El chile: herencia viva que preserva la diversidad y la cultura campesina de México


Más allá de ser uno de los ingredientes más característicos de la gastronomía mexicana, el chile representa un verdadero vínculo entre pasado y presente: un cultivo que sigue vivo gracias a la labor cotidiana de comunidades campesinas e indígenas, quienes, generación tras generación, han resguardado y diversificado sus semillas.
Originario de México y domesticado desde tiempos precolombinos, este fruto picante —inmortalizado incluso en canciones como “La Llorona”— es símbolo de la complejidad cultural del país. Restos arqueológicos hallados en Oaxaca y Puebla evidencian su consumo hace más de 8 mil años, y su presencia hoy en 90% de los platillos nacionales demuestra la fuerza de esa herencia.
Sin embargo, su importancia va mucho más allá de la cocina. Cada variedad de chile encierra prácticas agrícolas y conocimientos ancestrales sobre su cultivo, adaptación al clima, usos medicinales y propiedades nutritivas. Por ejemplo, campesinas y campesinos de estados como Oaxaca, Guerrero, Puebla y Veracruz han logrado conservar al menos 64 tipos de chiles criollos, cada uno con características únicas que aportan identidad a su región.
El chile: herencia viva que preserva la diversidad y la cultura campesina de México

El chile tabasco o paradito y más de 100 morfotipos de chile C. annuum var. annuum —como jalapeños, serranos, chiltepines o guajillos— confirman a México como centro de diversificación y domesticación de esta planta. Su conservación no sería posible sin las redes comunitarias de intercambio de semillas y la transmisión oral de saberes.
Hoy, la diversidad genética del chile enfrenta desafíos por la homogeneización de cultivos, la presión del mercado y el cambio climático. Por ello, organizaciones campesinas y académicas insisten en la importancia de reconocer y proteger estos saberes locales, pues en cada semilla criolla late una historia de resistencia y arraigo.
Así, mientras millones de mexicanos disfrutan su picor en tacos, salsas o moles, comunidades rurales mantienen viva una tradición milenaria que hace del chile algo más que un producto agrícola: un símbolo de identidad, diversidad y unión entre pueblos.