La reina incertidumbre.
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En el presente, en las conversaciones y tertulias, la reina de México es la incertidumbre. Lo es en cuanto a los temores que afloran, la inseguridad sobre los pasos a dar, la angustia por la violencia que aumenta y nos mienten al decir que baja y, sobre todo, ante la inercia de un gobierno bajo sospecha por cuanto a sus soterradas alianzas con los sicarios del narcotráfico. No es Trump, desde luego, quien ha creado las condiciones propicias para señalar a los cárteles como organizaciones terroristas; es la administración de la 4T la que ha estructurado una forma de gobernar en alianza con ellos.
Incertidumbre, desde luego, como efecto de las pobres acciones oficiales en todos los renglones de la vida pública, por la manera en que justifican los tremendos abusos de los suyos y persiguen, una y otra vez, a los opositores con una perversidad sin parangón alguno. Por ejemplo, se estigmatiza a quienes alzan las voces y se abriga a los grandes corruptos engendrados en Morena y que son, simplemente, bastardos del viejo PRI, renuentes a explicar, simplemente, por qué se mudaron sin dejar a un lado los vicios arrastrados por ellos. Otra cosa hubiera sido si tales personajes se desligaran de sus pecados y honraran las repetitivas arengas a favor del “cambio”.
Se tiene incertidumbre porque, por desgracia, no se escucha la voz del pueblo “sabio”, solo la de los pobres manipulados por Morena, y se deja en sus cargos a elementos de probada inmoralidad como los gobernadores de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, un execrable mandante cuyas ligas con los narcos están más que evidenciadas, y Sonora, Alfonso Durazo Montaño, quien deja a su junior, Alfonsito, ligarse a una empresa fabricante de gorras de origen chino a dos kilómetros de la frontera en un acto de evidente provocación, muy dañina para México, a los vecinos del norte en un momento de asperezas y amenazas que pueden estallarnos en las manos.
Existe incertidumbre, desde luego, por el mal manejo de las estadísticas de la violencia gracias a un mecanismo -otra vez cibernético- que modifica los números y simula que han sido reducidos los asesinatos, escondiendo el creciente número de desaparecidos, es decir de muertos en un noventa por cierto de los casos, haciendo caso omiso a la creciente indignación de las familias de las víctimas a las que muy poco caso se les hace.
Por eso estallaron las multitudes en Culiacán, luego del asesinato de dos niños, Gael y Alexander, así como el de su padre, asaltaron el Palacio de Gobierno y casi entraron al despacho del hipócrita mandante estatal, quien buscó refugio y no se atrevió a dar la cara, cobarde como es, durante la conferencia de prensa posterior. La batalla contra los civiles ha durado allí más de 120 días.
Y algo similar ocurrió en Tabasco, la tierra del icono intocable de los morenistas obtusos, en donde miles dejaron el confort hogareño para acusar al gobierno ineficaz y tibiamente refugiado en acusaciones que no han sido motivo de seguimiento contra el exgobernador, el deplorable Adán Augusto López Hernández, al frente de la bancada morenista en el Senado en donde institucionalizó la traición con aires gansteriles para asegurar la infame reforma judicial.
La incertidumbre corre al lado del río de rumores y temores conspirativos desde la asunción de Donald Trump al trono estadounidense. Fue aquella ceremonia el reflejo de las antiguas coronaciones de los deslumbrados europeos quienes aún creen en la estupidez del “derecho divino de los reyes”. Ya ven hacia dónde llegan las monarquías caducas: un monarca de caricatura en Gran Bretaña y una princesita marinera en España en donde están muy preocupados por la posibilidad de que su “gran melena rubia” se vea estropeada por las sales marinas del océano. La residencia de Trump en Florida, Mar o Lago, pinta como castillo medieval.
Para México son tiempos de angustia -y de incertidumbre, repito-, porque las imágenes no mienten: y fue terrible observar a decenas de deportados, no solo mexicanos, con esposas sobre las manos en calidad de criminales mientras arribaban a Matamoros. Siniestro. Este columnista insiste, una vez más, en la urgencia de elevar la diplomacia -pese a las limitaciones del canciller Juan Ramón de la Fuente-, a la condición per se de la misma: la equidad. Si no hay correspondencia y se favorece a unos sobre otros jamás podrá hablarse de igualdad, ni siquiera de dignidad.
Por ejemplo, a los estadounidenses –“gringos” en lenguaje coloquial- no se les obliga a obtener visas para entrar a nuestro territorio, al cual profanan cuando les viene en gana. Hace unos días, en un interesante reportaje, pudimos atestiguar cómo en Ajijic, municipio de Chapala, Jalisco, las calles de este pueblo mágico mostraban un ridículo estatus norteamericano con las banderas de las barras y estrellas en los negocios y la soberbia de los dueños de locales y restaurantes -extranjeros- defendiendo su derecho a mantenerlas sin guardar respeto alguno por la enseña tricolor. Al revés, hubiéramos dado pie a una invasión como la de Veracruz en 1914 como consecuencia de un arrebato de los vecinos del norte, quienes pretendieron que se rindiera honores al pendón estadounidense y solo a este por una legítima acción contra los marineros de un barco que fueron aprehendidos por desembarcar, con armas de fuego y sin permiso alguno, a nuestro puerto.
Les cuento que, en San Miguel de Allende, es todavía costumbre, por sus angostas banquetas, que los trabajadores y campesinos mexicanos cedan el paso a los estadounidenses que ya forman colonia. Tal cosa me indignó tantas veces que mi explosivo carácter a punto estuvo de desatar una batalla valorando el respeto hacia nuestro suelo, nuestra patria.
Y en esas andamos en este momento coyuntural, con los suspiros a flor de pie bajo el complejo reinado de la incertidumbre.