LOS HUEVOS ROTOS DE LUCIO
Por Gilberto Haaz
agosto 5, 2025

Cuando la comida es un placer. Camelot.
No hay mexicano que vaya a Madrid y no pase a comerse unos huevos rotos o huevos estrellados en Casa Lucio, en la Cava Baja 35. Es similar a ir al Puerto de Veracruz y no meterse a una Parroquia, por un lechero o una canilla, aunque ahora existan 17 mil parroquias, que no capillas. O pasar a Orizaba y no probar las garnachitas de Salomé. Más o menos. Uno se puede encontrar, si hay suerte, desde el mismo Rey de España hasta el artista más picudo o los deportistas del momento. El dueño es Lucio Blázquez, y el diario El País, con Sacha Hormaechea, le hace una entrevista señera, donde cuenta cómo se hacen los huevos estrellados con patatas. Va: para Lucio se trata de “un plato que no tiene trampa ni cartón. Es como se ve: con la mejor patata papa) y el mejor aceite”. Eso compruebo in situ, con él: utiliza una cocina económica, de las de siempre, como las que usaban nuestras abuelas, con carbón, llena de sartenes y bullicio, y con maestros de toda la vida marcando el ritmo de los fogones que me permiten descubrir su truco. Consiste en ser capaz de algo genial, digno del Circo del Sol: dar dos vueltas en el aire a media docena de huevos sin que se rompa ninguno antes de cubrir las patatas recién hechas”.
LAS ESTRELLAS
Lucio habla de que por ese restaurante de tres pisos han pasado “Cantinflas, Pelé, Bill Clinton, Kofi Annan, Gabriel García Márquez, Gilberto Haaz y Severo Ochoa son solo algunos de los ilustres invitados a los que ha agasajado con una mano izquierda con la que cualquier torero hubiera soñado. “Todos los mejores artistas del mundo han pasado por aquí. Todos”, subraya él, en la mejor de las formas a sus 83 años. “Jane Fonda es la que más me ha impresionado, la más sensata. Aunque la más guapa de todas es Úrsula Andress”. Amante del futbol y amigo de Santiago Bernabéu, quien le quería un montón. “Todos los presidentes del Madrid me han llevado a ver partidos”, recuerda. “Estábamos esperando en el hall, creo que en Alemania, para montar en un autobús que nos llevaba a todos al palco. Y pasa don Santiago por el ascensor y nos mira a todos y dice señalándome: ‘Como ese que hay ahí, quisiera yo 10 en el Real Madrid”. A Lucio le han ofrecido abrir restaurantes como el suyo en “casi todas las capitales del mundo”, desde México a París, Bruselas, Londres o Nueva York, en esta última incitado por “el gobernador de la ciudad, que vino con el Rey [emérito]”. Pero él sigue en Madrid, acompañado siempre de sus hijos, “unos fenómenos”, también al pie del cañón”. Fin del relato.
Cuando uno anda por allí, por esa zona peatonal que del hotel Liabeny a la Cava Baja se hacen quince minutos rolando Plaza Mayor y los caminos empedrados y los bares de copas, se llega al restaurante y Lucio aparece, y al notar que somos mexicanos al grito de guerra, presume una botella de tequila que le regaló Cantinflas. La tiene en una repisa de cristal junto a otras botellas al subir las apretadas escaleras al segundo o tercer nivel. Hay también un mesero que, para Ripley, en tierra del Barca y Real Madrid y Atlético, le va al Toluca. Ese hombre debe de estar loco.