Trump y la 4T: dos caras de un mismo espejo populista
La política internacional está entrando en un nuevo ciclo que redefine viejas rivalidades y resalta paralelismos que cada vez sorprenden menos. Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, regresa con un estilo autoritario marcado, consolidando su control sobre el Congreso, el Senado y, potencialmente, el Poder Judicial.
Al otro lado de la frontera, la administración de Claudia Sheinbaum en México presenta exactamente el mismo panorama: un gobierno que concentra el poder, utiliza un discurso populista para polarizar y busca construir un enemigo externo para distraer de las crisis internas.
Ambos líderes, aunque distantes ideológicamente, convergen en estrategias políticas y retóricas que se alimentan mutuamente. Sheinbaum, heredera directa de la narrativa de su mentor Andrés Manuel López Obrador, ha mantenido una línea discursiva de desafío frente a Estados Unidos.
Recientemente, mientras presumía el mayor aseguramiento de fentanilo en la historia de México, subrayó que “el problema es de ellos”, refiriéndose al consumo de drogas en la sociedad estadounidense.
Estas declaraciones buscan proyectar fortaleza, despertar al “masiosare”, enfocar el odio y el resentimiento para otro lado, pero l que es cierto, es que dejan ver una dependencia tácita en la relación bilateral.
Lo mismo hace Trump, polariza a los estadounidenses, señalar a México como el origen de los problemas de seguridad y migración en Estados Unidos y de comerse a los gatos y perros.
La similitud más notable entre ambos líderes radica en su manejo del populismo. Trump ha hecho del “Make America Great Again” un grito de guerra para movilizar a su base, mientras Claudia Sheinbaum recurre a frases como “mexicanos al grito de guerra” y denuncia la injerencia extranjera como una estrategia para fortalecer su narrativa nacionalista.
En ambos casos, la creación de un enemigo externo –ya sean los “yanquis” para México o los migrantes para Estados Unidos– cumple el propósito de desviar la atención de los problemas estructurales internos.
Además, Trump y Sheinbaum comparten un desprecio tácito por las normas democráticas. Trump ha utilizado su influencia para debilitar instituciones clave, y su control sobre los órganos legislativos lo posiciona como una figura autoritaria en un sistema democrático.
Por su parte, el dominio absoluto de la 4T sobre el Congreso y la Suprema Corte en México ha permitido a Sheinbaum consolidar reformas que le dejo su antecesor, que favorecen su agenda, debilitando contrapesos institucionales.
Sin embargo, el paralelismo más perturbador entre Trump y Sheinbaum es su obsesión por construir narrativas que refuercen su control.
Trump amenaza con aranceles de hasta un 25% sobre productos mexicanos y Sheinbaum responde con un discurso nacionalista donde dice que un arancel por otro y que no solo busca la confrontación, sino también consolidar su figura como líder que defiende los intereses de México frente al “imperio”.
Este juego de espejos, donde cada uno necesita al otro para justificar sus propias políticas, resulta peligrosamente eficaz. Como lo vimos en las dictaduras latinoamericanas o como lo vemos hoy en países como Cuba, Nicaragua y Venezuela
En este contexto, la comparación con las viejas dictaduras latinoamericanas no es exagerada. Tanto Trump como Sheinbaum utilizan tácticas que recuerdan a líderes como Perón o Chávez: control sobre las instituciones, polarización política y la construcción de enemigos externos como distracción. Pero mientras señalan hacia fuera, los problemas internos –corrupción, deuda, violencia y desigualdad– continúan profundizándose.
La pregunta es: ¿hasta cuándo estas tácticas populistas podrán mantener su eficacia? La historia ha demostrado que los regímenes que dependen de la polarización y el autoritarismo están destinados a enfrentar crisis internas inevitables.
Trump y Sheinbaum, en su intento de consolidarse como líderes fuertes frente a un “enemigo externo”, corren el riesgo de ignorar que la verdadera amenaza para sus naciones está en sus propias políticas y en la descomposición de sus democracias.
En esta batalla de titanes, donde el populismo parece ser la estrategia dominante, el gran perdedor es el ciudadano común, atrapado en el fuego cruzado de discursos vacíos y promesas incumplidas. Tanto en México como en Estados Unidos, es hora de exigir liderazgo real, no espectáculos populistas.