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PARA RECORDAR A LOS MUERTOS

PARA RECORDAR A LOS MUERTOS

Guillermo Correa Bárcenas

Hay lecturas para siempre y, en estos tiempos de recordar a los muertos, una de ellas es la extensa investigación de don Eulalio Ferrer sobre el tema. En El Lenguaje de la Inmortalidad. Pompas Fúnebres, el célebre escritor y publicista ya fallecido cuenta que una costumbre de origen griego que ha tenido gran arraigo en el pensamiento occidental es la que consiste en registrar las últimas palabras pronunciadas por un moribundo, tradición –nos dice—que en realidad se repite en todas las civilizaciones.

Y a propósito de que en México estamos de fiesta por El Día de Muertos, vale la pena recordar a algunos de ellas y a los personajes que las expresaron. Empezamos con Jesús, fundador del cristianismo, que expresó: ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? En tus manos encomiendo mi espíritu.

Mahoma, fundador del Islam: ¡Alá, ayúdame en mi agonía! ¡Alá, concédeme el perdón y reúneme con mis amigos allá arriba. ¿La eternidad es el paraíso?

Wiston Churchill, primer ministro británico: Estoy listo para encontrarme con mi creador. Si mi creador está preparado para el suplicio de encontrarse conmigo en otro asunto.; Luis XIV, Rey de Francia: ¿Por qué lloráis? ¿Pensaban que era inmortal?.

Moctezuma II, último emperador azteca: Por todas mis desgracias, Malinche, no te tengo ninguna mala voluntad; Nerón, emperador romano: ¡Qué artista va a perder el mundo!; Ernesto Che Guevara, revolucionario argentino: Serénese y apunte bien. ¡Va usted a matar a un hombre!; Pierrre Gassendi, filósofo francés: Nací sin saber por qué. He vivido sin saber cómo. Y muero sin saber cómo ni por qué. Nicolás Maquiavelo, teórico político: Deseo ir al infierno y no al cielo. En el primer lugar disfrutaré la compañía de papas, reyes y príncipes, mientras que en el segundo se encuentran solo pordioseros, monjes y apóstoles,

Voltaire, escritor y filósofo francés, dijo al sacerdote que esperaba de él una conversión en su lecho de muerte: ¡En el nombre de Dios, déjeme morir en paz! Y al mirar la lámpara que destellaba a su lado, murmuró: ¡Las llamas tan pronto?; Leonardo da Vince, pintor, escultor e inventor italiano: He ofendido a Dios y a la humanidad, porque mi trabajo no alcanzó la calidad que debía haber tenido.

En su investigación, el comunicólogo español ofrece también una antología de epitafios célebres y curiosos, entre los que destacan los siguientes:

“Aquí yace Richeliu, el Gran Cardenal, en su vida hizo el bien e hizo el mal. El mal que hizo, lo hizo bien, y el bien que hizo, lo hizo mal”; Truman Capote, lamenta profundamente su desaparición física: “En la eternidad todo es lo mismo”.

“Yo nací un día que Dios estaba enfermo”, dice la lápida del escritor peruano César Vallejo. En otra y otro lugar se lee: “Abelardo López Ayala, que padecía una afección bronquial crónica, ya no tose”. En un cementerio de Vermont, uno se enterar: “Te dije que estaba enfermo”. Un epitafio muy repetido: “Por fin dejó de fumar”.

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“Aquí yace un honesto abogado, lo que es extraño”, dice otro epitafio en un panteón londinense. En la cripta del periodista José Alvarado, que se encuentra en el panteón de Dolores: “Bella dama que cruzas por mi tumba, perdona no descubrirme, pues la piedra pesa mucho. En la tierra sigo firme. Y si salgo me orina un chucho (perro)”. En el mismo cementerio: “Aquí yaces y haces bien, tú descansas y yo también”. Otro: “No se pulque a nadie de mi muerte”. En el de Tláhuac: “En recuerdo de mi querida nieta que falleció a los 88 años. Su inconsolable abuelito llora su desaparición”. En la lápida de José Alfredo Jiménez: “La vida no vale nada”.

Entre los anunciados, pero nunca utilizados, destacan: “Parece que se ha muerto, pero (no) es seguro”, de Mario Moreno Cantinflas. “De vuelta a las películas mudas”, de Clark Gable. “Perdónenme por no levantarme”, de Ernest Hemingway.

Otras frases y pensamientos fúnebre utilizados en el mencionado estudio son: “¿Quieres que se hable bien de ti? Hazte el muerto”, de Alfredo Bougeardt. De Coyalchihuiqui: “No es cierto que venimos a vivir a la tierra, sólo venimos a soñar”; Joseph Fouché: “La muerte es un sueño eterno”. Sigmund Freud: “La meta de toda vida es la muerte”. Gabriel García Márquez: “A los viejos hay que enseñarles que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Para Oscar Wilde habrá que tenerle más miedo a la vejez que a la muerte, pues el drama de la vejez no es ser viejo, sino haber sido joven.

En cambio, Carl Sagan dijo que “Me gustaría creer que cuando muera seguiré viviendo, sintiendo y recordando”. D. Saavedra Fajardo: No sé cuál es más feliz hora, aquella en que se abren los ojos al día de la vida o ésta en que se cierran a la noche de la muerte”. Lo mejor, dice otro autor, es aprovechar el intervalo que existe entre los dos hechos. A final de cuentas la vida siempre nos abandona.


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