El sentido de la vida
Por Ivette Estrada
En un momento, sin fecha predeterminada, aparecerá la pregunta que rehuiste siempre: ¿Cuál es el sentido de mi vida? Y la interrogación te perseguirá a lo largo de las horas acuciante y obsesiva, hasta que logres responderla. Es un destino del que no escapa nadie.
Ese hecho marca un parteaguas trascendental: la inconsciencia y los pilares con los que experimentamos el significado de nuestra propia existencia.
¿Cuál es el sentido de la vida? La pregunta es tan alucinante que puede remitirnos al miedo a morir, angustiar o ser altamente reveladora. Tras ella subyace el enfrentar si lo que hacemos ahora importa, si posee o no un significado o valor simbólico de algo, mientras que el propósito se limita a develarnos el cumplimento o no de una meta.
En general se asumen como sinónimos el significado y el propósito sin serlo. Se realiza esta indistinción en aras de la simplicidad, pero el significado es más hondo, rico y basto. Incluye el sentido de pertenencia, el propósito, la competencia, el control y la trascendencia.
La pertenencia es tener la sensación de que nuestra presencia o ausencia significan algo para otras personas, el propósito es una forma de meta u objetivo a alcanzar. La competencia, por su parte, es una sensación de que avanzamos, progresamos, perfeccionamos nuestras habilidades y podemos sentirnos orgullosos de lo que somos capaces de hacer.
El control, en tanto, es la sensación de que nuestra vida, decisiones y acciones están determinadas por nosotros mismos. En este concepto juega un importante rol la capacidad proactiva.
La trascendencia, finalmente, es un sentimiento de unidad y comunión con algo mucho más grande que nosotros mismos. Quien abraza alguna religión lo considera un nexo con la divinidad o Dios.
Una vida significativa implica entretejer esos cinco elementos mediante una narrativa propia convincente. En general se asumen dos temas ejes para develar nuestro sentido de la vida: el amor y el trabajo. Pero esto no debe limitarnos a crear una historia propia.
Las narrativas nos dan un sentido de dirección y propósito. El reto es crear una vida que contenga una historia que valga la pena contar.
La narrativa es un espejo fidedigno donde pueden vislumbrarse los hechos heróicos y logros más significativos, los miedos, rupturas y consideraciones, nuestros héroes y villanos, la trascendencia de los roles en los que participamos.
Al escribir nuestra historia podemos observar nuestros patrones de pensamiento, manejar sensaciones abrumadoras, reencontrar nuestro camino de vida, entablar el soliloquio o conversación más plena acerca de quienes somos, cómo nos formamos y qué queremos.
A través de nuestras historias, somos capaces de entrar en nuestro mundo interior. Como tales, nos ayudan a descubrir recuerdos que esperan ser contados, vivencias que se aferran a la vida, la nuestra, y personajes que adquieren gran trascendencia en otros. Pero al unísono, hay actores secundarios que sólo aparecen brevemente en nuestra narración de vida y resultan intrascendentes.
De cualquier modo, la estrella de nuestro libro de vida elegirá su propia historia.