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Los otros dos libros

Los otros dos libros

Los otros dos libros

La historia la cuentan los vencedores. Camelot.

Quedé de documentar el par de libros, cuando me fui por las dos películas parisinas Nada remarca más en la Segunda Guerra Mundial, que la ocupación de 4 años de París, de los nazis alemanes. Cuando Churchill se midió en Dunquerque con Hitler, acción bélica que muchos le dan el beneficio de la duda, porque Hitler los tenía en el suelo a ingleses y franceses y permitió su huida. De la Segunda Guerra Mundial hay tantos libros y cada día se estrenan películas, como las dos que comenté de los ‘Amos del Aire’ y ‘New Look’, la de los modistos Coco Chanel y Christian Dior, libros que de la ocupación de París hay tantísimos, como de la Guerra Civil española (1936-1939), uno de ellos del gran escritor Juan Eslava Galán, La historia de una Guerra Civil que no va a gustar a nadie. Ese título nació cuando Eslava tomaba un café con su amigo, el periodista escritor Arturo Pérez Reverte. ¿Qué andas haciendo ahora? Escribo un libro que aún no tiene título, una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie. ¡Ese es el título!, le dijo Pérez Reverte, y así se llamó y llama. Es extraordinario, lo he leído un par de veces y he obsequiado alguno a mis amigos. Ahora es de bolsillo y económico. Cuando uno camina los sitios de guerra, conociendo un poco de la historia, porque la historia es difícil conocerla toda, pregunta uno cosas.

 

Esas historias de guerra

Recuerdo la veintiunica vez que fui a Berlín, Yo Mero quería saber de Hitler y sus secuaces. Hospedado en el hotel Adlon, frente a la Puerta de Brandeburgo, hotel que era el cuartel general de las fiestas de los nazis. Pregunté si por allí había algún campo de concentración, hubo uno pequeño, pero más bien funcionaba de cárcel. Los de los judíos la historia sabe dónde se registraron y Auschwitz es un peregrinar de gente que va a santificar ese sitio donde murieron muchísimos. La guía, una rubita guapa como las alemanas, con un español perfecto se asombró y me reviró a bote pronto, como AMLO a sus adversarios, que de eso en Berlín no se hablaba. Entonces, guardé silencio. Pero recorrí el Muro de Berlín, la parte que dejaron como legado histórico de esa ciudad que los rusos entraron a tomarla haciendo barbaridades y que luego fue dividida entre las cuatro naciones ganadoras y la desgraciaron por muchos años. Vencidos, era dejarlos hacer como hizo Estados Unidos en Japón, que les permitieron seguir con su gobierno y Emperador, con la salvedad de que sin armamentos. La Maerkel, años después, volvió a ubicar a Alemania como potencia mundial en la economía. Como lo es Japón ahora. Conocí la parte rusa y me tomé fotos donde pude, en la embajada de los rusos, que luego sucumbieron cuando la economía y el Papa Juan Pablo Segundo y JFK y Reagan los ahorcaron, quedándose sin dinero y optaron por disolver esa Unión Soviética y su Muro cayó. Pero eso es historia. En París también, cuando voy, camino sus calles como lo hago en Orizaba, y voy a Trocadero, el mejor sitio donde se ve la Torre Eiffel, allí mismo Hitler la visitó por única vez y con Albert Speer, su xingón arquitecto, se admiraban de los sitios parisinos, quería convertir a Berlín en un París de mil años. No pudo subir la Torre Eiffel, porque los franceses habían interrumpido las cadenas y había que subir los 1 mil 600 escalones a pie. Visitó en Los Inválidos la Tumba de Napoleón, sitio que para ver ese féretro hay que hacer una reverencia al gran combatiente, fue a Montmartre, desde esa iglesia del Sagrado Corazón se ve todo París, allí dijo: “Ver París ha sido el sueño de toda mi vida. No puedo decir lo feliz que me siento por haberlo cumplido”, y en esas tres horas de visita en la Opera de París quiso darle una propina de 50 marcos al guía acomodador y la rechazó. Francia aún tenía dignidad. Hitler ya era el amo de Europa. Los autos, Mercedes G4 descapotables, con seis ruedas, hicieron entonces un corto trayecto desde la Ópera hasta la iglesia de La Madelaine. Allí, Hitler volvió a ufanarse de sus conocimientos. En las escalinatas, explicó a sus acompañantes que Napoleón había querido que ese fuese un Templo de la Gloria y que, luego se convirtió en una iglesia católica. Quien hoy se pare de espaldas a La Madelaine y mire al frente, verá un paisaje conmovedor, el mismo que vio Hitler: la Place de la Concorde con su obelisco dorado, sitio donde María Antonieta, y esto es literal, perdió la cabeza; algo a la izquierda y cruzando el Sena, el edificio de la Asamblea Nacional. Entran por Champs Elysees, hacia el Arco de Triunfo. Breker afirma que Hitler dijo: “Podría atravesar el Arco de Triunfo y desfilar así triunfalmente al frente de las tropas. Pero no es algo que deba hacerse a los franceses, conmocionados como están por la derrota”.

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