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Las cartas de La Juchiteca

Las cartas de La Juchiteca

La Juchiteca —Ruth Yuridia Ortega Orozco—; la mujer que entregó al comandante Antonio (Jacobo Silva Nogales, del ERPI) a la policía política mexicana, era una mujer iluminada, o al menos poseía el don especial de leer la mente.

 

Ella misma lo decía. Contaba, con seguridad y aplomo, que su abuelo era un afamado chamán oaxaqueño, y que él le había enseñado los intrincados caminos de la adivinación; recomendando siempre realizar los artilugios preferentemente de madrugada.

 

“Las 4:30 de la mañana es la mejor hora para la chamanería”; le habría dicho el abuelo a su nieta.

 

Esta historia despertó la inquietud del comandante Antonio; al grado que pudo sonar a reproche cuando dijo a La Juchiteca: “porque no me lo dijiste antes; cuando me lo presentaste. Me hubiera gustado platicar de ese tema con tu abuelo”.

 

Cuando se dio esa conversación, los dos estaban en un cuarto de hotel, viajando por algún municipio del estado de Tabasco, dónde presumiblemente, La Juchiteca le presentaría a Antonio a la supuesta dirección nacional de un inexistente Ejército Villista de Liberación Nacional (EVLN).

 

El comandante estaba ansioso por hacer crecer al Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), porque creía que en el año 2000 sería la insurrección que llevaría a los grupos armados a derrocar al gobierno de México y parecía que La Juchiteca le ofrecía una opción que no podía rechazar.

 

Por eso el viaje juntos al sureste del país.

 

Diremos que la ciudad tabasqueña es Cárdenas, y que cuando yo escuché por segunda ocasión la historia, iba a bordo del Tren Interoceánico, que une al Golfo con el Pacífico, e imaginé al abuelo de Ruth Yuridia dándole a probar datura (toloache) y pasando dos lagartijas por sus sienes, una zurcida por la boca y otra de los ojos; para volverla una mujer de conocimientos; tal y como reseña Carlos Castaneda en el libro Las enseñanzas de don Juan.

 

La cosa es que, por el relato de Jacobo Silva Nogales, podemos ver con toda nitidez, en 1999, a La Juchiteca y el comandante Antonio, hospedados juntos en un cuarto de hotel, eso sí, con dos camas.

 

En la larga espera para la ansiada reunión con la dirección nacional del EVLN, con supuestos vínculos con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), La Juchiteca sacó un mazo de baraja inglesa y propuso jugar a las cartas con el comandante.

 

–No, muchas gracias. No me gustan los juegos de azar, Es más odio ese tipo de juegos; habría contestado el jefe político militar del ERPI.

 

Fue entonces que la joven mujer le habló de sus poderes adivinatorios y lo retó a elegir, en secreto, una de las 52 cartas para que ella le dijera de cuál se trataba.

 

–Anda, prueba. Nunca he fallado; argumentó y el comandante mordió el anzuelo.

 

Se sentaron frente a frente y La Juchiteca colocó las cartas sobre la mesa. “Barájalas y elige una. No me la muestres y yo te diré de cuál se trata, con solo mirar tus ojos. Nunca he hecho trampa y nunca he fallado”; indicó.

 

–¿Puedo hacerlo debajo de la mesa?; preguntó el comandante. La respuesta fue positiva.

 

Antonio revisó todas las cartas para comprobar que no estaban marcadas. Barajó y barajó debajo de la mesa. Por fin eligió una y la guardó debajo de su pierna, y colocó el resto sobre la mesa.

 

Cuando levantó la vista, La Juchiteca dijo sin preámbulos: “es la 2 de corazones”.

 

–No puede ser; dijo Antonio mostrando la carta; efectivamente era el 2 de corazones. Con desconcierto volteó a ver a todos lados, buscando si en las paredes había espejos o cámaras y no halló nada.

 

–Lo intentemos otra vez, y verás que no fallo; provocó La Juchiteca.

 

Antonio volvió a barajar las cartas debajo de la mesa, pero en esta ocasión hizo muchos pases falsos, sin cartas; sólo el movimiento, para tratar de destantear a la vidente.

 

Barajó y barajó y repitió el procedimiento anterior: guardó una carta bajo la pierna izquierda y colocó el resto sobre la mesa.

 

–Es el 7 de diamantes; dijo sin premura La Juchiteca.

 

–No puede ser, no puede ser; contestó un derrotado comandante.

 

–Te dije que nunca he fallado. Heredé los poderes de mi abuelo.

 

A pesar de la evidencia, el comandante seguía incrédulo. Rascándose la cabeza, trató de razonar y encontrar el truco y aceptó un tercer juego. No podía darse por vencido, él que se preparó para ganar la guerra revolucionaria.

 

Fue entonces que Antonio cambió la estrategia. Decidió repetir todo igual, pero desde el principio pensó en una carta. Visualizó con vigor al Rey de Diamantes; sin importar la carta que le tocara. Aunque fuera un As de Trébol, él pensaría en el Rey de Diamantes.

 

Así le hizo y fue la única manera en que pudo vencer a La Juchiteca.

 

Él barajó y barajó debajo de la mesa. Eligió y guardó una carta bajo su pierna y visualizó que la carta escogida era el Rey de Diamantes. “Rey de Diamantes, Rey de Diamantes”; dijo para sus adentros.

 

Ni tarda ni perezosa, La Juchiteca exclamó: “tu carta es el Rey de Diamantes”.

 

Eufórico, el comandante Antonio sacó la carta y la exhibió: era el Cuatro de Trébol y La Juchiteca casi se desmaya al ver su desacierto. “No puede ser, no puede ser. Nunca he fallado. Me hiciste trampa”; gritó desconcertada.

 

El comandante Antonio se río un rato, pero luego enmudeció al caer en cuenta que su acompañante no era adivina, sino algo peor: leía la mente.

 

Terminó la narración y e l Tren Interoceánico seguía su ruta. A 70 kilómetros por hora, en promedio, avanzábamos de Coatzacoalcos, Veracruz, con dirección a Salina Cruz, Oaxaca.

 

A mi izquierda iba Jacobo Silva Nogales, el comandante Antonio. A mi derecha, viajaban y hacían la tarea unos gemelos de diez años que, según escuché, fueron concebidos mediante un tratamiento de fertilidad.

 

Delante de nosotros iban más de 300 pasajeros, desconocidos todos. Unos bajaban en una estación –Jaltipan, Medias Aguas, Jesús Carranza, Donají, Magoñé, Matías Romero, Chivela o Ixtepec—y otros subían.

 

Decidí entonces contar al comandante una historia parecida, que me consta, aunque nada tiene que ver con guerrilleros ni con las cartas. Sitúe, como es real, el caso en un pequeño caserío en las afueras de Berriozábal, Chiapas.

 

Sucedió que un día, asesinaron a un periodista, en Tuxtla Gutiérrez. Se llamaba Roberto Mancilla y lo mataron dentro de su automóvil, afuera de la casa de su novia. Era febrero de 1993.

 

Los periodistas protestamos y exigimos el esclarecimiento del crimen, y en respuesta la Procuraduría de Justicia aceptó que un grupo de colegas tuviera acceso al expediente; en calidad de coadyuvantes. Nuestro representante fue José López Arévalo, El Gordito de Espejuelos.

 

Pasaron los días y no había nada claro; pero todos le echaban la culpa del homicidio al gobernador Patrocinio González Garrido. Sin embargo, no había pruebas que lo inculparan.

 

Un amigo de mi pueblo, esposo de una periodista, comentó que conocía a una mujer que nos podía decir con exactitud qué había pasado y quién era el autor material e intelectual del artero asesinato.

 

–¿Una adivina?; fue la pregunta obligada.

 

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–No; una Medium.

 

Aceptamos buscarla y cuando llegamos planteamos de qué se trataba el asunto. Nos preguntó la fecha del homicidio y al escucharla nos desanimó: “aún es muy pronto; su amigo aún está en el limbo y no podremos hablar con él”.

 

–Vinimos de lejos; argumentamos. Todos somos de lugares diferentes.

 

–Si quieren, podemos intentar hablar con uno de los guías espirituales; dijo y de inmediato aceptamos.

 

Todos vimos entrar en trance a la mujer; observamos suavizar sus facciones y modular su voz; diferente a la que escuchamos previamente.

 

Para no hacerla cansada, nos contó con lujo de detalle en crimen: “iban dos personas en un carro. El que se bajó y disparó tal vez estaba drogado, porque caminaba raro, como si flotara, y una vez que disparó dos veces se subió al carro para huir del lugar. Ah, y todavía echaron reversa media cuadra para verificar que nuestro amigo estaba muerto”.

 

Los asesinos materiales, nos dijo, habrían escapado rumbo a Oaxaca.

 

–¿Y el asesino intelectual?

 

La médium deformó su rostro, arqueó la ceja e hizo como que fumaba, al más puro estilo de Patrocinio González Garrido. “Es un hombre con mucho poder”; fueron sus palabras.

 

–¿Alguien más lo sabe?

 

Nos describió al sucesor del gobernador, Elmar Setzer Marseille.

 

–¿Algún día se sabrá la verdad?

 

–Sí; pero si siguen investigando, habrá más muertos.

 

Toda esa trama se la platicamos a nuestra amiga y periodista Concepción Villafuerte y recuerdo que nos dio una ligera regañada: “Como serán pendejos; lo que hizo esa mujer fue leerles la mente. La próxima vez que vayan, pongan la mente en blanco y ella nada les dirá”.

 

–Ni que fuera Kalimán; recuerdo que le contesté.

 

Pero fuimos una segunda vez y advertimos que Conchita tenía razón. Pensamos en cosas distintas al asesinato de Roberto Mancilla y la Medium no nos pudo decir nada.

 

Leía la mente, como La Juchiteca; dije al comandante Antonio.

 

A las 14:37 horas el tren llegó a su destino y en la comida le dije al comandante Antonio: “Tuviste suerte. La Juchiteca estuvo contigo y te pudo matar, pero sólo te entregó a la policía”.

 

Y es cierto. Lo entregó a la policía política y a inteligencia militar y sufrió crueles torturas y diez años de cárcel, pero sigue aquí, entre nosotros, contando las historias como las que yo les narro hoy.

 

Ya ven, el viaje en el Tren Interoceánico es todo un viaje. Es casi nuevo, pero seguro está lleno de historias.

 


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