Leyendo ahora
Los cuentos de Pedro Luis

Los cuentos de Pedro Luis

Los cuentos de Pedro Luis
Por: Carlos Coronel

Entre las muchas anécdotas que se pueden contar en la multifacética vida de Pedro Luis Hernández Gil, está una que me interesa compartir porque tiene que ver con su principal pasión: la escritura.

Como un escritor fue que me lo presentaron sus viejos amigos, Alejandro Breck y Diana Juárez, con quienes él convivía los sábados, primero en la galería de arte El jaguar despertado, donde leía sus textos ante el maestro Antonio Solís Calvillo, y en reciprocidad, comentaba los de sus compañeros, un poco menores en edad que él; luego, tengo entendido,  se iban a tomar la cerveza a un bar restaurante, en la loma de Lerdo.

Fue allí donde lo conocí, entre el ruido de los parroquianos, de sus amigos y el televisor que nadie veía. Sus melena era la de un aspirante a rockero, su voz la de un hermano mayor que ha devorado muchos libros y vidas. Como ocurre con esta clase de sabios prematuros, su humor destilaba una mezcla de sarcasmo y de genio incomprendido, que Pedro Luis supo volcar, para fortuna suya y nuestra, principalmente en la escritura.

multifacética vida de Pedro Luis Hernández Gil

Fue fácil convencerlo de que había llegado la hora de publicar una reunión de sus cuentos. Comenzaba a despuntar el año 2018.

Yo había sido invitado a trabajar en la Dirección de Publicaciones que por primera vez dirigiría el escritor  Francisco Magaña. La recién estrenada primera secretaria de Cultura, la maestra Yolanda Osuna, quería impulsar la edición de libros y la lectura con títulos que pudieran ser atractivos e interesantes para los jóvenes. De inmediato pensé en Pedro Luis. No como esa moda “gochicoyesca” de “autor emergente”, como si las voces nuevas surgieran por generación espontánea o hubieran encontrado el bellocino de oro, sino como un autor joven que debían conocer sus contemporáneos y lectores futuros. Porque valía la pena.

Pedro Luis no tardó en llegar a la entonces aún existente Casa Mora, Casa del Escritor. Y fue recibido con los brazos abiertos por el poeta Francisco Magaña. Ni uno ni otro se negaron al entusiasmo elocuente de mi propuesta de editar ya un libro de cuentos suyo. Quizá con menos alegría el poeta Héctor de Paz, un poco por esa suspicacia que he descubierto en los avezados correctores de estilo, donde De Paz es un maestro consumado. Pedro puso una condición: Quería que su libro tuviera relatos nuevos, ninguno que ya hubiera sido publicado.

Mi reacción fue también como la de Pedro. Yo aceptaba su condición, pero ponía no una sino dos condiciones.

La segunda condición fue que él me leería esos cuentos desconocidos para mí y yo haría observaciones, si había alguna que hacer. Pedro estuvo de acuerdo. La primera condición necesita varios párrafos de explicación.

Como conté ya, en aquel primer encuentro en la loma de Lerdo, en un restaurante bar que tenía a la entrada creo que un Quijote de madera, Diana y Breck me lo presentaron. Yo ya sabía quién era, aunque nunca nos habíamos visto.porque ya había publicado textos suyos en el diario donde yo trabajaba. Sus amigos menores de edad que él habían sido el medio para hacerme llegar esos relatos, que me gustaron desde la primera lectura.

Incluso, él había participado escribiendo un cuento de una serie que idee para editar en Semana Santa, aprovechando que durante la cuaresma y la cruxificción el mundo se desaceleraba y las noticias bajaban en el Tabasco Hoy. Concebí  que siete autores escribieran, cada uno a su manera, uno de los siete pecados capitales.

No recuerdo cuál pecado le tocó a Pedro. Sí sé que también me honró con otro pecado el maestro Fernando Nieto Cadena, y hubo otro texto que me gustó mucho, cuyo autor no me es dado revelar, aunque quisiera para honrar su talento también al escribir sobre pecados, pero en aquel tiempo no podía por conflicto de intereses entre diarios, y ahora mantengo ese nombre reservado porque no me correspondería en todo caso revelarlo, pero igual me gustaba el cuento, como el de Nieto y el de Pedro, obviamente

En ese bar, Pedro Luis me brindó su confianza al prometerme enviar una serie de cuentos suyos con los que se sentía contento y que yo editaría en formato de libro, sin imprimirlo, pero sí en una aplicación que pudiera compartirse. Estaba aprendiendo a diseñar libros y Diana, que ya había grabado un hermoso cortometraje con su novio Breck, se comprometió a hacer la ilustración de la portada.

Así que hicimos aquella primera reunión de sus cuentos y Pedro estuvo muy contento. Era desde luego un buen número de relatos donde Pedro ya mostraba una voz propia. Pero la modesta iniciativa apenas si fue conocida por algunos amigos. Casi pasó desapercibida, pero Pedro y sus amigos Diana y Breck estaban felices por el resultado.

Ahora sí volvamos al momento de las condiciones, muchos años después de esta anécdota. La de Pedro para que yo editara su segundo libro, aunque bien se podría decir que era el primero, sin incluir los relatos de aquella primera edición casi desconida.

Sus argumentos fueron que estaba escribiendo ahora sobre muchas cosas nuevas y con mayor soltura. Yo accedí no con una sino con dos condiciones también, como ya comenté arriba.

Ver también
Conmemoran en Tenosique el 112° Aniversario de la Marcha de la Lealtad

La segunda condición mía la aceptó sin rechistar y tenía que ver con revisar juntos sus textos, cosa que hicimos en un café de la calle Narciso Sáenz,  a unos pasos de su puesto de libros. Hubo correcciones, pero fueron mínimas. Pedro, acostumbrado a leer, revisar y emitir criterios de corrección sobre textos ajenos, aceptó las observaciones, que  debo aclarar, fueron mínimas. Nada grave o que cambiara el sentido de su idea, porque ya a esas alturas, Pedro era un cuentista redomado.

La primera condición fue que sería imperdonable no meter en el nuevo volumen un cuento que me gustaba mucho de la primera edición desconocida: “Los impostores”.

Los cuentos de Pedro Luis

En realidad, ese cuento se publicó finalmente cuatro veces, y podría ser incluido en cualquier antología del cuento hispanoamericano.

La primera edición apareció en la sección cultural del diario que tenía a mi cargo. La segunda en la edición del primer volumen de Pedro, que hice y que muy pocos amigos conocieron. La tercera en una antología titulado Cuentos joven, una muestra de narradores tabasqueños, editada por el profesor Gamaliel Sánchez Salinas. Pedro aceptó mi condición y así hubo una cuarta aparición de ese cuento maravilloso: En su libro de verdad, para el que quizá nos habíamos preparado con todas estas peripecias aquí narradas, para cristalizar sus Historias del mucho antes y otros cuentos, aparecido por fin en la colección de relatos de la recién estrenada Secretaría de Cultura, en tiempos de la maestra Yolanda Osuna.

Para dicha de los futuros lectores de Pedro y de sus contemporáneos, no sólo hubo edición impresa de su libro, que resultó ahora sí ser más conocido, sino que existe una edición digital en formato epub.

Del otro libro que he mencionado y que pocos conocen, ahora lo sé, se hizo para conservar su voz en espera de nuevos y viejos lectores, que son relatos totalmente desconocidos pero que garantizan uno de los posibles libros póstumos que seguirán hablando de lo que realmente para mí fue Pedro Luis, un autor contemporáneo de nuestro tiempo.

Cierro este primer acercamiento con una anécdota que, aunque alude a mi persona, siento que lo pinta como yo lo veía: De los 70 y tantos libros que me tocó editar, diseñar y corregir en la Dirección de Publicaciones, solo un autor, Pedro Luis, decía con mucho sentimiento, cuando a veces nos encontrábamos en medio de un desconocido (para mí), pero conocido para Pedro Luis: Mira, te presento al editor de mi libro. Ningún otro autor, de los más de 70 títulos que me tocó cuidar, tuvo este gran detalle, que muestra el corazón bueno de Pedro Luis y del cual me sentía honrado viniendo del escritor que supe ver, apreciar, admirar, oír y compartir hallazgos varios.


© 2024 Grupo Transmedia La Chispa. Todos los derechos reservados

Subir