar su automóvil y recibir unos 15 minutos de jabs entre ceja, oreja y madre, continuó la peda hasta el amanecer.

 

 

 

Eran por ahí de las 22 treinta tantos minutos cuando bajé del metro y me dirigí a casa.

 

 

 

Obligadamente hay que pasar por el callejón de Independencia con olor a basura, a caca de perros, humana y orines.

 

 

 

Ese es el camino obligado para quienes vamos colina arriba para domiciliar el cansancio, que está a media luz, donde todo mundo tira sus desperdicios domésticos pese a sendas amenazas de multas que se leen en lonas con logos de la Alcaldía y del gobierno chilango.

 

 

 

Nadie hace caso, ni los vecinos que viven sobre Independencia que se fuman los finos y aromáticos desechos humanos, que lo mismo permiten que su callejón se convierta en tiradero de basura de los desechos del día de los vendedores callejeros.

 

 

 

Quizá se explique que algunos vecinos cobran el derecho de piso a los ambulantes que va de los 500 a mil pesos por Romería y de 250 a 300 pesos diarios por unos metros cuadrados de piso, según cuentan algunos comerciantes apostados sobre avenida Tláhuac.

 

 

 

Es una tradición, por decenios la vendimia de comestibles y ahora de artículos chinos y algunos productos para la diversión juvenil … entre tenis, playeras, gorras…

 

 

 

El caso es que un vehículo negro se detuvo sobre el callejón de Independencia por un par de minutos con el piloto y el copiloto abajo, con las puertas abiertas.

 

 

 

Parecía que discutían; su comportamiento sospechoso suponía tal vez un asalto; eran las 22 horas y treinta tantos minutos del 20 de diciembre del año pasado.

 

 

 

Desde lo lejos, a unos cien metros, los sujetos del auto negro se dieron cuenta que eran observados. Deliberadamente treparon al auto negro, encendieron las luces y arrancaron rechinando llanta justo cuando ingresó un auto blanco en sentido contrario al callejón de nombre Independencia.

 

 

 

Se escuchó un acelerón, el conductor del auto negro estaba dispuesto a colisionar con el auto blanco recién llegado; a nada de un accidente y emulando a Dominic Toretto ambos continuaron su camino sin laminazo de por medio.

 

 

 

Me escondí tras unos puestos de fritangas para observar a quiénes iban en el auto negro. Eran cuatro tripulantes; el chofer y el copiloto, cada uno llevaba en la mano una caguama.

 

Deseché la teoría de un asalto.

 

 

 

Ya sobre la vía secundaria, al cruzar el semáforo de Taxqueña y Tláhuac, un sujeto joven hablando por celular intentó atravesar la calle, estaba en verde. El carro negro se pasó la luz roja y le cerró el paso al joven quien gentilmente le mostró al chofer continuar su marcha con un ademán.

 

 

 

Acto seguido, el carro negro se detuvo, el piloto metió el freno a fondo dejando el alma de la llanta untada al pavimento, las llantas rechinaron, el carro relinchó y llamó la atención de los transeúntes y vendedores callejeros.

 

 

 

Se bajaron piloto y copiloto y retaron al muchacho que iba a cruzar la calle con celular en mano. Se friqueó, entendió el desafío y enseguida y expresó: ¿”Qué, va un tiro? ¡Pues va”!…

 

 

 

El joven, al estilo de cuando sucumbió Rosita Alvirez, nomás tres madrazos le incrustó al piloto; un jab, dos upper a la geta y suelo…

 

 

 

“Voy contigo, cabrón” … se dirigió al copiloto un joven robusto, tan alto como su falta de habilidad para meter las manos; dos madrazos seguidos a la zona hepática; tres más, el uno dos y tres en la cara; vaya manera de boxear del jovenazo del celular. Simplemente huyó de la escena con el alma de fuera el joven garrocha.

 

 

 

Cuando el pugilista de barrio, sin abandonar el celular, fue por los otros dos. Se abrieron. Salieron del carro y lo abandonaron, corrieron rapidísimo; el público ovacionó y con fuertes aplausos y bulla festejó la chinga que les metió a los cuatro.

 

 

 

El copiloto entre su pendejes y madriza entre pecho y espalda se subió al auto e intentó que su corsario pateara el trasero de su verdugo y le aventó el carro y para suerte de ambos, la llanta chocó con la banqueta y de tanto acelerón de apagó el motor.

 

 

 

El muchacho del celular metió medio cuerpo al carro y ahí le dio unos 30 segundos de puñetazos al piloto; le abrió la nariz y lo dejó nockeado, de no ser porque se le cansaron los puños le arranca la cabeza o la nariz.

 

 

 

En un acto de sobrevivencia, el piloto, con la cabeza pegada al respaldo encendió el auto, movió el volante, aceleró a fondo y huyó hasta donde una camioneta desvencijada lo detuvo en seco. El madrazo se escuchó en todo el pueblo.

 

 

 

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Todos corrimos a ver el encontronazo. Los vendedores de la Romería de Navidad se colocaron en primera fila tratando de auxiliar al conductor, al que creían se había golpeado la cabeza contra el parabrisas; lo bajaron y lo llevaron a una orilla.

 

 

 

El copiloto, por suerte seguía vivo, consciente, algo orientado pese a la mezcla de chela, chemo y 30 segundos de chingadazos. De la nada salió su hada madrina y lo protegió con todo su ser, sin embargo, le dio tiempo de hacer una llamada de auxilio a un familiar para que no “se lo llevaran esposado a la cárcel” como dijo al teléfono móvil …

 

 

 

En minutos, un puñado de policías llegaron de la nada; no sabían qué hacer, por dónde empezar, se veían unos a otros…

 

 

 

En tanto, la llamada tuvo éxito, llegó el pariente del piloto acompañado de una pandilla de chamaquitos dispuestos a repartir puñetazos; se veían como perros de pelea, gruñían, señalaban; iban dispuestos a todo.

 

 

 

Alguien, de la nada, soltó un madrazo a una mujer y esta respondió, era otra mujer y las dos se rifaron como pugilistas de la tele; puñetazos certeros, buenos conectes en el pecho, hombros, cara, patadas en las partes nobles.

 

 

 

Enseguida se armó la campal, todos tirando patadas y trompones al más cercano, los policías atarantados sólo observaron, no sabían qué hacer, hasta que mamá gallina, el hada madrina del piloto ordenó: “ya párenle culeros, ya estuvo”.

 

 

 

Los cuicos sólo se dedicaron a proteger al piloto y al boxeador del celular quien ya tenía las dos manos hinchadas luego del pegapega. Los uniformados jamás le pidieron documentos al piloto; su licencia de conducir, tarjeta de circulación; tenía aliento alcohólico, facha de intoxicado, menor de edad, en suma, olía a Ministerio Público.

 

 

 

Los azules jamás pidieron el auxilio de grúas para llevarse los carros al corralón como corresponde; trascendió que, de las alturas, de El Punto llegó una indicación de que se arreglaran y que cada quien se quedara con su golpe o el pago de los daños al dueño de la carcacha; optaron por el pago de los daños.

 

 

 

Llegaron al desmadre los peritos del Pueblo para valorar los daños mecánicos, de hojalatería y pintura de una camioneta sexagenaria, desahuciada y a nada de parar en el panteón, en el deshuesadero; una riña callejera le devolvió la vida.

 

 

 

Los paramédicos dentro de la ambulancia valoraron los daños del piloto, todo parecía resuelto; una fractura de nariz, enyesada por dentro desde hacía tiempo por lo que sólo ameritó una curita, un buche de agua para limpiar la sangre de la boca del piloto y a seguir la peda hasta el amanecer.

 

 

 

Los madrazos terminaron en abrazos.

 

Antes del amanecer ni quien se acordara que alguien chocó, que se armó una batalla campal sin daños colaterales, como la pastilla del Día Después, sin accidentes que lamentar luego del disfrute…

 

 

 

El callejón de los milagros se aplicó y se convirtió en calle doce por el callejón del silencio. Chitón, pico de cera, nadie habló del tema.

 

 

 

Tres doritos después, los cuicos sólo sonrieron y anotaron en sus partes policiacos una anécdota más de un intento de batalla campal que se solucionó con el intercambio de unas estampitas con la imagen de Don Benito Juárez… la mejor estrategia antimotines de abrazos y no madrazos.


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