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ORACIÓN ¡Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso! (San Lucas 23:43)

ORACIÓN ¡Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso! (San Lucas 23:43)

ORACIÓN ¡Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso! (San Lucas 23:43)

¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!
¡Muy buenos días, Padre Santísimo! En esta lluviosa aurora dirigiste tu voz a tu hija Rosario. Le has hablado al oído y le dijiste al corazón: Hija mía, llegó el momento de que abandones este mundo y dejes de sufrir.

Todo este tiempo que estuviste postrada en tu lecho, ha sido purificador. ¡Ha sido un período penitencial, pero has encontrado en mí misericordia, perdón, amor y comprensión.

Recibiste la absolución de todos tus pecados y comiste EL PAN DE VIDA, ¡MI PROPIO HIJO, QUIEN ES EL CORDERO DIVINO QUE SÍ BORRA EL PECADO DE ESTE MUNDO Y, DE LO TUYO, YA NI ME ACUERDO, PORQUE CUANDO ARREPENTIDA TE ACERCASTE, YO TE PERDONÉ Y DE TODO TU PASADO ME OLVIDÉ!

Ahora, hija mía, comienzas a vivir el día sin final y eres bienvenida al Reino Celestial. Tu espíritu llegó primero que tu alma.

Tu alma, una vez que se desprendió del cuerpo, fue escoltada por mis ángeles. Hija mía, mi reino celestial ha sido abierto para quienes han lavado su alma con la Sangre de mi hijo amado… ¡para quienes escucharon su palabra de vida, la hicieron vida de su vida y lucharon contra viento y marea; contra los deseos de la carne y, finalmente han salido vencedores!

Los tuyos, parientes y conocidos que ya están en mi Reino de paz, de amor y de felicidad inmensa, se congratulan contigo.

En este mundo que has dejado, se encargan de devolver a la tierra tu cuerpo material para que cual semilla que se siembra, resucite el día postrero, en la segunda visita gloriosa de mi hijo amado, cuando vaya a juzgar a vivos y muertos.

Tu familia sufre, se arrepiente y llora, porque tú fuiste su madre y cumpliste una misión excelsa y nada fácil. Ellos te comprenderán, se lamentarán de tu partida, pero yo les daré el consuelo y les haré brillar la esperanza.

Ellos, al sepultar tu cuerpo van a llorar, porque él fue templo del Espíritu Santo y contuvo la vida divina, porque tus hijos son mi imagen y mi semejanza.

Los amo a todos sin excepción y tal vez más que tu misma. De ellos Yo me encargo. Tú reposa, disfruta, gózate en todo lo que hay en este reino celestial. Aquí no hay tristeza, no hay llanto no hay dolor.

Aquí se vive de manera intensa e increíble la vida verdadera. Aquí no hay carencias, no hay sorpresas desagradables, ni dolorosas. ¡Aquí todo es perfección!

Tus hijos con lágrimas, con pena y con profundo dolor se arrepienten de no haberte comprendido que fuiste su madre y la autora de sus días, pero eso es sano para sus almas.

Ver también
El temor del Señor imparte sabiduría; la humildad precede a la honra. (Proverbios 15:33).

Muchos de ellos tu partida les resultará muy benéfica. Ellos elevan sus fervientes oraciones, adornan tu casa y tu sepultura con flores, encienden velas y veladoras como signo y prueba de su fe en la eternidad.

Todos los que los acompañan se unen a esta constante petición y súplica: ¡Ten piedad de su alma! También suplican a la Bendita Madre de Mi Hijo, a la siempre Virgen María, a la Segunda Eva:

¡Ruega por ella ante tu hijo y tu Dios!

Hija mía: Ya no sufres, pero quiero que sepas que tú serás una bendición para todos ellos. Desde aquí Yo me encargaré de que tengan a su alcance LA PALABRA DE VIDA ETERNA, SE ALIMENTEN DEL MANÁ CELESTIAL, ENCAUSEN SU VIDA Y COMPRENDAN QUE UN DÍA VAN A SER LLAMADOS A LA ETERNIDAD.

Hoy, yo soy quien los bendigo a todos y les hago saber que, si les he arrebatado a su madrecita, es porque así ha sido mi voluntad. Yo los bendigo a todos, les envío mi paz, mi fortaleza y les manifiesto que, yo, su Padre y su Dios, anhelo que se salven y lleguen al conocimiento de mi hijo amado, quien es el Camino, la verdad y la vida y, recuerden:

¡Nadie viene a mí, sin haber aprovechado el lavar su alma en la Sangre Divina de Él!  Los bendigo a todos, les concedo la paz, el consuelo y les ofrezco una vida de fe y esperanza. ¡Aún están a tiempo de aprovechar esta oportunidad! ¡No sean duros de corazón! P. Cosme Andrade Sánchez+


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