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Nunca aprendimos

Nunca aprendimos

Nunca aprendimos

 Durante décadas los estructuralistas, sociólogos, filósofos, historiadores de este lado del mundo pasaron las de Caín para encontrar las verdades enterradas de los últimos tiempos en el panorama internacional.

En la búsqueda de la verdad, nuestros escritores y periodistas reclamaron toda la información y los expedientes sobre los denuestos, la defensa de la libre expresión y la conciencia de la soberanía. Fue un arduo trabajo para despejar las incógnitas que las editoriales estadounidenses tendieron como un manto protector sobre muchas infamias.

‎Gracias a esos velos nunca supimos de la participación ahistórica de nuestros gobernantes, de los 60’s a 80’s, marcados en los archivos de la CIA como colaboracionistas y agentes Litempo, en el asesinato de Salvador Allende, en el golpe de Estado que entronizó a Pinochet y en las masacres argentinas de Videla.

Se nos ocultó el asesinato a mansalva del líder agrario Rubén Jaramillo con el señuelo de que el morelense era un revoltoso incómodo. Se nos ocultó la lucha centroamericana, influenciada por la guerrilla guatemalteca, y se resguardó en las cajas fuerte de la derecha la lucha ecológica de Chico Mendes en la amazonia brasileña.

Fueron escritores duros en favor del predominio yanqui en la Guerra Fría

Esos escritores tapaban con la misma cobija los excesos de las monarquías borbonas, Habsburgo o Austria, los desmanes de la indómita derecha, representada hasta hoy por la comodín socialdemocracia europea, aunque todavía siga sosteniéndose todo lo contrario.

Las faramallas de Francisco Franco, el dictador gallego aferrado al brazo incorrupto de Santa Teresa en el formol de su buró, eran de un Caudillo ejemplar. Las genialidades de Manuel Fraga Iribarne, el mago de las finanzas turísticas que convertía dólares en pesetas, eran aplaudidas.

Cuando todos sabíamos que esos eran movimientos monetarios que se hacían desde las bolsas de valores neoyorquinas para prolongar la vida artificial de la dictadura española.

Pero los escritores duros en favor del predominio yanqui en la Guerra Fría ensalzaban hasta al mandilón Petain, gobernante títere del colaboracionismo francés de la República de Vichy, al mismo tiempo que deturpaban al heroico Escuadrón Britania de la resistencia antinazi encabezado por André Malraux y Jean Moulin.

  1. J. Cronin, John Le Carré, Frédéric Forsyth, Ian Fleming, Graham Greene.

Los grandes homenajeados de esas plumas fueron Konrad Adenauer, Arturo Frondizi, Alan García, Fulgencio Batista, Machado, François Duvalier y tantos otros mequetrefes laureados que, después, ya conscientes, hemos tirado al basurero de la historia. Una lista inenarrable de personajes inflados y oscuros.

Sepultaron en un mar de tinta nuestro reconocimiento y pertenencia a las raíces afrocaribeñas de nuestra raza, a los ritmos de percusión de salsa, rumba y conga que fortalecieron el alma, a los demoníacos sonidos que, según los pudibundos de la derecha, alteraban las condiciones de los sometidos.

Entre los imprescindibles de la derecha imperial se encuentran sin duda, A. J. Cronin, John Le Carré, Frédéric Forsyth, Ian Fleming, Graham Greene y todos los que fueron la detente del imperio contra el movimiento negro de los derechos civiles, la lucha de nuestros migrantes desplazados, y los frentes de liberación nacional, surgidos después del triunfo de la Guerra de Argelia.

En los 60’s rescataron la “cara agradable” de la Alianza para el Progreso.

Pero los escritores de la derecha yanqui eran la caja de resonancia de las bondades estadounidenses del Plan Marshall, destacando sus afanes industrializadores frente al Plan Morgenthau, que buscaba convertirnos a todos en sociedades pastoriles. En cambio, fueron tapaderas de los grandes asesinatos políticos, la sordina obligada para los triunfos vietnamitas, norcoreanos e indochinos de los mares del Pacífico.

Fueron los prosistas icónicos de los cantos elegíacos en favor de la sabiduría del libre mercado, de la maestría de la mano invisible que desenredaba cualquier entuerto económico, la retaguardia intelectual de la fuga de los hampones de la Cosa Nostra hacia los casinos del Paseo de la Reforma o a los hipódromos y galgódromos de Tijuana.

Los escritores de la derecha rescataron la “cara agradable” de la Alianza para el Progreso, inventada por trasnochados y votada eufóricamente en el balneario uruguayo de Punta del Este, o sea la defensa de los créditos hipócritas, atados a la ideología de la penetración eterna.

Siempre soslayaron las luchas de Lumumba, Mandela, Gadafi, Gandhi.

Las casas editoriales del Reader’s Digest, Life y la revista Foreign Affairs fueron la pantalla para disfrazar la masacre africana de los rebeldes sociales que amenazaban contaminar el pensamiento latinoamericano. Nunca nos dijeron que un asesino a sueldo de Ronald Reagan, Frank Carlucci, su secretario de Defensa, molió a palos y deshizo en ácido los restos de Patricio Lumumba, para que no quedara huella del defensor de los minerales preciosos del Congo.

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Nunca nos enteraron a detalle del martirio en prisión de Mandela, de los esfuerzos nacionalistas de los coroneles egipcios, de la rebelión petrolera de Muamar Gadafi, de la resistencia pacífica hindú de Gandhi que acabó con el colonialismo británico y con el orgullo guerrero de la Pérfida Albión.

Alabaron a Luis Muñoz Marín por convertir a Puerto Rico en un protectorado.

A cambio de todo lo anterior, nos vendieron a precio de ganga el triunfo del separatismo paquistaní, y la derrota del movimiento tibetano en su lucha heroica por defender su enorme producción mundial de Litio, material indispensable para prolongar la vida humana.

Jamás supimos de que en algún lugar del África negra estaban los mayores depósitos de Tungsteno, Cromo, Manganeso, Tantalita, ni los lechos petroleros que explotaban las monarquías del Mar del Norte como la base de la civilización occidental y de un modo de vida que nos sometía a todos por igual.

Porque todas esas publicaciones con ropajes académicos alabaron hasta la ignominia a Luis Muñoz Marín, un mamarracho que dedicó su vida a hacer de Puerto Rico un protectorado, o a Leónidas Trujillo, el verdadero creador de las republiquetas bananeras. Un auténtico desastre de las luchas por la libertad.

En los desmedidos elogios de los descendientes intelectuales de aquellos escritores de la derecha a Donald Trump nos llevaron entre las patas. Jamás supimos, como gobiernito, reaccionar a tiempo ante un mercachifle, ante un esquizofrénico ambicioso que puso el escandaloso ejemplo internacional que hemos escenificado.

Las luchas por la liberación, aprendimos, no son a base de rabietas, berrinches y caprichos. Deben solidificarse sobre una bien ganada autoridad moral y pelearse en el exterior con inteligencia y con razones suficientes, no desde atalayas de iluminados y pontífices de la perpetuidad reeleccionista.

No aprendimos nada. El ejemplo de un badulaque ha puesto la plana aquí en el rancho grande.


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