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Renuncia silenciosa

Renuncia silenciosa

Dicen que cuando alguien busca solucionar un problema y dar una segunda oportunidad, insiste en hablar. Cuando calla y se rehúsa a discutir, es cuando establece el principio del fin. Lo mismo ocurre en el ámbito profesional: casi 60% de los trabajadores a nivel mundial optan por el silencio.

No es aceptación. Es la actitud de quien ya renunció a tratar de arreglar conflictos y desilusiones. La actitud silente es el lenguaje del desencanto.

La renuncia silenciosa no implica “bajar los brazos”: sólo es abandonar ese entorno, condiciones y realidad y “volar” a donde los propios dones puedan ser significativos. Se trata de adentrarse, conscientemente o no, en un plano inercial. Es decir, no discuto, digo o aclaro. Sólo que en ese aparente mutismo la relación, trabajo o acuerdo es letra muerta. Ya no existe pasión ni compromiso.

Tras la pandemia mundial del COVID-19 se presentó un paréntesis ideal para replantear nuestros objetivos de vida y cuestionarnos si cumplíamos o no nuestro Contrato Sagrado. Muchos hallaron que su trabajo no era relevante o no coincidía con su misión de vida. Incluso se añoraron los viejos momentos en los que se asumió que las habilidades y dones de cada uno podrían crear condiciones más felices para otros.

¿Dónde quedó la pasión por dar y encontrarle sentido a la vida con el poder de co-creación que cada uno de nosotros posee? Se desvaneció al paso de los días a fuerza de ignorar el potencial, desdeñar ideas, marginar o avasallar.

También cuando se confina a trabajos sin sentido, es carente el aprecio, la burocracia asfixia y no existen posibilidades de aprender. El ánimo y los dones menguan cuando el liderazgo de una corporación es cuestionable o incompetente. No se puede trabajar con una persona que no tiene una trayectoria y conocimientos sólidos porque buscará que los miembros de su equipo no destaquen, que languidezcan so miedo de eclipsar o evidenciar su insuficiencia. Los timoratos están proscritos.

Esto opera en empresas y organizaciones, pero también en la vida personal: parejas, amigos o líderes de organizaciones no lucrativas que no son adecuados, propiciarán el declive de las relaciones y agrupaciones. Nadie puede tolerar la estulticia que muchas veces se evidencia con mentiras, gritos y vejaciones.

Lo más sano es la renuncia abierta y tajante. Pero sé que muchos nos quedamos “aparentemente”. La verdad es que nuestra creatividad, conocimiento, talento e ideas ya están en otra parte.

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Tal vez el hartazgo sea tal que nos rehuyamos dar un portazo. Pero las empresas y líderes que no apoyen el crecimiento de sus colaboradores deben saber: ese a quien tratas de ignorar o vejar ya no está aquí. Lo perdiste.

Blindarse del abandono implica crear entornos de desarrollo, empowerment, propiciar las interacciones con los equipos de trabajo y crear una cultura de aprendizaje continuo.

Y si tú eres la víctima de una empresa o jefe tóxico y deambulas en la renuncia silenciosa, esa ruta amarga por los que todos transitamos alguna vez, sólo debes cerciorarte de recordar siempre quién eres. Escribe tus talentos, capacidades y triunfos. Rememora los momentos en que te sentiste valioso e incluso amado. Y lee continuamente esa lista con deleite. Nadie puede arrebatarte el autoconcepto. Finalmente, es lo único que poseemos.

Y entonces vuela a organizaciones más felices que sepan aquilatar quién eres y tu caudal de posibilidades. Si no la encuentras, crea tú la compañía que anhelas y convierte tu nombre en una marca valiosa y fuerte. Las posibilidades son infinitas mientras creas en ti.


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