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Ladrón intocable

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El cáncer de EP

Por: Rafael Loret de Mola

El mexiquense Peña Nieto es un ladrón, además de haber sido autor intelectual de las masacres humanas de Tanhuato, Tlatlaya, Apatzingán, Vallarta y la represión brutal contra los normalistas de Ayotzinapa, la imagen misma de la corrupción gubernamental por encima de otros mandatarios desvergonzados –casi todos sus predecesores-, y de cuanto hubiéramos podido imaginar. En otros tiempos también se robaba, vía comisiones, pero ahora las ganancias ilícitas, por el “boom” del narcotráfico y la infiltración de éste en la esfera oficial, se suman por miles de millones de dólares.

Solo por la estafa maestra, organizada por la rapaz experredista Rosario Robles Berlanga, la pizpireta seducida por Carlos Ahumada Kurtz, argentino de origen también dedicado a la minería –la explotación infrahumana más cercana al ejercicio de la esclavitud-, fueron desviados siete mil millones de pesos y la mujer en cuestión, con cinismo desbordante y creyéndose dueña de su destino bajo la impunidad, se presentó ante la Cámara baja vestida con un blanco absoluto –como un angelito sin alas-, para negar imputaciones ante la andanada de pruebas en su contra y la exhibición de sus complicidades con tres secretarios de Hacienda, Luis Videgaray, José Antonio Meade y José Antonio González Anaya, éste último el concuño de oro de Carlos Salinas. ¡Cuántos sinvergüenzas con doctorados en el exterior! Al paso de los meses, Robles, solo ella, sería aprehendida además de Emilio Lozoya Austin, el tonto útil de los sobornos de Odebrecht, y en el caso de Rosario más por venganza personal –AMLO pretendió seducirla y ella no le correspondió- que por justicia.

Temo que estudiar en los templos del capitalismo, así sea a través de becas, es un severo golpe al nacionalismo y un vicio que se ha vuelto costumbre en casi todas las administraciones en las cuales se ha dejado de hablar en español, siquiera para honrar la soberanía, durante los encuentros entre mandatarios de nuestro país y USA. Este es, por desgracia, uno de los signos del coloniaje anglosajón silencioso que mantiene su dominio sobre nuestra economía y el futuro avasallador como pagadores eternos de acreedores con nexos con los peores y más altos capos. Con Biden no nos va mejor que con su predecesor por la desconfianza que permea las relaciones bilaterales.

Triste realidad que, desde luego, no comenzó con el sexenio anterior pero se desarrolló y elevó a la estratósfera con éste. De allí nuestra terquedad en exigir acciones penales contra los “ex” y, sobre todo, que el presidente López Obrador cumpla su deber de señalar a quienes, sus predecesores, han delinquido contra México; no hay mexicano bien nacido que opte por dejar en paz a los pillastres… pero los tiempos se alargaron hasta el final. Nunca antes se corroboró una corrupción tan grande como en la era actual, un nudo de complicidades tan apretado y una impunidad cercana a las sociedades soterradas de los exmandatarios pero en versión corregida y aumentada. Por ello, vuelvo a clamar: no puede dispensarse perdón ni olvido a cuantos integraron el gabinete y el ampliado –ninguno se salva- felices de pertenecer a los grupúsculos intocables que llenaron sus bolsillos como en ninguna otra época de la historia. Esta es la dolorosa verdad. Tampoco a los incrustados del salinato, el zedillismo y hasta el foxismo que enturbian y descalifican a la TTTT.

¿Cómo convencer al presidente López Obrador para no canjear los chantajes soterrados –de Peña y sus falderillos- con la tristemente institucionalizada impunidad? Ha visto y sentido ya cómo defienden, como perros de caza, sus intereses económicos y jamás los sociales. ¿O tendremos que pedirle a los Reyes Magos que AMLO, al fin y luego de cinco años y un mes perniciosos, cumpla con sus deberes primigenios?

La anécdota

No faltan quienes me recriminan porque el cáncer de Peña no se lo llevó a la tumba. Alegan que no hubo tal y que “mentí” con tal de exhibir a un mandatario enfermo. Olvidan que este mal terrible, desde hace tiempo, dejó de ser incurable para varios tipos del mismo aun cuando el porcentaje de enfermos que mueren por este es elevado acaso porque no tienen el alcance económico para poder solventar los altísimos costos de los tratamientos de elite como los tuvo Peña en el Hospital Militar sin que jamás se hayan dado a conocer el monto de las inversiones para ello.

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El señor Peña pasó por varias etapas y las reflejaron su rostro demacrado y sus frecuentísimas lagunas mentales. No es que fuera ignorante –lo que no quiere exaltar su pobre cultura-, sino sencillamente padecía de falta de irrigación cerebral como consecuencia de las tremendas quimioterapias que le fueron aplicadas en el Hospital Militar con equipos de primer mundo adquiridos ex profeso. ¿Tampoco de esto van a informar los mandos militares ni las auditorías sesgadas de la administración gubernamental?

Por cierto, AMLO no requiere ir a este nosocomio; él lleva consigo a su cardiólogo cubano y a otro más para protegerlo de sus cardiopatías… pero no del virus de la corona.


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