Oración para valorar la vida ante la muerte ¡Oremos al señor!
“Tú, Soberano Señor, has sido mi esperanza; ¡en ti he confiado desde mi juventud!” (Salmo 71:5)
¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!
¡Muy buenos días, Padre Santísimo! ¡En ti ponemos toda nuestra esperanza!
Vivir, ante la esperanza que en ti depositamos, las noticias de amargas y dolorosas despedidas las tenemos casi a diario oración para valorar la vida ante la muerte.
Esta semana vimos que pasaste lista a Don Alonsito Cuevas, a Carlitos Rogel, al Doctor Enrique Gastelum y a mi tía Josefina Andrade.
La verdad que la partida de nuestra gente a la eternidad es bastante dolorosa, pero la certeza de la vida eterna nos llena de consuelo.
Tú mismo nos diste la prueba de lo que es la gloria, al enviar a tu amado hijo, quien vino desde tus moradas excelsas, se hizo hombre, nos habló de las excelencias del reino, nos invitó y nos hizo partícipes de él.
Murió y resucitó. Su resurrección y estancia de cuarenta días fue para demostrarnos ¡Cuán bello es tener un cuerpo glorioso! ¡Cuerpo incorruptible! ¡Cuerpo inmortal!
¡Un cuerpo que supera todo lo material y, cuando quiere, se eleva a las alturas! ¿Qué no habremos de salir al encuentro del Señor en los aires?
Las noticias de amargas y dolorosas despedidas las tenemos casi a diario, oración para valorar la vida ante la muerte
¿Qué no tendremos un cuerpo de gloria como el de Cristo? ¡Por supuesto! Porque en Cristo hemos muerto sepultando al hombre de pecado en las aguas del bautismo, en él hemos nacido, de él estamos revestidos, a él le confesamos como nuestro Dios, Señor y Salvador y, por él tenemos acceso a ti, oh Padre Santísimo.
Es muy cierto que estamos en el tiempo y en el espacio, pero al final de la historia, en cuanto suene la última trompeta, todos los bautizados en Cristo.
Que le confesemos con nuestras palabras y con el testimonio de nuestra vida, oiremos su voz y saldremos de los sepulcros y de los mares para salir a su encuentro en las alturas.
Quienes no hayan probado la muerte, experimentarán una maravillosa transformación en su cuerpo, el cual, de momento se torna incorruptible e inmortal para remontarse a las alturas y unirse a todos los bienaventurados que esperamos Su segunda venida gloriosa, con gran poder y majestad.
Cuando vemos partir a nuestros hermanos, ¡más nos fortalecemos, porque con ese acontecimiento, nos cercioramos que, nuestra estancia terrena es muy breve y en cualquier momento podemos ser llamados.
El Espíritu Santo nos prepara con estas palabras de vida: “… porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.” (Romanos 5:3b-5).
Padre Santísimo: el amor que tú derramas en nuestro corazón por medio del Espíritu Santo
Es el que nos torna invencibles, fuertes y seguros. ¡Qué bello es amar y ser amados por ti! ¡El amor divino nos hace seres llenos de entusiasmo y de esperanza! Por eso, cuando vemos partir a alguno de nuestros hermanos, ¡más crece y se fortalece nuestro amor, porque nos hace brillar la esperanza y nos hace vivir con más sabiduría!
Padre Santísimo: ¡En ti, en tu hijo amado y por la acción salvadora del Espíritu Santo rebosamos de esperanza, de alegría, de bienestar y de consuelo!
Cuando vemos a nuestro ser lleno de tu amor, de tu Sabiduría y de tu presencia, nos queda muy claro lo que nos desea el Espíritu Santo, quien nos dice:
“Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo.” (Romanos 15:13).
¿Cómo es posible tener la llenura divina en nuestro interior y amedrentarnos ante la muerte? ¿Cómo es posible que quienes estamos rebosando del amor divino, nos mostremos débiles e impotentes ante la muerte?
Padre Santísimo: En nosotros, NO HAY INQUIETUD, NI ANGUSTIA, NI TEMOR, NI INCERTIDUMBRE Y NI NADA QUE NOS PUEDA SEPARAR DEL INMENSO PODER DE TU AMOR.
RECONFORTADOS EN CRISTO, TE ENTREGAMOS A NUESTROS SERES AMADOS CON LA CERTEZA DE LA FE Y VISUALIZANDO ESAS MANSIONES ETERNAS DE GLORIA. “¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!” (Salmo 42:11).
¡Bendito seas, Padre Santísimo! ¡Somos seres de luz que un día llegaremos a la plenitud de la luz eterna y gloriosa! Amén. P. Cosme Andrade Sánchez+