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Pelotero a la bola

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De Monsiváis: “O ya no entiendo lo que está pasando o ya no pasa lo que estaba entendiendo”. Camelot

Uno, que es de esa tierra de luz cuenqueña, tan bella como no hay dos, y que en sus mocedades veíamos el béisbol desde el campo de pelota municipal de Tierra Blanca, que era un potrero de tierra donde también se jugaba futbol y no había pasto, no parecía Wembley con su pasto sagrado, y los cronistas de la radio XEJF, entre ellos Armando Rosas Pavón, el popular Corcho, narraban muy a su estilo, no como estos de ahora de:

‘No y no, no, díganle que no a esa pelota’, como grita Ernesto Jerez en ESPN cuando llega un jonrón. Aquel famoso corcho, cuando venía un batazo de hit, decía: ‘ha pegado un cañazo por la tercera’, y ese era el lenguaje beisbolero. Batazo era cañazo. El béisbol es algo mágico. No hay nada más serio que el béisbol, todo lo que necesitas saber está allí: tiene éxitos y fracasos, momentos de compañerismo y momentos de soledad, y tiene un fin, no un reloj, como en otros deportes, sino tiene un fin.

Uno recuerda las grandes hazañas de Fernando Valenzuela cuando el empresario orizabeño, Jaime Pérez Avellá logró venderlo a Dodgers de LA y aquello fue otra vida y otra historia para el béisbol mexicano y latino y del mundo. Narro esto porque antier, el presidente AMLO vino a despedirse de su sexenio y llegó a Veracruz, tierra de peloteros, donde alguna vez hubo dos equipos de pelota liderados por Chara Manzur, el Águila de Veracruz y los Cafeteros de Córdoba.

El presidente entró muy campante al lado del inútil gobernador de Veracruz, venia totalmente relajado, animado, los días de su reinado terminaban y en Veracruz, allí han llegado todos los grandes, para bien o para mal, Benito Juárez aquí se refugió por dos cosas: tenía la Aduana y ahí había billete, aquí proclamó las Leyes de Reforma, pero también fue el sitio donde Porfirio Díaz, el gran dictador, salió por piernas en el Ipyranga, para que no hubiera derramamiento de sangre entre hermanos, eso dijo. Pues la sorpresa fue que a AMLO le abollaron la corona, le increparon con el grito de Dictador, que retumbaba en sus centros el grito.

¡Dictador!, como en su tiempo le gritó el pueblo de Venezuela a Maduro, ahora no porque ya tiene el control total del Ejército y el que grite, Va pa Yuma, o sea Va pal bote. El presidente caminaba cuando desde el cielo apareció algo que no era el meteoro, que también llegó a Veracruz, apareció una botella voladora, algunos decían que con orines, pero no se veía tan amarilla, él mismo presidente la vio con su ojo de águila tabasqueño, y la esquivó, como el japonés Ohtani de Los Dodgers, cuando se roba la segunda y marca historia. Poco después en la mañanera, AMLO presumió que era filder en el campo de pelota y por poco la atrapa al vuelo, pero no se pudo.

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Luego, su esposa, Beatriz Gutiérrez Müeller, que allí lo acompañaba, dijo que ‘No, que el único dictador en México había sido Porfirio Díaz’. Y cerró ese tema. Se despide el presidente cómo llegó, con el béisbol y deja un país dividido, los Hunos contra los Hotros, frase unamuniana. Alguien le recordó la frase de La Biblia: “El que turba su casa, heredará viento, y el necio será siervo del sabio de corazón”. Los odios y los rencores prevalecen hasta el lunes, día que parte a su rancho La Chingada.

La foto de Rodrigo Barranco cobró relevancia, porque esa misma tarde señalaban al autor, una gente de su misma Morena, que tiraba no un scrawball como Valenzuela, tiraba un globito, porque si hubiera sido una recta de 90 millas seguro le pega al presidente o en la cara o en el cuerpo. Cuando el incidente ocurrió, no cubrieron a AMLO como si cubrió el Servicio Secreto a Donald Trump, el día del balazo en la oreja, acuerparlo para que, si había más disparos, no le dieran al bravucón.


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