Los grandes premios
De Pitágoras: “Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida.”. Camelot.
En lo que llega la Champions y dilucidamos si Real Madrid pasa sobre esa poderosa Manchester City, que tiene puro francotirador, en una mañana de rabioso calor, me puse a virigüar, como dirían los villistas, quiénes y cuántos y dónde han ganado los grandes premios. Hace no mucho el presidente AMLO hizo una rabiosa critica, ya ven ustedes que está en contra de las prestigiadas universidades americanas, y se fue sobre Harvard y un amigo le respondió por las redes, que Harvard ha dado al mundo 161 Premio Nobel, que no cualquier universidad del mundo puede presumir.
Es como el otro enemigo del presidente, el afamado y prestigiado periódico The New York Times. Ese ha parido entre sus escritores a 122 que han ganado el Premio Pulitzer. Otorgado por la Universidad de Columbia, que se da desde 1917. Puros picudos que, cuando reciben el Premio, saltan a la fama y normalmente hacen o tienen un libro.
Hacia la gloria
El afamado premio Cervantes, que es el Nobel español de las letras, han pisado ese escenario varios mexicanos, entre ellos Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska y Fernando del Paso. Lograr un Premio de estos niveles es de gran relevancia, un ejemplo de ello es el otro muy prestigiado, el de arquitectura, llamado Premio Priztker, el Nobel de arquitectura, allí solo ha abrevado un mexicano al grito de guerra, Luis Barragán, el único latinoamericano en ese escenario que, se lo entregaron por su trabajo de las Torres de Satélite, las que fueron por encargo y cortesía de la familia Alemán Velasco y Magnani, quienes poseyeron grandes espacios de ese sitio. La consigna decía que Satélite es de la familia Alemán. En 1957 Mario Pani encomendó al arquitecto mexicano Luis Barragán la realización de la puerta de entrada para la nueva urbe. Barragán invita a su vez a participar a dos de sus grandes amigos: el escultor alemán Mathías Goeritz y el pintor Jesús Reyes Ferreira. Las Torres fueron empleadas como emblema oficial de los Juegos Olímpicos de 1968, a la vez que constituyen el principal símbolo de Naucalpan
Woody Allen alguna vez ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (Ahora es Princesa de Asturias), la ocasión que llegó a Oviedo, antes de que lo condenaran y le hicieran fuchi por sus problemas amorosos familiares de abuso sexual. Les tiró un discurso que obligó a la ciudadanía a hacerle una estatua, aun allí está fija y no la retiraron por su lio. Allen dijo de Oviedo: «Oviedo es una ciudad deliciosa, exótica, bella, limpia, agradable, tranquila y peatonalizada; es como si no perteneciera a este mundo, como si no existiera… Oviedo es como un cuento de hadas y además, tiene un Príncipe». Como Orizaba un Emperador. Luego dijo del Príncipe que ahora es Rey: «Mi familia conoce a la reina (Sofía), también al príncipe de España (Felipe), quien posteriormente vendría a cenar a nuestra casa de Nueva York. Estoy fuera de mi elemento. Hay coches delante de nuestra casa en la Noventa y dos y el servicio secreto está examinando el sótano, el techo, el jardín», cuenta Allen sobre esa visita. No obstante, ese «registro» de los servicios secretos los justifica el autor posteriormente. «Después de todo, el príncipe, quien posteriormente será rey de España, viene a cenar», recuerda, para luego retomar su narración de la estancia en Oviedo como consecuencia del premio. Todo esto lo escribí de remate, porque ayer en Netflix me puse a ver la cinta ‘Día lluvioso en Nueva York’, de Woody Allen, retrata la Gran Manzana como pocos, y el lugar donde, de vez en cuando, Woody va a echar la paloma tocando su clarinete al neoyorkino bar Michael’s Pub.