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Partidos chiquillos, fracaso de la democratización

Partidos chiquillos, fracaso de la democratización

Partidos chiquillos, fracaso de la democratización

Las élites políticas reformistas se han negado a reconocer lo inocultable: los partidos políticos chicos –con votaciones menores a 10%– se han convertido en negocios de sus líderes y no han contribuido a la modernización democrática de la República.

La reforma política de 1978 logró el fortalecimiento del PRI como partido hegemónico a cambio de mantener a los partidos chicos en la competencia electoral, pero siempre como partidos rémora de los grandes.

Para las elecciones presidenciales de este año, la competencia será entre dos partidos dominantes –Morena y el PAN– y los demás partidos chicos –desde el PRI hasta el PT– tratarán de sobrevivir en alianzas que cuestan votos, fragmentan al electorado e impiden una cohesión de los partidos grandes.

La última oportunidad de los partidos chicos para competir con eficacia en las elecciones estará en el resultado previsible de fracaso de Movimiento Ciudadano, un partido creado en 1999 por el expriista Dante Delgado Rannauro para construir un bloque aglutinador convergente de un espacio ideológico amorfo de características priistas, disciplina panista e ideología perredista.

Con muchas dificultades, Delgado logró llegar a la orilla de grandes definiciones estratégicas: la candidatura presidencial propia para las elecciones de este año de 2024, pero lo traicionó el duende priista que vive en su inconsciente político: facturó al partido y sacó de la manga un candidato presidencial que apenas reuniría requisitos para alguna alcaldía capitalina no determinante. En este escenario, Movimiento Ciudadano ya se le está disolviendo en las manos a su operador y propietario.

Movimiento Ciudadano ha jugado con todas las expectativas: se alió con Cuauhtémoc Cárdenas en el 2000, luego fue participante en la coalición de López Obrador en el 2012 y en el 2018 marcó su oscilación pendular hacia el PAN de Ricardo Anaya. La habilidad molusca de Dante Delgado le permitió en su historia participar en coaliciones para nueve gubernaturas, y sólo en dos por sí mismo: Jalisco y Nuevo León, y ya las está perdiendo.

Las reformas políticas de 1978 en adelante mantuvieron con oxigenación artificial a pequeños partidos que tienen como piso de existencia el 3% de votos por sí mismos, pero casi ninguno ha superado el 10%. Y en lugar de construir opciones ideológicas y organizativas propias, las reformas le han permitido las asociaciones de membrete que no les exigen militancias activas y que solamente justifican la sobrevivencia de sus élites dirigentes: el PT de Alberto Anaya, el Partido Verde de Martínez y ahora de Velasco, el PRI de Salinas.

De 1978 a 2020 se han registrado cuando menos 17 partidos que surgieron al calor del oportunismo político, lograron cumplir con las precarias reglas electorales para el registro, obtuvieron el permiso para operar y participaron en procesos electorales con fondos públicos, pero fracasaron en su objetivo de refrendar el 3% o más de los votos.

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Las élites ideológicas institucionales que han inventado las reglas electorales se sacaron de la manga histórica el argumento de que las minorías deberían de tener representación en un sistema de mayorías, pero en todos los casos han sido minorías artificiales, con liderazgos operativos muy oportunistas y con bases sociales flotantes que se expresan en las asambleas para obtener el registro y luego no refrendan su militancia con el voto a favor de su partido.

Los pequeños partidos satélites –PRI, PRD, PT, Partido Verde y Movimiento Ciudadano– solo están desvirtuando el funcionamiento democrático del país y su existencia no se basa en presuntas militancias plurales, sino en corrientes sociales que no alcanzan a configurar las exigencias de un partido de estructuras o de masas o de ideologías.

La consolidación de los partidos rémora alrededor de Morena y el PAN y el escenario de colapso previsible para Movimiento Ciudadano deberán llevar a una nueva discusión de reforma electoral que termine con el ciclo de partidos minoritarios como negocios de élites y que convierte a una parte de la ciudadanía en socios de ese fraude partidista en el sistema electoral.

 


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