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No somos iguales presidenta

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Lo único que le quiero decir a la Señora Claudia Sheinbaum, es que por mucho que señale, copiando a Andrés Manuel López Obrador, que no somos iguales, esa cantaleta a la que acudía cuando de señalar que él era un hombre intachable, y que después al paso de los años simplemente lo vimos convertirse en uno de los mayores ladrones que hayan existido en este aún maravilloso país.

Señora Sheinbaum, ha dicho usted que los ministros de la Corte buscan conservar privilegios. Sí, lo dice usted que durante mucho tiempo cobró sin trabajar en la Universidad Nacional Autónoma de MÉXICO, y a pesar de que no cumplió muchas horas de trabajo sigue cotizando al ISSSTE, a la vez que cobraba como funcionaria, pero sumando las licencias por embarazo, usted se ausentó de sus labores académicas durante quince años, sin dejar de cotizar para su jubilación, sin su contrato y su plaza.

Y mire, usted se ausentó en el periodo de 2007 a 2015, para luego volverse a ausentar hasta el presente. Claro está que esto no puede tener otra explicación que la corrupción y el influyentismo. No tiene vergüenza usted señora Presidenta, porque los documentos ahí están, y no me vaya a salir con que los van a desaparecer, porque muchos investigadores tienen las pruebas de lo que aquí se señala como una falta de probidad de parte de la Presidenta del país.

Y mire, déjeme decirle que la carta de renuncia del Ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, que fue dirigida a la presidencia de la Cámara de Senadores, porque no quiero manchar esta colaboración mencionando al sujeto más despreciable que he tenido enfrente de mí, como es el ladrón que ahora detenta la Presidencia de la Cámara de Senadores, ese que si un día lo encuentro, lo volveré a retar a darnos una buena entrada con los puños, porque siempre ha sido un mendigo cobarde.

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En ese sentido la carta de renuncia del ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, dirigida al “H. Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores” –es decir a Fernández Noroña–, que no es más que un soberano imbécil, quedará como un documento destinado a la posteridad que servirá de ejemplo para que nuevas generaciones sepan que en México alguna vez hubo juzgadores dignos de impartir justicia.

“Hoy me enfrento a una reforma constitucional que acorta el mandato para el cual fui investido. Se me presentan dos opciones: someterme a un proceso de elección popular o presentar mi renuncia. No me considero un candidato adecuado para un cargo que dependa del apoyo popular. Si bien mi trayectoria y capacidades me califican para la judicatura, es en esa labor –para la que me siento más apto– donde la función no consiste en validar la voluntad de las mayorías, sino en resguardar los derechos de quienes más lo necesitan”. Así de simple. Al tiempo.


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