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Reputación, el objeto del deseo

Reputación, el objeto del deseo

Reputación, el objeto del deseo

Más que poder y dinero, existe un viejo anhelo a través de todas las culturas y tiempos: ser percibido como alguien valioso en determinada comunidad. Ese es el verdadero anhelo.

Algunos pueden expresarlo en una frase sencilla y llana:

_Me gustaría que mis padres estuvieran orgullosos de mí.

A veces este anhelo subyace en nuestros actos de buen comportamiento y bonhomía. Tal vez es la verdadera voz que escuchamos cuando nos miramos al espejo. La reputación es nuestra estrella del norte. Queremos ser “buenos” y que el mundo lo sepa, por maniqueo y simplista que esto parezca.

Dicen que a medida que crecemos la aprobación de los otros se desdibuja. Sin embargo, el “buen nombre” se considera esencial en todas las culturas, sin importar que valores prevalezcan en ese momento. Pero más allá de ese deseo acendrado, la valorización de nuestra familia, grupo, comunidad o empresa se traduce en más y mejores oportunidades en distintos ámbitos. Tiene una correlación con las prebendas que obtenemos.

A nivel profesional el reconocimiento implica involucrarse en tareas más relevantes, incrementar la influencia social, ascensos en el organigrama corporativo, integrarse a los mejores equipos y un largo etcétera.

La reputación equivale al 80% del valor de una persona, marca o empresa. Y en la construcción de este elemento multifactorial, donde convergen políticas y estilo de gestión, liderazgo, participación de mercado, gobernanza, opiniones de las partes interesadas y un largo etcétera, influye la percepción.

Esto es: no basta ser y hacer las cosas bien, no es acumular conocimientos y experiencias, lanzarse a prácticas competitivas y sistemas de colaboración con otros. También se deben gestionar acciones para apuntalar la reputación de profesionalismo, destreza, ética, popularidad…o de aquello en lo que se pretenda destacar.

Sin embargo, existe un riesgo latente: la autopromoción no genera credibilidad ni una mesurada y conveniente modestia. ¿Cómo se puede lograr entonces una reputación más sólida?

La solución convencional es optar por una firma de relaciones públicas. Sin embargo, convendría asumir que la reputación no es un objeto comercial que se desee catapultar. Es incrementar de distintas maneras los logros alcanzados y alinear éstos con la propia personalidad (de personas o marcas. El branding es esencial).

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En suma: la confianza y credibilidad, la estructura de una reputación, no se construye basándonos en emulaciones, falacias o mentiras, sino en lo que realmente somos y hacemos.

Divulgarlo a través de medios de comunicación, eventos, exposiciones, libros, discursos, participación en encuentros y obras filantrópicas es algo esencial cuando ya se tiene una amplia cartera de logros.

Es decir, la reputación se construye de adentro hacia afuera para que se sostenga en el tiempo. La fama, en cambio, es una percepción instantánea y efímera. La reputación es el eterno objeto del deseo. La fama sólo es incandescencia.

 


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