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La monja de la caravana: la conmovedora historia de amistad que define al papa Francisco

La monja de la caravana: la conmovedora historia de amistad que define al papa Francisco

Una monja octogenaria, menuda pero de mirada vivaz, con una mochila verde al hombro, fue de las primeras en entrar este miércoles a la basílica de San Pedro para dar su último adiós al papa Francisco. Sor Geneviève Jeanningros, de 82 años, rompió el protocolo al detenerse frente al ataúd, llorando sin prisa. Nadie se atrevió a interrumpirla. Esta monja francesa, que vive en una caravana en un parque de atracciones de Ostia, no era una doliente más: encarnaba el legado más humano de Bergoglio.

Una vida entre los marginados
Desde hace 56 años, sor Geneviève vive en una caravana compartida con otra religiosa, sin más lujos que unos libros, un hornillo y un colchón en el suelo. Su misión: acompañar a trabajadoras sexuales, personas transgénero y familias circenses en las periferias de Roma. Francisco la visitó dos veces como Papa (en 2015 y 2023), reconociendo en ella el mismo compromiso con los excluidos que marcó su pontificado.

El vínculo con la dictadura argentina

La historia entre ambos tiene raíces dolorosas. La tía de Geneviève, Léonie Duquet, era una monja francesa desaparecida en 1977 por la dictadura argentina. Amiga de Bergoglio, entonces líder jesuita, Duquet ayudaba a las Madres de Plaza de Mayo. Fue secuestrada, torturada y arrojada al mar en un “vuelo de la muerte”. Su cuerpo apareció en una playa, como el de Esther Ballestrino, otra víctima cercana al Papa que le introdujo al pensamiento social.

Estos traumas marcaron a Bergoglio. “Aquellas mujeres me enseñaron a pensar”, confesó. La angustia por lo vivido lo llevó incluso a terapia, un dato que reveló sin tapujos.

La monja de la caravana: la conmovedora historia de amistad que define al papa Francisco

El reencuentro providencial
Años después, en Roma, Bergoglio descubrió que la sobrina de Duquet, Geneviève, seguía su misma vocación radical. La monja le escribió al Vaticano, y así comenzó una amistad que trascendió protocolos. Cada miércoles, sor Geneviève llevaba a su comunidad de Ostia —migrantes, artistas callejeros y personas LGBTIQ+— a las audiencias papales.

En 2020, durante la pandemia, el cardenal Krajewski, limosnero del Papa, llegó con una furgoneta llena de comida para el grupo de Geneviève. “Es el Evangelio en acción”, explicó. Para Francisco, estos gestos no eran noticia, sino esencia de su fe.

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Un legado de puertas abiertas
El 31 de julio de 2023, en una de sus últimas visitas, Francisco se reunió con la comunidad de Ostia. Allí, entre risas y abrazos, volvió a mostrar lo que siempre predicó: una Iglesia “en salida”, donde nadie sobra. “Por fin sentimos que el Papa nos veía como hijos de Dios”, dijo una mujer trans tras esos encuentros.

La imagen de la monja llorando ante el ataúd cierra un círculo. En su mochila verde, en su caravana humilde y en su rebeldía compasiva, sor Geneviève lleva consigo el alma del Papa que eligió vivir “en las fronteras”.


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