TRAICIONES


Traiciona, que algo queda. Camelot.
Nada hay peor que un traidor. La traición más grande que conoce la historia es la de Judas a Jesús. En estos días de hace algún tiempo. Hay otras menores, pero desgarradoras. Pinochet a Allende. Desde que Julio César cayó abatido por uno de ellos, la historia los ha señalado como las peores sanguijuelas que habitan en el mundo. Aunque Ingmar Bergman asegura que peor que la traición es la soledad, muchos opinan que no. Que nada iguala a la traición. ‘Un traidor -cito a Víctor Hugo- no es otra cosa que un déspota en apuros, que no puede hacer su voluntad, sino resignándose a desempeñar un papel secundario’. Amo la traición, pero odio al traidor, llegó a decir el mismo Julio César antes de que le mandaran apuñalado a platicar con San Pedro de cosas del poder y del Senado. La palabra traición significa la violación a la fidelidad (esto último no es referencia a nadie, que quede claro), y traidores van y vienen por el mundo y muchas veces les va bien jugar el papel de Judas Iscariote. Les ve uno un día en un partido, por entrar a la política, y al rato están en la otra hoguera de las vanidades, o como becarios o como secretarios o como operadores políticos. El ser traidor a veces tiene sus recompensas. Uno tira la capa del otro partido y busca refugio en el otro color, ser saltimbanqui tiene sus asegunes, y algunas veces sus recompensas.
DE LIBROS Y PERSONAJES
Leí algunos libros. Uno de Winston Churchill, el polémico Sir, atacado ahora por los historiadores porque él fue el único culpable del bombardeo indiscriminado a Dresde, la zona alemana, un holocausto cuando los ingleses por aire los dejaron en ruinas. Con 200 mil muertos. Un poco más que las dos bombas de Hiroshima y Nagasaki, 140 mil en la primera, la de Little Boy, 40 mil en la segunda, la de Fat Man. Leí el relato de los nietos de Ernest Hemingway, que hicieron la travesía del abuelo, el gran Nobel, cuando de Coney Island partió rumbo a Cuba, isla donde terminaría por vivir y escribir El viejo y el mar, en su yate Pilar, embarcación que está allí, en Finca Vigía, donde existe el Museo Hemingway, y que estos ojos vieron un día que anduve y andé por La Habana. Allí donde Hemingway pedía tocaran el agua de esa alberca, porque allí nadaba desnuda Ava Gardner: “Toca el agua, para que sientas la piel desnuda de Ava”. La vez que el torero Luis Miguel Dominguín, la toreaba y la amaba. Pese a sus arrebatos. La llamada El animal más bello de mundo, que Sinatra, en sus tiempos de decadencia y gloria, vivió apasionantes idilios y riñas. La más insaciable diosa del sexo marcó derroteros de amor y de alcobas y de escándalos. Casada por primera vez con el chaparrito Mickey Rooney, riñó con los hombres; George C. Scott, el de Patton, dijo: “Bebía, me molía a palos y al día siguiente no se acordaba de nada”. El clarinetista Artie Shaw, segundo marido, la quería culturizar, hasta que un día Ava le ganó en ajedrez y se aquietó. En España se empiernó con un torero, Mario Cabre, luego llegaría Dominguín. Es famosa aquella anécdota que, después de hacerle el amor, Dominguín salió corriendo de la habitación, casi en calzones: “¿Adónde vas?, le preguntó la Gardner. “¡A contarlo!”, respondió el torero. De su amor por los toros, Humphrey Bogart se burlaba: “De todos los hombres del mundo, te tienes que enamorar de uno que lleva capa y zapatos de bailarina”. Debora Kerr dijo de su relación con Sinatra. “Nadie podía manejar a Ava. Sinatra, el pobre desgraciado, no tenía ni la más mínima posibilidad, la amaba demasiado. Se mostró demasiado posesivo y ese fue el problema: nadie podía poseer a Ava”.